No por sorprendente y disparatada que pudiera parecer la nueva campaña que está protagonizando la Izquierda Abertzale estos días, el último artículo de Barrena; “El PNV, ese agente violento del conflicto” puede resultar un ejemplo paradigmático de ello, no deja de tener su lógica dentro del continuo vaivén a que los “nuevos tiempos” obligan para encajar el “donde dije Diego digo digo” sin tener que ponerse excesivamente colorados.
Cuando se produce el nacimiento de ETA las pautas del conflicto estaban perfectamente claras; ETA nace como un movimiento de resistencia antifascista frente a un gobierno dictatorial sostenido por el ejército y, por tanto eran perfectamente reconocibles los frentes y el enemigo, y relativamente sencillo el argumento justificador de la violencia armada. El debate pues, en aquellos primeros compases, no es la forma de lucha sino la definición del estado que vendrá tras la victoria. Y en ese debate y conclusiones es donde está el origen del fiasco de ETA, cuando se cambia nacionalismo por marxismo y renuncias a tu propio pueblo.
Es tras la muerte de Franco y el fracaso de Xiberta cuando empiezan a complicarse las cosas tanto a nivel político como militar.
A nivel político porque el argumento antifascista ha dejado de funcionar y resulta mucho más difícil deslegitimar una democracia formal, por muchas carencias con que haya nacido, tan molesta para el fin revolucionario de la organización, o incluso más por la desmovilización y disgregación de la oposición política, que el propio régimen fascista que lo originó.
Y a nivel militar porque tras el fracaso del golpe de estado del 23F la esperanza de involución, hasta ese momento ciertamente presente, que sustentaba la estrategia de golpear continuamente a los que habían sido siempre el objetivo; Ejército, Policía y Guardia Civil se fue diluyendo como un azucarillo lo que solo condujo a una carnicería sin sentido de la que cada vez era más difícil sacar el rédito político buscado que no es otro que un golpe capaz de devolver las cosas a su situación anterior, mucho más propicia para un levantamiento popular revolucionario.
Cuando a mediados de los 90 la sociedad vasca empieza a expresar su hastío por la violencia y la contestación a la estrategia armada es cada vez más fuerte, incluso en las propias filas de la IA, ETA toma conciencia de que hace tiempo que ha entrado en una vía muerta y, en vez de abandonar la violencia e intentar integrarse en la vía civil, opta por la otra solución posible; extender el conflicto, hacer partícipe a toda la sociedad de su lucha, socializar el sufrimiento. Nunca más nadie en este pueblo podrá mantenerse al margen.
Esa decisión militar tiene una consecuencia clara en la política que es su silenciamiento más allá de su captación de nuevos militantes o el silencio cómplice cuando no el apoyo abierto a las acciones de la organización, y como resultado su minorización político-electoral que se pretende soslayar con la utilización de las treguas como herramienta electoral, pasando la responsabilidad del mantenimiento del clima de terror a la Kale Borroka.
Con Oldartzen ETA quiso convertir su imaginaria guerra España/Euzkadi en una guerra civil entre vascos obteniendo el resultado contrario al perseguido; más hastío social y más contestación interna y externa, y a la postre su derrota final, en este caso el abandono de la vía militar y el paso del testigo a la IA política; ilegalizada, minorizada y desacreditada.
Con ETA fuera del escenario, el problema de la ilegalización era cosa de tiempo como la recuperación electoral, baste ver los números de la IA con ETA en tregua o sin ella, pero el descrédito político y ético de la IA era un problema de mucho más difícil solución sin renunciar a su propia esencia y se optó por la estrategia de la amnesia selectiva; los nuevos tiempos, aquí no ha pasado nada y pelillos a la mar que tan buen resultado dio al tardofranquismo en la Transición española, el problema es que la sociedad vasca no estaba ya para milongas…
Y como el hombre es el único ser que tropieza dos veces con la misma piedra, y los estrategas de la IA las que haga falta, a alguno se le ha ocurrido rescatar de las estanterías Oldartzen y hacerle un lifting político; los nuestros han matado mucho pero vamos, como todos, mas o menos… De la socialización del sufrimiento a la socialización de la culpa.
Los que no hemos estado con la estrategia violenta de ETA ni con la represión ilegítima del Estado, que se dio, y que hemos denunciado alto y claro ambas, no vamos a consentir semejante impostura. Paz si, memoria y reparación, también.
Pero, quizás, lo más surrealista de todo esto es la postura en que quedan los dos socios de la IA en su nuevo recorrido; Aralar y EA.
Aralar porque en su día protagonizó la ruptura de la IA como consecuencia precisamente de Oldartzen en base a su postura utilitarista en cuanto a la violencia, postura que por cierto asume ahora la IA como auténtica religión, en una victoria pírrica de los aralarkides que ven como el triunfo de sus tésis supone su propia eliminación política y, sin olvidarnos de la Aralar realmente ética que surgió a posteriori aunque esta parece que hace tiempo que abandonó las filas de los de Zabaleta.
Y EA, sobre todo EA, que desde su impecable e intachable trayectoria ética va a ver como sus nuevos compañeros de viaje ensucian su historia y los convierten en un “agente más de la violencia”.
De verdad, Garaikoetxea… ¿Merecía la pena el viaje?
Ander Muruzabal