Con la muerte del Dictador y el comienzo de la Transición, el nacionalismo vasco dejó atrás cuarenta años de exilio exterior y resistencia interior para volver a protagonizar el futuro de este país y su construcción. Hoy, treinta y cinco años después, hemos avanzado notablemente en esa tarea, aunque no sea este nuestro mejor momento, pero a fuerza de ser sinceros pocos esperábamos que a estas alturas del S. XXI la Euskadi que veíamos en esos momentos de ilusión recuperada fuese la que tenemos.
¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué errores hemos cometido en el camino?
En mi opinión, fundamentalmente dos; la pervivencia de ETA y el enquistamiento de la ideología totalitaria y anacrónica que la sustenta y la incapacidad de percibir que la institucionalización del país tenía dos velocidades distintas en función del propio desarrollo del nacionalismo en los diferentes territorios históricos.
El primero achacable al nacionalismo vasco en general, por acción o por omisión, ha estado presente en la mente de todos, día tras día, con sus secuelas de violencia, extorsión y asesinato, y con la algarada (movilizaciones populares para unos y terrorismo de baja intensidad para otros) como herramienta de acción política.
Las consecuencias también están a la vista de todos; negación de derechos y libertades fundamentales, detenciones indiscriminadas, cierre de medios de comunicación, juicios fantasmales, criminalización de todo el nacionalismo en su conjunto y, finalmente, el frentismo españolista liderando las instituciones vascas: PSE/PP en la CAPV y UPN/PSN en la CFN.
El segundo, latente también en todo el conjunto del nacionalismo vasco, tuvo su máxima expresión en el disparate protagonizado en 1983 por el Partido Nacionalista Vasco al disolver su organización navarra en función de no se que “jumelage” de intercambio de cargos sin entender que lo que podía ser natural y creíble en la CAPV no era ni lo uno ni lo otro en la CFN.
Las consecuencias también estan a la vista de todos; desaparición de EAJ en Navarra, escisión de EA y la conversión de UPN, entonces una fuerza emergente pero minoritaria y que parecía destinada a una desaparición más temprana que otra cosa (Otros proyectos mejor estructurados e ideológicamente más potentes situados en el mismo espectro sociológico como el CDN viven hoy sus últimos días a la espera de la sentencia definitiva de las urnas), en la fuerza hegemónica de la política navarra, con las consecuencias que esto ha tenido no solo para el nacionalismo político sino para la pervivencia de la cultura y la lengua vascas en Navarra.
Y en estas estábamos cuando hace siete años una serie de factores diversos, estrechamente vinculados a la marginalidad del nacionalismo vasco político en Navarra y esta a su vez con la hegemonía del MLNV en el ámbito abertzale de la Comunidad Foral, probablemente coyunturales, era necesario visualizar en Madrid la “otra” Navarra, dieron origen a Nafarroa Bai.
Ante la sorpresa de propios y extraños, el experimento fue todo un éxito y supuso un soplo de aire fresco, el relanzamiento moral del vasquismo político en Navarra y un vuelco total del equilibrio electoral en Navarra y como consecuencia de ello la voladura del pacto de hierro UPN-PP que monopolizaba la vida política navarra. Por primera vez en 35 años los navarros pudimos ver el cambio como algo posible.
Pero Nafarroa Bai tenía tres señas de identidad que de alguna manera “borraban” los errores cometidos y le daban credibilidad:
La transversalidad, entendida como acuerdo entre diferentes que permitió a navarros vasquistas, abertzales, progresistas y de izquierdas entenderse para lograr objetivos comunes; finalizar la inconclusa transición navarra abortada por la imposición del Amejoramiento y normalizar la vida política de Navarra sacando del “gheto” al nacionalismo vasco y posibilitando nuevas fórmulas de gobierno y el ansiado cambio.
La concepción de Navarra como sujeto político de decisión desacreditando el arma del navarrismo esgrimida por UPN como camuflaje de su flagrante españolismo.
Y la figura de su Diputada; Uxue Barkos, con capacidad y carisma para dar cara a ese proyecto integrador, con un brillante currículo parlamentario, con la renovación como bandera, sin historia política anterior y con un contrastado tirón electoral. A día de hoy sigue siendo la política navarra mejor valorada.
El sábado, Pello Urizar, a la sazón presidente de EA consiguió de un solo plumazo cargarse las tres:
La transversalidad al entregar Nafarroa Bai a Batasuna alegando que la candidata/o al Ayuntamiento de Iruña “debe apoyar la acumulación de fuerzas y su estrategia común con Batasuna de integración de esta en Na Bai”.
La condición de Navarra como sujeto político de decisión al hacerlo en contra de la decisión de las bases navarras de EA aprobada en Asamblea y por unanimidad.
Y el ticket electoral de Na Bai al recaer el veto sobre Uxue Barkos.
No se le puede negar precisión a la actuación después de liquidar los tres elementos identificativos de Na Bai en una sola decisión. Esperemos que Batasuna le pague tan preciado servicio.
Entre tanto, a los que seguimos creyendo en Na Bai como herramienta de cambio creo que ya no nos han dejado más que un camino…
Ander Muruzabal