El sábado por la noche se conocieron los resultados de la votación del Consejo Político de UPN en la elección del candidato designado para tapar el hueco dejado por la repentina espantada de Yolanda Barcina y estos se apartaron poco del guión previsto por la todavía, y cada día menos todavía, presidenta del Gobierno de Navarra y dueña y señora de las estructuras del partido desde el fiasco del sector quesero en el último Congreso de UPN; un nuevo sopapo al ex presidente Sanz y a su candidato de circunstancias, los vaivenes de Alberto Catalán y su medrosidad han sido las que han clavado el último clavo de su ataúd político.
Pero el resultado, aunque más claro que en el último Cónclave regionalista, sigue sin garantizar la cohesión de UPN; un 60 a 40, en un órgano hecho a imagen y semejanza de la lideresa, no es precisamente el adecuado para frotarse las manos ni brindar por la victoria y, menos todavía, cuando al día siguiente se celebra la fiesta del partido, preparada a mayor gloria del triunfador, y la noticia fueron más las ausencias que el habitual coro de aplaudidores de la cosa.
Así las cosas, la pregunta es ¿Existe un riesgo real de escisión en UPN?