Y de esta forma breve, concisa y no falta de ironía, puso la piedra en que cimentar su triunfo electoral Bill Clintón ante un estupefacto George Bush padre que aún a día de hoy sigue sin entender nada.
Como parece que no hemos entendido nada los nacionalistas vascos que vivimos estos años ya de crisis, la mejor oportunidad que hemos tenido en siglos para avanzar en el camino de nuestra construcción nacional, entretenidos en anécdotas soberanistas, estatutos a cuatro, el conflicto, los presos y no se cuantas zarandajas más perfectamente asumibles por España, mientras desde Madrid se orquesta una campaña recentralizadora, arramplando incluso con su propia sacrosanta Constitución, que amenaza seriamente el único vestigio realmente nacional que nos queda; el Concierto y el Convenio, ante la sordera de los que creemos en este país y el regocijo de quienes aspiran a un “sano regionalismo”.
Si algo bueno han tenido los gobiernos vascos desde la aprobación del Estatuto ha sido su capacidad de gestión y de avance económico, basados como no podía ser de otra manera en su capacidad de autogobierno fiscal y financiero, que supieron como salir de la situación dramática en que se encontraba este país sumido en una reconversión industrial salvaje que acabó con el tejido industrial tradicional y en un paro galopante para construir una de las regiones europeas de mas alto nivel de bienestar humano, más avanzadas en lo tecnológico y de mayor cobertura social.
No se si ha sido una cuestión de suerte y oportunidad o de nuestra propia incapacidad para articular un proyecto común con los pies en la tierra y alejado de utopías tercermundistas que olvidan en que sitio exacto del globo nos encontramos, pero el caso es que tenemos al peor gobernante posible en el peor momento posible.
Si, de verdad, aspiramos a la independencia y a ser dueños de nuestro propio destino el camino no puede ser otro que la economía. Solo desde la economía podremos llegar a esa “ventana de oportunidad” que nos lleve a la independencia, solo cuando nuestro tejido productivo, nuestro sistema de cobertura social, nuestro nivel de renta, nuestras cuentas públicas, nuestra tecnología, nuestro nivel educativo nos acerque a las potencias punteras de Europa seremos reconocidos como uno más en el club y dejaremos de ser un problema interno de uno de los socios pobres del continente. Dejaremos de ser un miembro más de la orden mendicante y seremos reconocidos en el concierto de las naciones.
Y eso solo lo podremos hacer desde el autogobierno económico, ese que amenazan con límites de deuda o supervisiones presupuestarias.
Podemos tener justas reivindicaciones culturales, políticas, territoriales, lingüísticas e, incluso, humanas, todas las podremos resolver siendo dueños de nuestro propio país. No podemos perder este tren como perdimos el de la construcción de las naciones europeas modernas enzarzados por un Dios, una patria y un rey que no eran nuestros y perdiendo a cuenta lo que si lo era; el Fuero.
Así, hoy más que nunca, en Euskadi, podemos decir…
¡Es el Fuero, imbecil!
Ander Muruzabal