El pasado viernes se publicaba en las páginas de opinión de Diario de Noticias de Navarra y en [Enlace roto.] un artículo de varios autores en que se hacía una reflexión sobre la situación en la que ha quedado Euskadi tras las elecciones del 1-M, y donde de manera bastante clara se apostaba por una reedición de Lizarra-Garazi, repitiendo todos los tópicos que llevaron al fracaso de aquel intento de pacificación; el escenario “democrático”, “colaboración” entre las fuerzas abertzales, soberanismo, nueva izquierda abertzale exclusivamente política y, por supuesto, la “exigencia” al PNV de apostar en exclusiva por la vía soberanista.
Nada nuevo, sino fuera porque la actual coyuntura política y la grave irresponsabilidad de Patxi López, y del propio Zapatero, propiciando un gobierno frentista en contra de la mayoría social de este país, puede llevar a algunos a sucumbir a la tentación de reeditar el enorme fracaso para la sociedad vasca que supuso Lizarra-Garazi, y ahondar más en la separación entre vascos y en la decepción política entre las propias filas del nacionalismo vasco.
Es hora ya de plantearnos cual debe ser el papel del nacionalismo vasco en el S. XXI y para ello deberemos de hacerlo desde el conocimiento de la sociedad del S. XXI y desde la teoría política actual, y en un mundo internacionalizado, con una economía global, con un desarrollo masivo de la inmigración, con un gran auge de la multiculturalidad, con un desarrollo inusitado de entidades supranacionales, la fórmulas impositivas del S. XIX han pasado a mejor vida.
El nacionalismo democrático debe plantearse seriamente un nuevo modelo de país donde todos los vascos, independientemente de su identidad nacional, tengan cabida, un nuevo modelo de país que pueda superar definitivamente la separación territorial y un nuevo modelo de país que permita su progreso social y económico. Y este nuevo modelo de país no puede basarse en la imposición soberanista. Llevamos muchos años defendiéndonos de la agresión soberanista española como para ahora querer hacer lo mismo desde nuestro bando, olvidando que a pesar de su identidad nacional, los otros también son vascos.
La existencia de la UE como ente supranacional y la figura de las euroregiones pueden ser claves a la hora de definir ese nuevo modelo de país y la tradición foral propia de los vascos su clave jurídica.
Creo, como gran parte del nacionalismo, que el marco del Estatuto de Gernika está superado, y lo que es más grave, está superado sin haberse explorado a fondo todas sus capacidades, y ello gracias a la cerrazón del nacionalismo español que tan bien han escenificado estos dos últimos años los pactos UPN-PSN y el más reciente PSE-PP, y a la sinrazón de la autodenominada Izquierda Abertzale.
Y desde luego la opción soberanista no es la más adecuada para los tiempos que se nos avecinan, deberemos de tener un poco más de imaginación y de creatividad para poder definir ese nuevo modelo de país donde los conceptos patria y nación no sean unívocos y donde formulas como la cosoberanía y los tratados o los Órganos Comunes tengan un protagonismo mucho más destacado que el que han tenido hasta ahora.
El “y tú más” que propugna el soberanismo no tiene otra llegada que la confrontación permanente entre vascos, el enquistamiento del problema y la permanencia de ETA.
Pero en algo si estoy de acuerdo con los autores del artículo, las elecciones del 1-M han sido el punto de partida, un punto de inflexión en la trayectoria del nacionalismo desde la transición, para que el soberanismo afronte de una vez su gran reto, y este no es otro que su evolución. El paso de una concepción de nacionalidad anclada en el S. XIX, concepción por otra parte igualmente enraizada en lo más profundo del nacionalismo español y origen de la confrontación y de la imposibilidad de que se resuelva sin vencedores y vencidos, a una concepción de nacionalidad integradora y pluriidentitaria.
Repetir, aquí y ahora, el esquema de Lizarra-Garazi, esperando y creyendo en la “beatitud” de ETA, en el valor de la Izquierda Abertzale para imponer un criterio político, en el espíritu democrático del nacionalismo español y en el “fair play” de quienes han impuesto su nacionalidad durante décadas pese a ser minoría, es creer en Los Reyes Magos…
Es momento, efectivamente, de altura de miras, pero desde arriba no se ve Malzaga, se ve Bruselas…
Ander Muruzabal