Una de las interpretaciones interesadas del 11E, visión compartida por cierto entre la extrema derecha española y la extrema izquierda vasca, ha sido vincular la manifestación de Bilbao con un cierto renacimiento del “frentismo abertzale”, una especie de reedición del Pacto de Lizarra. Y digo interesada porque tanto unos como otros saben perfectamente que eso no es lo que ocurrió en las calles de la capital de Bizkaia, como bien dijo previamente Andoni Ortuzar; “Reacciones excepcionales en situaciones excepcionales”. Otra cosa distinta es el rendimiento político que unos y otros pretendan sacar de la venta de esa distorsión.
En Euzkadi, y probablemente en cualquier otro sitio, la política de frentes solo tiene un posible ganador, el extremismo, y un perdedor, la sociedad vasca, que como es natural esta compuesta de gentes de muy diversa orientación política e identitaria y que no por ello dejan de ser vascos y sujetos de derechos y libertades. De la política de frentes jamás salieron soluciones democráticas y de integración social sino totalitarismo y exclusión.
Pero es que, además, todos los experimentos frentistas que se han dado en Euzkadi han sido un rotundo fracaso y no han hecho sino ahondar en la fractura social. Desde Lizarra cuya consecuencia lógica fue el frentismo españolista del gobierno de López apoyado en la ilegalización de un porcentaje importante de la sociedad vasca y la exclusión de la mayoría social de este país de sus instituciones, hasta ese propio gobierno PSE-PP que como es lógico cayo estrepitosamente a la siguiente cita electoral.
Pero si resulta difícil verlo en una sociedad profundamente polarizada como la vasca donde, aunque solo sea excepcionalmente, existe cierta posibilidad de alternancia institucional, es absolutamente clamoroso en Navarra donde no ha existido tal alternancia y donde se ha condenado a mas de un tercio de la sociedad a la exclusión y al ostracismo político e incluso profesional. Ser abertzale en Navarra supone arriesgarse a la marginalidad y al silencio de por vida.
Esa unidad abertzale que algunos reclaman con entusiasmo se diferencia como una gota de agua de otra a la “defensa de la Constitución y el Amejoramiento y la identidad de Navarra” que proclama el dúo UPN-PSN y bajo cuyo paraguas llevan gobernando esta tierra desde la muerte de Franco, antes eran los mismos pero con otros nombres, y fruto de ese gobierno son canalladas democráticas como la zonificación de euskera, la antidemocrática Ley de símbolos, la mordaza informativa impuesta a Euskal Herria Irratia, los ataques al modelo D o cualquiera de los desmanes con que nos han regalado ambos socios de gobierno al noble grito de ¡Que vienen los vascos!, como si nunca hubiéramos estado aquí y les permite esperpentos como la famosa manifestación de marzo de 2007 denunciando la venta de Navarra a los vascos debajo de la estatua erigida por sus bisabuelos donde se definían a si mismos como “Gu gaurko euskaldunok” (Nosotros los vascos de hoy)…
No sería mala idea que aquellos que se entusiasman con polos, frentes y unidades echasen un vistazo a Navarra para comprobar cual es el resultado real de tales políticas, se den un baño de realidad y empiecen a comprender que la nación vasca se construye con Navarra o no se construye.
Y no sería malo tampoco que aquellos navarros que animados por la prospectiva electoral actual caen en la misma ilusión echasen un vistazo a la CAV para ver como acabó el experimento frentista de López.
El país no se construye desde el frentismo y la exclusión sino desde el trabajo diario y la integración de toda la sociedad en un proyecto común compartido. Explorar los límites de cual puede ser ese proyecto y la pedagogía en vez de la demagogia pueden ser un buen comienzo y eso solo se puede hacer desde la transversalidad y el acuerdo entre diferentes…
Y, quizás, de lo que nos unió en otras épocas que es nuestra propia Ley, el Fuero…
Ander Muruzabal