Todo es tremendismo en esta Navarra del cambio. Un relevo institucional que la sociedad ha asumido con normalidad democrática, pero que a muchos les está costando digerir. Tanto, que no hay día en el que algún dirigente político, opinador o personaje diverso con vinculaciones al viejo régimen ofrezca su visión apocalíptica de Navarra. Una nueva realidad fruto de una pluralidad que por primera vez se ha dejado sentir en las instituciones, pero con la que choca el oficialismo, incapaz de comprenderla y asumirla.
La cosa viene a ser algo así como que el Gobierno de Uxue Barkos tiene un malvado plan para acabar con Navarra. Un prisma con cierto aire conspiranoico que empezó con una simple exageración y que hoy impregna todo el discurso político de la oposición. Todo se juzga desde ese prisma, ya sea la reforma fiscal, la ley de policías o la reforma del mapa local. Dirigidas todas ellas, según estos profetas del Apocalipsis a acabar con Navarra o, lo que es peor, a integrarla en Euskadi.
Entre todos ellos brilla con luz propia la presidenta del PP, Ana Beltrán, para quien “Barkos no está legitimada para gobernar Navarra”. Un sentimiento que late en el fondo de este discurso apocalíptico que, en realidad, solo reconoce una Navarra posible, y por lo tanto, una gobernanza natural. Todo lo demás, aunque cuente con una mayoría democrática, es ajeno e ilegítimo.
Beltrán es precisamente quien mejor ha rentabilizado esa lectura catastrofista de la realidad, hasta el punto de mimetizarla con el discurso de su partido. No hay intervención, nota de presa o declaración política que no incluya términos como “imposición”, “anexión”, “sectarismo” o “ruina”. “Tanto euskera es una falta de respeto”, ha llegado a decir la líder del PP en el Parlamento, que incluso ha pedido que no se lean los resultado de algunas votaciones en euskera. “¡Quieren que seamos vascos!”, exclama dramatizada.
El euskera se ha convertido así en el pim pam pum perfecto con el que demostrar ese plan oculto. “Seremos parias en nuestra propia tierra”, denuncia Javier Esparza, que llegó para “moderar” y “centrar” UPN y que se ha convertido en el dirigente que con mayor virulencia ha arremetido contra la lengua vasca, hasta el punto de amenazar con “tirar a la basura” todas las medidas de apoyo aprobadas en los dos últimos años. La propia visceralidad del lenguaje reafirma así un discurso pasional basado en el resquemor.
RUIDO PERMANENTE Pero la competencia es dura en la oposición, y eso obliga a elevar el tono de la crítica para dejarse oír. Unos calificativos que generalmente tienen a la presidenta Uxue Barkos en el centro de la diana. “Radical”, “sectaria”, “prepotente”, “sus políticas dan asco”, “empobrece Navarra”, “impone la dictadura nacionalista”, “mentirosa” o “autoritaria” son algunos de los calificativos que Esparza le ha dedicado al presidenta del Gobierno de Navarra en los últimos meses. Y junto a todo ello, por supuesto, el habitual recurso a ETA. “Nosotros ponemos los muertos y sus socios los pistoleros”, le ha reprochado el líder de UPN a Barkos en sede parlamentaria.
Porque seis años después de la renuncia a la violencia y con la banda ya desarmada, ETA sigue presente en el argumentario de la oposición, que incluso ha llegado a justificar la expulsión de los miembros del Gobierno de los actos de homenajes a las víctimas del terrorismo. “En Navarra se está utilizando a las víctimas para hacer política”, denunciaba recientemente en Pamplona el presidente de la AVT, Alfonso Sánchez, consciente de que algunas estrategias políticas van en contra de los intereses de las propias víctimas. Sobre todo las de aquellos que han reducido todo a un único argumentario. “En Navarra gobierna ETA”, denuncia el exministro Jaime Mayor Oreja en un ejemplo de que cualquier exageración siempre es superable. Y en eso la ayuda de Madrid siempre es estimable.
Durante este último año han sido habituales las giras por la capital tanto de Esparza como de Beltrán en busca de un apoyo político y mediático a su causa contra el cambio, aun a costa de dañar la imagen de la comunidad. “Barkos quiere anexionar Navarra al País Vasco y declarar la independencia”, llegó a escribir el líder de UPN en un diario de tirada nacional, en el que avisaba de que la Comunidad Foral está igual o peor que Catalunya. “Navarra es cuestión de Estado y es cuestión de España”, proclama el líder de UPN en Madrid.
Pero como el tema catalán lo ha eclipsado casi todo, Navarra apenas ha tenido presencia en el debate nacional, hasta el punto de que el portavoz del PP, Pablo Casado, admitía un día inocentemente que “no hay una amenaza anexionista en Navarra”. Apenas en momentos puntuales, como cuando el Ayuntamiento de Pamplona exhumó los cuerpos de Mola y Sanjurjo y algún nostálgico como el presidente de Melilla quiso recordar quién “ganó” la guerra. O coincidiendo con la manifestación contra la ikurriña. Un momento culmen que animó a Carlos Herrera a llamar “escoria” al Gobierno foral y a Hermann Tertsch a denunciar “la expansión totalitaria con su motor asesino” que se estaba produciendo en Navarra. Una versión madrileña en la que no podía faltar Federico Jiménez Losantos, para quien la culpa de todo es de UPN por “desembocar en un nacionalismo navarro hermano anexionable del vasco”. Ahí es nada.
Son algunas de las citas que nos ha dejado un año en el que queda para el recuerdo el “Goodmorning” con el que el alcalde de Marcilla quiso hacerse la gracieta ante la presidenta del Gobierno, o el “solo falta que nos impongan cantimploras para no mear en la calle” con el que el concejal de UPN en Pamplona, Juan José Echeverría, cuestionaba los vasos reutilizables en San Fermín.
Y, por supuesto, la reforma fiscal “bolchevique” denunciada por el presidente de la patronal, José Antonio Sarría, que como buena parte de la elite económico-empresarial de la comunidad parece vivir con lamento la evolución positiva de la Comunidad Foral. Porque ni se han marchado “el 60% de las empresas” como dijo Javier Taberna, ni “Navarra vuelve a la recesión”, como augura una vez al mes Julio Pomés.
Pero esa contradicción entre el discurso apocalíptico y una realidad socialmente normalizada y que económicamente evoluciona de forma positiva tiene una explicación. Y la ha encontrado Carlos Salvador: “Barkos parasita en beneficio propio los efectos de las políticas del PP apoyadas por UPN”, explica el diputado regionalista, para quien los miembros del Gobierno son una cuadrilla de “neocomunistones, populistillos y filoterroristas”. Gente extraña en definitiva, y a la que hay que sacar del poder como sea. Lo que vaticina al menos año y medio más de discurso faltón, catastrofista y exagerado. Navarra, afortunadamente, seguirá por aquí.