La mirada atormentada del pasado en la nuca de la conciencia, su vida cobra sentido en cada una de las siete almas del paraiso accidentado de aquella curva… que atendió la llamada nocturna de un teléfono despistado.
La mansión del aterdecer concede vistas al mar para niños que ya no son tristes y madres que por fin contemplan el amanecer de su violeta piel. La mirada de un ciego enamorado puede recuperar su luz, la sonrisa anciana vuelve a ser niña al menos por un día, como la diálisis que purifica el sueño de una sangre depurada por última vez. Y por primera, el palpitar de un corazón de femenina pasión que desea correr en el prado verde de un silencioso dogo paciente, delicada melodía para la cicatriz del orgullo. Nos queda la agonía esperanza de la última oportunidad, esa que tan solo da la fría bañera diseñada para el último beso de su amiga, bella y motal avispa marina. Siete almas para un emotivo sacrificio de amor.