Después de treinta y cinco años de gobierno de los muñidores del Amejoramiento en forma de falso bipartidismo parecía que la hora del régimen que ha gobernado Navarra desde la Transición tocaba a su fin. La desastrosa gestión de Yolanda Barcina y el aislamiento social de UPN, a lo que habría que añadir la ruina absoluta de la otra pata del nacionalismo español en Navarra, el PP, parecían llevar irremediablemente a un cambio profundo en las instituciones navarras.
Ni los últimos movimientos para salvar el régimen, protagonizados por los de siempre; UPN y PSN con el visto bueno del PP, parecían tener otro desenlace previsible que el más absoluto fracaso. En este sentido la victoria de UPN en las primarias del PSN, protagonizada por la Senadora Chivite o la más reciente victoria del PSN en las de UPN con la cabeza de Barcina como trofeo, no parecían suficientes para evitar la sensación generalizada de cambio.
Ninguno de los sondeos electorales, ni el propio clima político de la calle, vaticinaba que la unión de los tres partidos alcanzase la mayoría absoluta, hasta hora inaccesible para el resto de fuerzas políticas de Navarra, por lo que se abrían un sinfín de posibilidades de alternativa de gobierno y de cambio institucional, siempre protagonizado este por las tres fuerzas emergentes Geroa Bai, EH Bildu e IE; la colaboración de las tres, de dos de ellas con apoyo externo de la tercera o cualquier combinación que pudiese incluir a un PSN, dentro o fuera, situado en la tesitura de participar en el cambio o desaparecer.