Que la, todavía, presidenta Barcina se haya sumado entusiasta a la “renovación democrática” propuesta por Rajoy no es algo que me pueda extrañar o, al menos, no más que la ocurrencia del segundo de llamar así a lo que no es más que un intento de garantizar cuotas de poder cuando el sistema bipartidista se derrumba. Ambos comparten un concepto de democracia que cada día se parece más a la democracia orgánica de aquel señor bajito que tampoco tuvo mayor empacho en llamar democracia a la dictadura más longeva que dio Europa el siglo pasado.
Pero claro, quizás solo se trata de la añoranza por aquel automatismo del Amejoramiento que garantizaba de facto el reparto de poder perpetuo entre UPN y PSN en el Palacio Foral, reparto que dio “jugosos” frutos como la inenarrable teoría del quesito o la simbiosis política entre ambos hasta la incapacidad intelectual de distinguirlos. Costó años de esfuerzo acabar con aquel anacronismo antidemocrático que hundía sus raíces en lo más profundo del franquismo y dos minutos recomponer la situación a las órdenes de Ferraz y Génova.