“Los dos conceptos, soberanía y absolutismo, fueron forjados juntos sobre el mismo yunque. Los dos deben ser pulverizados juntos.”
Jacques Maritain
La Constitución de Navarra, como viva y en exercicio, no puede menos de llamar grandemente la atención del Congreso. Ella ofrece un testimonio irrefragable contra los que se obstinan en creer extraño lo que se observa hoy en una de las más felices y envidiables provincias del reyno, provincia en donde cuando el resto de la Nación no ofrecía más que un teatro uniforme en que se cumplía sin contradicción la voluntad del Gobierno, hallaba éste un antemural inexpugnable en que iban á estrellarse sus órdenes y providencias siempre que eran contra la ley ó pro comunal del reyno.
Discurso preliminar leído en las Cortes al presentar la Comisión de Constitución el proyecto de ella (Cádiz 1812)
Leía ayer en Diario de Noticias de Navarra los magníficos panegíricos que autores, sin duda, más doctos que yo dedicaban a “La Pepa” origen de la modernidad política de España y de la propia nación y, probablemente también, de la España inconclusa que aún a día de hoy nos ha tocado sufrir.
No voy a entrar en este artículo en la antigüedad del concepto ciudadanía, ni en las características “feudales” de las constituciones vasconavarras y su institucionalización, ni siquiera en lo que otros ilustres constitucionalistas escribieron y pensaron de ellas algunos de ellos autores de constituciones más antiguas que aun y todo han llegado a nuestros días, tampoco de tradiciones no constitucionalistas que han dado origen a regímenes políticos mucho más libres y democráticos creados más de quinientos años antes, creo que es suficiente con lo que pensaron los propios constitucionalistas gaditanos, que es con lo que encabezo este artículo.
Pero lo que si voy a hacer es fijarme en un concepto ampliamente jaleado por esos mismos panegiristas y que, por primera vez aparece en la Constitución de Cádiz y que es el concepto de “soberanía nacional”, que ya desde 1812 fue cogido como el rábano… por las hojas y que aún hoy sigue en tan curiosa postura sustentado democracias y libertades en Cuba, Venezuela o Korea, que hace no tanto sustentaba fascismos en Italia, Alemania o Portugal, hace resurgir populismos neofalangistas en nombre de la unidad, el progreso y la democracia o ha dado cobertura hasta hace escasos días a los últimos terrorismo europeos.
Y es que la mal llamada soberanía nacional tal y como la entendieron en Cádiz, y como aún hoy la entienden algunos, y algunas, políticos españoles no es más que la transposición de un poder absoluto encarnado en una persona a un poder absoluto encarnado en un ente difuso y de difícil cuantificación y eso solo lleva al totalitarismo.
La verdadera soberanía, si quiere ser popular, no es posible construirla partiendo de hechos precedentes ni situaciones estáticas y cerradas, ni puede ser sacralizada e inmutable, la verdadera soberanía popular se construye todos los días en un proceso dinámico del que solo pueden ser titulares todos los ciudadanos y no a modo conjunto sino de forma individual, por adhesión de voluntades. La soberanía solo puede ser popular cuando se construye desde abajo, uno a uno, pueblo a pueblo por libre asociación y sin ninguna cortapisa ni marco preconcebido, lo otro es imposición y absolutismo.
La identidad, la cultura, la lengua, la religión, la opción sexual incluso y la organización social son opciones que no se pueden sustraer a la voluntad individual y son el auténtico ejercicio de la libertad. El ciudadano como ser social tiene en la libertad de asociación uno de los pilares de su libertad.
Por eso el igualitarismo trasnochado y populista de UPyD o la jaleada frase de Zapatero en el Congreso de los Diputados para dar carpetazo al Proyecto de Reforma del Estatuto Vasco presentado por Ibarretxe, el famoso “juntos vivimos, juntos decidimos” tan jaleado por los sectores pseudoprogres del españolismo más rancio como por el populismo postfranquista y los nuevos falangistas no solo resultan patéticos sino profundamente antidemocráticos y absolutistas.
¿Se habrían preguntado Zapatero, o 200 años antes, los constitucionalistas gaditanos si queríamos vivir juntos? Como, por otra parte, se preguntan con absoluta normalidad democrática, ingleses y escoceses o belgas francófonos y flamencos…
Así pues, descanse en paz La Pepa que bastante daño hizo en su corta trayectoria y hagamos algo desde abajo, sea constitución o no, pero desde la realidad y desde la libertad.
Ander Muruzabal
La verdad es que no entiendo muy bien el artículo. Expresaré mi opinión acerca del tema, de todas formas. ¿Viva la Pepa? ¿Estamos locos? Tiene gracia que a los Navarros nos vengan -¡en 1812!- con una constitución que lo único que hacía era dar unos derechos al «pueblo» que los vascos ya disfrutábamos desde hacía por lo menos mil años antes.
La documentación está para quien quiera leerla: los reyes navarros estaban por debajo de los navarros y por eso debían jurar los fueros, es decir, nuestras constituciones.
Esta ventaja -precursora de la democracia y citada, por ejemplo, por el propio presidente John Adams de los Estados Unidos en 1786 , al citar al fuero de vizcaya como precedente de la constitución de los EEUU- de la que disfrutaron nuestros antepasados, fué además utilizada para atacar nuestro reino, ganándose los castellanos el favor de los nobles navarros (también de los occidentales) de turno a base de promesas de poder feudal; opuesto al derecho Pirenaico o Navarro que tenía marcado carácter democrático.
En resumen, nos venden -con mil años de retraso o más- una constución, extranjera e imperialista, intrínsecamente antivasca, que nos proveía con unos supuestos derechos que nosotros ya disfrutábamos y que ellos mismos -pérfidamente- utilizarón para destruir nuestra nación, nuestras leyes y nuestras libertades y obligaciones.
Y la señora Barcina en el poder… la vida es un engaño.