Que la, todavía, presidenta Barcina se haya sumado entusiasta a la “renovación democrática” propuesta por Rajoy no es algo que me pueda extrañar o, al menos, no más que la ocurrencia del segundo de llamar así a lo que no es más que un intento de garantizar cuotas de poder cuando el sistema bipartidista se derrumba. Ambos comparten un concepto de democracia que cada día se parece más a la democracia orgánica de aquel señor bajito que tampoco tuvo mayor empacho en llamar democracia a la dictadura más longeva que dio Europa el siglo pasado.
Pero claro, quizás solo se trata de la añoranza por aquel automatismo del Amejoramiento que garantizaba de facto el reparto de poder perpetuo entre UPN y PSN en el Palacio Foral, reparto que dio “jugosos” frutos como la inenarrable teoría del quesito o la simbiosis política entre ambos hasta la incapacidad intelectual de distinguirlos. Costó años de esfuerzo acabar con aquel anacronismo antidemocrático que hundía sus raíces en lo más profundo del franquismo y dos minutos recomponer la situación a las órdenes de Ferraz y Génova.
Más adecuado parecería que la, todavía, presidenta pusiese su mirada en el auténtico agujero a la foralidad navarra que está haciendo el Tribunal Constitucional a base de anular leyes legítimas emanadas del Parlamento de Navarra en uso de sus competencias ante su absoluta indiferencia. Olvida la, todavía, presidenta que el Fuero seguirá siendo el referente legal de Navarra aun después de que ella termine de perpetrar su labor de destrucción de cualquier vestigio de autogobierno en esta tierra y que los navarros, incluidos los de su partido, seguiremos viviendo aquí aun cuando ella alcance otras metas, pingüemente retribuidas, más allá del Ebro.
Pero lo que a uno no puede llevarle más que a la perplejidad absoluta es el nivel de desconexión de la, todavía, presidenta con la sociedad que presuntamente gobierna y a la suspicacia, por ese afán de atornillarse a la poltrona sin más consideración que repartirse las prebendas que el poder, aunque sea nominal, lleva aparejadas. Habrá que recordarle a la, todavía, presidenta que hace dos años que no aprueba una sola Ley o que su delfín municipal ha sido incapaz de aprobar un solo presupuesto en todo lo que llevamos de legislatura, algo que lleva camino de convertirse en mítico en la política Navarra, dada su absoluta incapacidad, de casta de viene al galgo, de pactar algo con alguien.
Lo democrático hubiera sido en su caso, y en el de su delfín, la dimisión y dejar el paso libre a otro sin esa incapacidad genética o a los propios ciudadanos para que pusieran a cada cual en su sitio y solucionaran lo que su incompetencia ha convertido en la legislatura más penosa, por inútil, de la historia reciente de Navarra.
Habrá que recordarle a la, todavía, presidenta que le pagan para gobernar, no para salir en la foto de la recolección de espárrago, por muy emblemática para Navarra que sea la hortaliza en cuestión, o en la portada del Vanity Fair, por mucho que el PhotoShop sea capaz de hacer auténticos milagros, y ella está absolutamente incapacitada para ello. A un demócrata jamás le da miedo dar la voz a la ciudadanía.
Lástima que la, todavía, presidenta confunda la democracia y el ejercicio del poder con las consecuencias, ventajosas por supuesto, que ello pueda tener para si misma y para sus correligionarios.
No deja de ser sorprendente la duda que crea ese empeño por acceder al gobierno cuando no se puede gobernar y más todavía la respuesta plausible a esa duda.
Pero volviendo a la profundamente antidemocrática propuesta de Rajoy de que gobierne la minoría mayoritaria que puede propiciar gobiernos tan esperpénticos como el de Maya en Iruña o el de la propia Barcina en Navarra en el que se ha sustituido la voz de los representantes de la ciudadanía por la nada absoluta o por la de los magistrados del constitucional, Dios sabe quien los habrá elegido para gobernar Navarra, hay soluciones democráticas que impiden el compadreo y el reparto indecente de poltronas respetando la voluntad libremente expresada por los ciudadanos, como serían la segunda vuelta o la voto único transferible.
La pregunta es, pues, ¿Se pretende una profundización de la democracia o salvar los muebles del bipartidismo agonizante? Más temprano que tarde se van a imponer fórmulas de democracia participativa y abierta, el horno está para muy pocos bollos ya, pero lo que es seguro es que en ese futuro democrático no tienen cabida políticos fosilizados como la, todavía, presidenta de Navarra.
Ander Muruzabal