En estos agitados días de precampaña electoral, cuando las proclamas y las frases grandilocuentes sustituyen a los discursos templados y racionales, corremos el riesgo de dejar pasar sin un verdadero análisis auténticos disparates políticos. Y viene esto a cuento del menosprecio que estamos viendo en estos días a la que ha sido nuestra norma de convivencia y que ahora algunos pretenden sustituir en aras a no se que pretendida modernidad o a no se que derechos colectivos.
No es que hayan sido precisamente UPN y PSN los más entusiastas defensores del fuero navarro, con su ya larga historia de adaptaciones a gusto del consumidor y desde la exclusión de una parte importante de la sociedad navarra, no lo olvidemos tan titular de nuestros derechos históricos como la que ellos representan. Y la mejor prueba es ese Amejoramiento que con tanto ahínco defienden que negociaron a hurtadillas entre ellos y sustrajeron al refrendo popular sometiéndolo a una voluntad constitucional ajena y que cambian en función de sus intereses electorales y los del gobierno monclovita de turno.
De cualquier modo, sino en cuanto al contenido si por lo menos en cuanto a las proclamas, tendremos que estarles agradecidos por llamar a la Comunidad, foral, pese que algunas veces más parezca floral que otra cosa, y no haber demolido todavía el monumento del Paseo Sarasate, aunque no se hayan dignado, un siglo después de su construcción, a inaugurarlo y solo se hayan acercado a él un prescindible marzo de 2007 para prostituir su significado.
Sin embargo, y a pesar del trapicheo descontrolado con el que manejan el fuero al que ya han desposeído de todo su sentido original, hay quienes todavía son capaces de superarlos y se descuelgan con la petición de la supresión de los “privilegios” medievales forales en base a no se que mal entendido sentido de la ciudadanía y la soberanía nacional, española off course, como es el caso de UpyD a la que tienen la poca vergüenza de apellidar navarra o el no menos llamativo de los que denominándose Amaiur hacen llamamientos a la recuperación de la soberanía original de Euskal Herria.
Olvidan unos y otros que la soberanía no es fruto de determinadas identidades colectivas míticas o místicas, la identidad es parte de cada persona pero desde su perspectiva propia y siempre fruto de la libertad individual, y que no se construye de arriba a abajo desde la imposición sino de abajo a arriba por la suma de las voluntades individuales en un consenso básico.
No se trata pues, como decía Zapatero, del «juntos vivimos, juntos decidimos» sino de si queremos vivir juntos y cuanto de juntos y aqui la primera decisión es exclusivamente nuestra.
Así pues, somos los navarros los únicos capacitados para alterar ese pacto de convivencia mediante la suma de nuestras voluntades y en el ejercicio de ese derecho podremos reformarlo en el sentido que sea pero sin exclusiones ni interferencias. En todo caso será nuestro deber legar esa capacidad de decisión a las futuras generaciones de navarros como nos la legaron a nosotros nuestros antepasados.
Pero claro, esto no son más que reflexiones de uno que se quedó en el medievo y que tiene la rara percepción de que esa suma de voluntades y ese consenso básico es lo que precisamente representa el fuero. Ese que tenían que jurar reyes navarros, primero, y españoles, después, para ejercer su soberanía sobre Navarra, ese que alteró el constitucionalismo español imponiéndonos un ámbito de decisión ajeno, ese que languidece día a día en manos de quienes no creen en él o ese que quieren alterar los otros desde la mítica y la mística.
Ander Muruzabal