UPN Y PP DENUNCIAN QUE EL GOBIERNO FORAL QUIERE IMPONER LA IKURRIÑA DANDO LA MEDALLA DE ORO A QUIENES DISEÑARON LA BANDERA DE NAVARRA
Puede parecer un poco conspiranoico, pero en esta Navarra del cambio todo tiene un objetivo oculto que nos encamina al Apocalipsis de forma inevitable. Lo ha visto rápido UPN esta semana cuando el Ejecutivo de Barkos ha premiado a los diseñadores de la bandera de Navarra. La decisión puede parecer de lo más inocua. Incluso foralista. Hasta ha salido I-E para denunciar el pasado supuestamente “fascista” de uno de los premiados para despistar al personal. Pero no, el objetivo real del galardón es “manipular y despreciar la historia de Navarra”.
Que dicho así puede parecer un poco friki, pero tiene una explicación. Arturo Campión, Hermilio de Olóriz y Julio Altadill hicieron el encargo por orden de la Diputación Foral en 1910, y claro, al premiarles el Gobierno lo que quiere es situar la bandera de Navarra en un rango inferior a la ikurriña. O algo así. “Es un error histórico. Estos no son los verdaderos creadores de la enseña foral. Pretenden confundir a la ciudadanía ya que su objetivo es imponer la ikurriña”, apuntaban los de Esparza con toda su indignación, es de suponer, después de una tarde de lluvia de ideas en su politburó. El problema es que con la sequía nadie se acordó de que en 2010 el Gobierno de UPN conmemoró por todo lo alto el centenario de la enseña creada en 1910. Así que lo que parecía un error histórico ha acabado siendo un histórico ridículo.
La crítica, claro, era previsible. Que una cosa es que la derecha foral se vaya a Barcelona para agitar orgullosa la bandera de España en la cara de los sediciosos y otra ceder el monopolio de la de Navarra. Suelta eso que es mío, le ha venido a decir también el PP al Gobierno de Barkos. “La única bandera que le interesa es la ikurriña”, decía Ana Beltrán en un nuevo ejemplo de que nunca llueve a gusto de todos.
Y es que la cosa está tan a flor de piel que el grupo municipal de UPN en Tudela se ha indignado porque en el pabellón municipal “se ha subido tanto la bandera de España que casi no se ve”. Total, que se veían más la de Tudela y la de Navarra, y tal y como están las cosas cualquiera se fía. Se empieza subiendo un poco de más la enseña monárquica y te acaban plantando una DUI en la capital de la Ribera.
“Hace diez años no se hablaba de independencia ni de república catalana, ni de esteladas. Hoy es casi imposible encontrar otra cosa. ¿Cómo ha podido ocurrir?”, se preguntaba estos días Alfredo Arizmendi, de Sociedad Civil Navarra, prima hermana de la extremocentrista versión catalana. ¿Y cuál es el motivo? ¿Rajoy? ¿el Estatut? No, “la dejadez”. “Es la dejadez de muchos la que ha permitido al nacionalismo campar a sus anchas”, dice Arizmendi, que admite que “Navarra no es Cataluña” pero que “hay algo el caso navarro que invita a pensar que nuestro cierto riesgo se convertirá, andando el tiempo, en un riesgo cierto de anexión y secesión”. Así que si Navarra desaparece, la culpa es vuestra por no enfrentaos a quienes “amenazan nuestro statu quo”, vagos.
Suerte que quedan excepciones como Juan Luis Sánchez de Muniáin, que ofrece reflexiones siempre trabajadas y es firme ante la “imposición” del euskera. “Discriminar y favorecer a un colectivo frente a otro es imponer”, alertaba con perspicacia en un artículo de opinión. Si no, que se lo digan a esos miles de hombres que se han cambiado de sexo obligados por las políticas de igualdad.
En Navarra es aún peor, porque aquí se subvencionan medios que utilizan el euskera (¡horror!). Y aunque se hace con la cuarta parte del dinero que antes recibía una sola televisión, ahora el objetivo es mucho más perverso: “Promocionar unos medios de comunicación dóciles y aduladores con el poder, amenazar la pluralidad, la diversidad y la libertad de los ciudadanos, y engordar determinados bolsillos y cuentas de resultados”. Si lo sabrá bien Muniáin, que fue el responsable de repartir las ayudas a los medios en tiempos de UPN.
Lo que no queda tan claro es cómo se logra “la manipulación y dominio de los medios de comunicación para asfixiar el pluralismo y la libertad de información” de la que nos alerta el parlamentario regionalista si, como dice su jefe, “solo el 3,7%” habla euskera. “Yo voy a la zona vascófona y oigo castellano. Y en Pamplona el kaixo, el agur y poco más”, decía Esparza en el Parlamento, molesto en cambio por el uso de la lengua vasca por parte de los representantes del Gobierno, que hasta cuando hablan en euskera quieren acabar con Navarra. “Así quieren dar la sensación de que de que es oficial”, alerta.
El problema de Esparza es que después suya suele venir Ana Beltrán y duplica la apuesta. Ahí que anda ahora, denunciando el “adoctrinamiento” en las escuelas que hasta hace poco gestionaba UPN. Desde luego, si algo no se le puede reprochar a quien considera el euskera “la lengua del nacionalismo vasco” y su fomento “racismo lingüístico”, es claridad. “Es una ofensa que la presidenta hable en sus discursos primero en euskera. Una falta de respeto inaceptable que quiera poner el euskera por delante del castellano”, decía esta semana la presidenta del PP en Navarra. Que una cosa es que Barkos vaya al Parlamento “a decir lo que le da la gana”, como le censuró Sergio Sayas, y otra que encima lo haga en euskera. Ni que esto fuera Catalunya.