¿SUBES O BAJAS?

Huías… pero era en mí

y de ti de quien huías.

¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para qué?

Por todo lo que es vial,

ascensor, tragaluz, puerto

para fugarse del hombre

en el hombre: por la voz,

por el pulso, por el sueño,

por los vértigos del cuerpo…

Por todo lo que la vida

ha puesto de catarata

-en el alma y en el alba-

Huías…Pero era en mí.

Fuga. Jaime Torres

 

El ser humano sueña constantemente con realizar gestos únicos, hazañas grandiosas que puedan ser admiradas o actos que cambien el futuro de la humanidad. Sin embargo, incluso aquellos que consigan aportar algo nuevo y valioso a esta vida pasarán el noventa por ciento de su tiempo realizando acciones cotidianas. Porque la vida se compone de un soplo de momentos únicos y de interminables momentos de cotidianidad.

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Fotografía de Ignacio de Álava.

 

¿Y existe algo más cotidiano que un ascensor? ¿Cuántos minutos al año pasamos en ellos? Sinceramente no lo sé pero intuyo que si cada uno de nosotros realizásemos ese cálculo nos resultaría más que sorprendente. Pero pese a ser un espacio habitual en nuestras vidas el imaginario del ascensor está  ligado a momentos especiales porque esa maquinaria de hacer posible lo imposible llamada cine no ha dejado de regalarnos historias de todo tipo al respecto del mismo.

En “La Trampa del Mal” (Dirigida por Erick Dowdle), por ejemplo, un grupo de personas queda atrapada en un ascensor y descubren que una de ellas es el diablo. ¡Ahí queda eso! En la prescindible cinta de Dick Maas titulada “El ascensor” la maquina adquiere vida propia y comienza a decapitar personas a diestro y siniestro. Hay también historias perturbadoras que no necesitan  litros de sangre para hacernos sentir verdadera angustia. Es el caso de la fantástica obra de Louis Malle “El ascensor del cadalso” en la que Julian ( Maurice Ronet) queda atrapado en el ascensor de la oficina donde ha matado a su jefe. Si alguno está pensando en deshacerse de algún compañero de trabajo no olvidéis utilizar después las escaleras.

Y claro está que el ascensor forma también parte de nuestros sueños más calientes porque el cine nos ha convencido de que los polvos de ascensor son tan habituales como el café de media tarde.  En “Class” de Lewis John Carlino, un jovencísimo Andrew McCarthy es arrollado por la exuberante madurez de Jacqueline Bisset y el famoso “¿arriba o abajo?” se transforma en “¿de pie o tumbados?”.  Ya nos podía haber pasado a todos algo así con 17 años porque si yo recuerdo mi primera vez puedo llorar…de risa. Y no quiero ni recordar lo de Michael Douglas y Glenn Close en “Atracción fatal” porque eso señoras y señores es otra liga.

No obstante, aunque el cine surja de la vida la vida nunca es cine (por mucho que nos intente convencer Aute), así que nuestros viajes en ascensor son más sencillos que todo esto pero no por ello dejan de ser interesantes. Desde este escenario de lo cotidiano realicé la pasada semana una performance junto a Ana Rosa Sánchez, artista y educadora, y una de esas personas que te recuerdan siempre que los gestos mínimos y sencillos son los que construyen realmente nuestra identidad. Cada vez es más difícil asistir a una acción performativa que se construya desde lo sutil. Parece que sólo el desnudo, la agresividad o la sexualidad explícita forman parte del discurso artístico en este complejo lenguaje. Por ello, la propuesta que desarrollamos dentro de la semana de El barrio de los Artistas resultó especial.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

La performance  se construyó  desde la delicada sonoridad de la poesía bajo el título “Tiempo de palabra(s)”.  La acción tuvo lugar en un ascensor público, el ascensor de Descalzos que une el barrio de la Rotxapea con el Casco Viejo de Pamplona.  El principal objetivo era romper la cotidianidad de un espacio público que por estrecho, pequeño y casi siempre abarrotado genera situaciones incomodas. Un escenario en el que tenemos siempre la oportunidad de comunicarnos con otros y sin embargo, en muy contadas ocasiones esta comunicación se realiza de forma espontánea y relajada.  Ese “no lugar” como define el antropólogo  Marc Auge que “carece de la configuración de los espacios, es en cambio circunstancial, casi exclusivamente definido por el pasar de individuos. No personaliza ni aporta a la identidad porque no es fácil interiorizar sus aspectos o componentes. Y en ellos la relación o comunicación es más artificial.” Y es precisamente esa comunicación o más bien la falta de ella la que deseábamos activar.

La acción comenzaba en el interior de una de las cabinas. Frente a frente, y sin apenas tener contacto visual por estar rodeadas de personas, comenzábamos a leer poemas modulando la intensidad de nuestras voces que pasaban del susurro al grito en un espacio corto de tiempo. Cada poema leído era arrojado al suelo y allí permanecía pisoteado por silletas de bebés, bicicletas y personas. La sensación me resultó extraña porque oía mi voz con claridad al tiempo que el eco me hacía sentir el silencio y el espacio de forma muy presente.

Fotografía de Ignacio de Álava.
Fotografía de Ignacio de Álava.

 

En una segunda parte, abandonábamos el ascensor para situarnos entre las dos colas de gente que esperaba nerviosa y cansada a que llegase su turno. En este caso ya no leíamos las mismas poesías sino que cada una iba recitando las suyas propias de forma que la palabra se desdibujaba ya que nos ‘pisábamos’  mutuamente  al tiempo que nos sentíamos cerca pues nuestras espaldas se tocaban. En dos ocasiones el azar nos llevo a leer el mismo poema. Entonces las voces se encontraron y sentí el alivio de “caminar” de la mano de Ana.

Por último, volvíamos a la cola para esperar turno en el siguiente ascensor (en el que seguiríamos leyendo). En este caso, nos íbamos leyendo poemas la una a la otra mientras avanzábamos con la gente hacia la cabina. Fue curioso advertir como muchos evitaban el contacto físico con nuestros cuerpos como si estuviésemos contaminadas de una enfermedad  terriblemente contagiosa.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

Leer poesía parece una acción inocente y hasta romántica que en poco puede alterar el entorno. Sin embargo, las reacciones fueron muy diversas y no siempre amables.  En el interior mucha gente nos daba la espalda y hasta subía el volumen de sus voces para seguir su conversación. Otros, sin apenas pararse a escuchar nos preguntaban qué era eso que hacíamos y al no obtener respuesta  abandonaban indignados el ascensor. Era evidente que la mayoría nunca se había enfrentado a una performance pero el hecho de sacar la acción de un escenario propiamente artístico como un museo o un centro de arte y llevarlo al escenario de «lo común» es lo que hace de la acción artística un acto de militancia.

Fue también sorprendente  la reacción de los niños más pequeños que conseguían evadirse de las conversaciones adultas y levantaban la cabeza en silencio para mirarnos con los ojos muy abiertos. Curioso también ver cómo algún pequeño se asustaba cuando elevábamos la voz en la lectura y sin embargo, no se inmutaba ante las voces altas de los adultos que le rodeaban. Su cotidianidad asumía los gritos de los mayores pero no el ritmo musical de un poema.

Fotografía de Mikel Tolosana.
Fotografía de Mikel Tolosana.

 

Los papeles escritos que íbamos tirando al suelo también fueron objeto de muchos comentarios. Algunos se agachaban a cogerlos tímidamente e incluso se los llevaban después. Varias personas nos preguntaron malhumoradas si eso lo íbamos a recoger luego nosotras y otro hombre, sorprendido y feliz a la vez, recogió un puñado del suelo y se puso a repartir a otros diciendo: “¡Hay poemas en todos los idiomas!”

La acción duró algo más de una hora que es un tiempo largo si una piensa en el interior de un espacio tan pequeño y con una temperatura de más de 30 grados. Sin embargo, mi recuerdo se construye de momentos muy cortos que se hicieron interminables. El más difícil, y creo coincidir también con Ana, fue la discusión que se generó entre una mujer que entró en el ascensor con una bicicleta y un señor que al intentar encontrar un hueco le dio un suave golpe en el codo. La primera le empezó a gritar, el segundo le contestó también gritando y ambos continuaron en una discusión sin sentido adornada con todo tipo de insultos mientras nosotras poníamos voz a Machado, Baudelaire, Uribe, Plath, Oteiza, y tantos y tantas poetas y poetisas. El sinsentido del empeño por hacer de lo cotidiano lo inhabitable. El sinsentido de no dejar de gritar por el miedo a pararse a escuchar. El sinsentido de malgastar el tiempo que es ya de por sí tan frágil y tan efímero. El sinsentido de olvidar que en el momento en que perdemos la capacidad de comunicarnos lo hemos perdido todo.

Hace poco leía que la empresa nipona Obayashi Corp. estaba estudiando la posibilidad de construir un ascensor hacia el espacio. Su objetivo es construir un elevador capaz de transportar pasajeros a una estación espacial situada a 36.000 kilómetros de altura. ¿Os imagináis lo que podría pasar en un ascensor así? ¿Seríamos capaces ante un trayecto tan largo de escuchar al prójimo? ¿Tendríamos capacidad de estar en silencio sin sentirnos incómodos? ¿Nos resultaría igual de molesto el roce de los cuerpos o el tiempo los haría más cercanos? ¿Se transformaría ese “no-lugar” en un lugar habitable ante el largo tiempo que tendríamos que pasar en él? La verdad es que resulta imposible hacerse a la idea porque en nuestras cabezas es aún una historia de ciencia ficción. Centrémonos pues en trabajar nuestros espacios cotidianos empezando por esos ascensores que todos tenemos obligatoriamente que utilizar a lo largo de la semana. Aprovechemos esos breves viajes para observar, descubrir, escuchar, y si en alguna ocasión alguien nos lee un poema disfrutémoslo porque  el tiempo también es de la(s) palabra(s).


Ana: gracias de corazón por tu generosidad al acompañarme de la mano en esta acción. Y no puedo dejar de sentirme también agradecida a Mikel Tolosana e Ignacio de Álava por sus fotos ya que gracias a su mirada hemos podido situarnos del lado del espectador y mirarnos en el espejo.

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EL ARTE ES UN PROCESO RELIGADOR

 

“Que el arte consiste, en toda época y en cualquier lugar

en un proceso integrador, religador, del hombre y su realidad,

que parte siempre de una nada que es nada y concluye en otra Nada que es Todo,

un Absoluto, como respuesta límite y solución espiritual de la existencia.”

QuousqueTandem…! Jorge Oteiza

 

Hace ya tiempo que tengo la sensación de estar encerrada en una esfera en la que hay muchas y variadas cosas pero que gira a tanta velocidad que no consigo salir de ella ni para coger aire. Cuando me siento así, ahogada y aprisionada,  me invade primero la tristeza pero después intento recuperar de mi memoria proyectos gracias a los cuales he aprendido a vivir de manera más serena y justa. El mundo del arte me enfada, me enerva y me decepciona constantemente pero el arte me da la vida y ese aire que me falta tan a menudo.

‘Mi caja. Tu refugio’ es un proyecto al que necesito volver cada cierto tiempo. Fue difícil y apasionante a partes iguales y hoy os lo cuento con toda la sinceridad de la que soy capaz porque a mí me ayudo a valorar enormemente mi siempre insatisfactoria vida. Tras alguna breve colaboración con actividades artísticas en centros penitenciarios decidí que ya era hora de realizar mi propio proyecto en la ciudad que hace ya muchos años me adoptó como a una más, Pamplona.IMG_0065

En el mundo de la educación artística una siempre tiene que dar el primer paso porque si no el desierto puede helarse bajo tus pies antes de que te ofrezcan algo interesante. Por ello, solicité una cita con la dirección del centro penitenciario de la ciudad para proponerles una colaboración. Aun a riesgo de parecer exagerada os digo que ya en esa primera cita me di cuenta de que entraba en un terreno difícil. Cruzar las puertas de una cárcel (y algunos lo habréis tristemente vivido) genera una sensación desagradable. Te sientes tan observada, tan vigilada y tan analizada que sin quererlo te crees culpable de algo nada más mostrar tu DNI. Recuerdo que ese día comenté con un amigo: << ¿Te imaginas que alguien de algún diario me ve entrar por la puerta de la cárcel y me reconoce?>> Hubiese animado los corrillos sociales de esa semana.

El caso es que el proyecto (creo que porque en el fondo tampoco sabían muy bien lo que quería hacer)  fue aprobado, y a partir de ese momento empecé a cruzar la puerta de la cárcel una vez por semana durante algo más de tres meses. La sensación del primer día no desapareció nunca. En esa primera reunión me dieron a elegir entre trabajar en el módulo de mujeres o en el de los hombres. Y como ya me vais conociendo sobra decir que ese carácter vehemente que me acompaña siempre no me dio otra opción más que elegir el de hombres. Me parecía más difícil trabajar con ellos y, en consecuencia, más honesto.IMG_0171

Los primeros problemas empezaron, como casi siempre en esta vida, con las prohibiciones del propio centro penitenciario. Era una cárcel antigua ( hace poco que se abrió un nuevo centro) poco dada a proyectos de este tipo. Así que:

  • Prohibido utilizar en los talleres cola, pegamento de tubo y elementos cortantes ( tijeras, cutters, etc)
  • Ninguno de los materiales utilizados en el taller podrá salir del centro.
  • Al acabar cada taller ninguno de los presos puede llevarse ningún material para continuar con el trabajo fuera del aula.
  • La tarjeta de memoria de la cámara se entregará a seguridad al acabar el taller y se volverá a recuperar a la semana siguiente. Esto supuso que no pudiese realmente ver lo que había fotografiado ni analizarlo hasta acabar del todo el proyecto.
  • Prohibido preguntar a los participantes sobre su situación en el centro.

Excepto la molesta imposición de tener que entregar la tarjeta de memoria de la cámara, sobra decir que el resto sufrió innumerables fisuras que en estos ámbitos se consiguen a base de paciencia y una serena sonrisa.

  • Conseguí introducir unas tijeras y cutter con la promesa de que sólo las utilizaría yo. Promesa incumplida.
  • Conseguí sacar algún material del taller explicando que los volvería a traer a la semana siguiente. Promesa incumplida.
  • Conseguí regalar materiales como lápices, papeles de colores, pinturas, etc. a muchos de ellos con la promesa de que trabajarían con ello. Promesa incumplida conscientemente porque sabía que lo utilizaban para otras fines.

La primera parte del proyecto consistió en hablarles del artista. Proyecté videos, leí poesías y les conté mil historias. Sólo uno de los presos era vasco y como hablábamos de Oteiza fue muy divertido ver cómo se convirtió rápidamente en ‘jefe de grupo’.  Era su derecho. En la cárcel lo más importante es buscar algo que te diferencie. Algo que te haga ganarte el respeto de los demás. Él se lo ganó contando que cuando era más joven había conocido a Jorge. Una mentira a la que yo seguí el juego con admiración.

Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza
Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza

La partida de cartas había comenzado pero yo no quería imponer mis normas por lo que la segunda parte del proyecto consistió en que entre todos eligiesen una obra de las que habíamos estudiado a partir de la cual comenzaríamos a trabajar en el taller. Empezamos así un proceso de debate eliminando unas y eligiendo otras hasta quedarnos con una única pieza con la que todos, de una manera u otra, se sentían identificados: “Caja vacía”. <<Aitziber- me dijo seriamente el ‘jefe de grupo’- tú nos has contado que el vacío de las cajas de Oteiza es una especie de refugio. Mi refugio es el mar del cantábrico y seguro que el de Abdalá es otro. Pero lo más importante es que aquí todos necesitamos uno.”  Yo no lo hubiese dicho más claro.

Con la caja como posible refugio empezamos la tercera parte del proyecto. Cada uno construyó una caja que debía contener en su interior ese refugio con el que soñaban por las noches. Ese escenario que no por lejano es menos necesario. Las propuestas fueron muy sorprendentes. Uno construyó una playa y una hamaca en recuerdo de su Caribe natal. Nuestro jefe pintó la caja de un azul tan intenso que el propio Neptuno (siendo o no vasco) se hubiese sentido orgulloso de él. Otro de ellos construyó un corazón con los colores de la bandera gay (<<Ellos no reconocen los colores >> me dijo con un guiño).

Un chico de poco más de 20 años hizo una preciosa flor de papel y la colocó dentro porque según me dijo como no sabía hablar con las mujeres había tenido que aprender a hacer flores con servilletas del bar. Y una de las más emocionantes fue una caja que reproducía los barrotes de la cárcel. Pintada de negro y envuelta en un lazo rosa mostraba una evidente declaración de principios: <<Algunos de nosotros hemos perdido la posibilidad de encontrar refugio>>. Y el más daliniano del grupo construyó un huevo frito y orgulloso me contó que había realizado la yema con la bola del bote de desodorante.

Pero no creáis que llegar a este punto fue fácil. Ellos tuvieron que buscar en su interior y yo plantar cara a su exterior. Por la mañana recorría el corredor oyendo toda clase de comentarios que no sólo me incomodaban sino que me repugnaban. Me odiaba a mi misma por tener tantos prejuicios pero acabé yendo a los talleres vestida por completo de negro. En el aula las tensiones hicieron que incluso uno de ellos fuese expulsado del grupo por agresividad hacia mí. Y los cambios de humor de la mayoría de ellos también me afectaban profundamente. Muchas mañanas me levantaba con cierta ansiedad y tenía que obligarme a mí misma a volver a cruzar la puerta. Y cuando salía del taller era incapaz de volver a casa o al trabajo y me acercaba al primer bar del barrio para poder tomar una copa de vino que me relajase. No os cuento todo esto para victimizarme sino porque en estos procesos solo se cuentan los bonitos resultados pero el camino es más largo de lo que parece.

IMG_0069Sin embargo, es cierto que los resultados suelen compensarlo todo. Con el material creado a lo largo de esos meses organicé una exposición en un centro cultural de la ciudad. Ellos no podían asistir a la inauguración por lo que al finalizar todo el circo mediático preparé una caja para enviar a cada uno de ellos. En este caso la caja no estaba vacía sino llena de recuerdos:

  • Selección de fotos de los talleres en la cárcel.
  • Fotos del montaje en el centro cultural.
  • Fotocopias de las reseñas aparecidas en prensa.
  • Una biografía de Oteiza.

Muchos de ellos me escribieron agradeciéndome emocionados el regalo. Algunos me dijeron que les gustaría leer más libros de Oteiza. Y otro me dijo que en un mes le trasladarían a Zaragoza así que me escribiría por si quería hacer algún taller allí. Lo cumplió.

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INMORAL QUE NO ILEGAL

El pasado 17 de abril algunos se levantaban, y otros se acostaban, con la sorprendente noticia de la detención de Rodrigo Rato. Un ilustre señor que ha paseado sus caras corbatas por los despachos del Gobierno en funciones, Bankia o el FMI. Y no crean que era de los que se quedaban en la planta baja. Era de los que tenían el despacho en la planta “noble”. Sí, de esos que si el día le venía apurado podía olvidarse de coger el metro y llegar a trabajar en helicóptero. Que para eso se construyen los helipuertos en las azoteas de los tejados importantes, ¿no? Los tejados humildes ya se sabe que sustituyen el ‘aeródromo’ por una práctica zona común que permita colgar las sábanas y lencería familiar. Cuestión de prioridades.

Imagino que hay almas cándidas a las que la detención les ha sorprendido y otras, entre las que me incluyo, a las que tan sólo nos ha parecido un ejercicio de justicia acompañado, eso sí, de una puesta en escena un poco a lo Monty Python y con cierto tufillo electoralista. Sin embargo, lo más sorprendente, por difícilmente defendible, es esa teoría por la que los integrantes de su partido (y me da igual que el señor Rato tenga o no carnet, lo lleve o no al lado de la tarjeta del Corte Inglés o lo use como mondadientes. Ha formado y forma parte de ese partido guste o no) justifican sus acciones como hechos que han ocurrido en su esfera privada que no política. Vamos que el señor Rato era un ejemplar ministro por el día y un chorizo digno de Mortadelo y Filemón cuando el sol empezaba a esconderse por las calles de Madrid. O lo que es peor, que el señor Rato ha podido comportarse de forma inmoral pero no tiene por qué haber sido ilegal.

Los cambistas, c.1.548. Marinusvan Reymerswaele. Museo BBAA Bilbao.
Los cambistas,  c.1.548. Marinusvan Reymerswaele. Museo BBAA Bilbao.

Y estos días pensaba que en este mundillo del arte las cosas se definen también desde una moneda de dos caras. A casi nadie le importa ser inmoral, lo importante es no cruzar la delgada línea de lo ilegal. Los ejemplos son tantos como días tiene el año. Pongamos que hablo de _____ (cada uno puede insertar en este espacio la ciudad en la que reside actualmente. La cosa no cambia mucho).

Un maraviloso edificio en el centro de la ciudad que podría ser reformado para usos sociales potenciando así la actividad del barrio necesitado de una inyección de positivismo pero que por la magia de la burocracia acaba transformándose en un museo privado. No es ilegal pero resulta inmoral.

Una convocatoria para seleccionar los puestos directivos y técnicos del mismo tras la cual la mayoría de los seleccionados conocen a alguno de los promotores del proyecto. No es ilegal pero suena inmoral.

Contratación de los puestos auxilares para cuidar las salas o informar al visitante para lo que se seleccionará a gente enormemente preparada a la que se le pagarán irrisorias cantidades por hora además de hacerles firmar un contrato por el que se podrá prescindir de ellos cuando la dirección lo desee ya que están realmente subcontratados. No es ilegal pero clama al cielo que es inmoral.

Sacar pecho en el acto inaugural explicando que el ámbito educativo y social del museo es una prioridad para el nuevo centro que desea  formar parte directa de su comunidad para construir después un departamento educativo en el que la acción pedagógica quedará en manos de voluntarios que no sólo no están preparados para tal actividad sino que evidentemente no verán nunca un euro. Si infravalorar la posibilidad de educar a sus futuros visitantes no es inmoral ya no sé que puede serlo. Eso sí, tratar a los visitantes de estúpidos integrales no tiene nada de ilegal.

Diseñar un programa expositivo anual en el que hay más artistas y comisarios amigos del director o directora que en la cena de Nochevieja de mi casa. Ilegal no es porque ayudar a tus amigos no tiene por qué serlo pero para todos aquellos que no consiguen comisariar ni exponer ni por casualidad aún siendo buenos profesionales suena lago inmoral.

Cenas que cuestan más que el sueldo anual de un vigilante de sala, ediciones de lujo en papel que sólo sirven para hacer regalos navideños a algún que otro, becarios cubriendo puestos de trabajo reales, horas extras que parecen hacerse por amor al arte, webs y cuentas sociales maquilladas y cargadas de mentiras, y tantas y tantas inmoralidades que no son ilegales…

No pondría la mano en el fuego por otros países pero no me cabe ninguna duda de que éste es un país de inmorales que caminan por la vida con el orgullo de haberse saltada la ilegalidad. El problema es que la inmoralidad engendra ilegalidad y en cualquier momento la moneda puede darse la vuelta. El único consejo que puedo darles a todos ellos es que tengan al día la revisión del helicóptero porque nunca se sabe cuando hay que salir corriendo.

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ENTRE SELFIES ANDA EL JUEGO

Aquí estoy tranquilamente con mi pipa, mirando la lluvia caer y practicando mi ejercicio favorito: imaginar. Y pienso: “¿Os imagináis lo que sería escuchar alguna de las Gymnopédies de Erik Satie o cualquier joya de Tom Petty con unos grandes tapones de cera en los oídos? ¿Y qué me decís de la posibilidad de saborear una buena copa de vino tinto a la que previamente se le han añadido unas cebollitas en vinagre? ¿Os imagináis entrando suavemente en el mar para disfrutar de un relajante baño y que alguien os coloque un kilo de piedras a la espalda? ¿Os imagináis…?”

selfie-catedral-burgosTranquilos. No me he vuelto loca (yo ya vengo loca de serie). Aunque no lo parezca todos estos supuestos tienen algo en común: una buena materia prima (música, vino, mar)  que puede regalarnos una gran experiencia, y un gesto surrealista (tapones, cebollitas y piedras) que la pueden arruinar. Pues esta es la sensación que tengo cuando veo a un iluminado o iluminada hacerse un selfie delante de una obra de arte. La obra de arte está, pero ellos ni la ven ni la verán. Sin embargo, la imagen empieza a ser ya tan habitual que da pavor y las variaciones son ilimitadas. Tenemos al aprendiz de yogui (y no me seáis brutos que me refiero al experto en yoga no al oso) que estira su cuello y el resto de su cuerpo en una indescriptible postura que permita a ese endemoniado artilugio llamado “palo de selfie”  recoger, en un reducido espacio, la fachada de la Catedral de Burgos, la tía Enriqueta, el perro y el susodicho.

Habitual también ese momento de confraternización que muchos grupos de amigos sufren al acercarse a las Meninas de Velázquez. Que total, si el cuadro en cuestión  hace ya más de tres siglos que fue pintado pues tampoco hay que darse prisa por observarlo. Es mucho mejor darle la espalda y aprovechar la ocasión para inmortalizar el momento con tus amigas. Así, a lo spice girls culturales.B9316665529Z_1_20150325181303_000_GIAAAH4SK_1-0

Clásico también ese en el que un tipo sólo ante la inmensidad de un Rothko se sienta en el banco de la sala y cuando crees que por fin hay alguien que se va a tomar su tiempo para disfrutar del arte saca su móvil y cual místico seguidor de las doctrinas de Fray Luis de León empieza a poner posturitas hasta conseguir inmortalizar el ángulo adecuado de su rostro (eso sí, sin olvidar el Rothko como persiana de fondo)

Muchos de vosotros estaréis pensando que exagero ya que una se puede sacar una foto y seguir  disfrutando después del arte. ¡Angelitos! Sé que algunos de vosotros lo hacéis pero en gran parte de los casos el selfie en cuestión es tan sólo el primer paso del sinsentido.

Tras la foto (que casi nunca sale a la primera lo que supone ya un tiempo considerable de pérdida) viene la parte más importante: contarlo. Empiezo por Facebook que es lo que más miran mis colegas del barrio y los amigos del pueblo. Sigo con Twitter que acompañará mi foto con un sensible comentario del tipo: “la belleza de Rubens me deja sin palabras”. La foto no me ha quedado demasiado artística y además se me nota la calva pero es que si no la subo a Instagram no soy nadie. Y cuando ya casi has acabado recuerdas que una parte de tu familia (a la que dicho sea de paso el arte le importa lo mismo que a Sergio Ramos la privatización de la escuela pública) no tiene ningún perfil social por lo que hay que enviar la rúbrica por Whatsapp.

museum-selfie-300x300Y pensaréis ahora que si uno es habilidoso esto lo puedes hacer en cinco o diez minutos. ¡Ilusos! Tras compartir la gran foto en cuestión llega la tercera parte del sinsentido: las opiniones y comentarios de la gente que hacen que tu móvil vibre como si tuviese cerca a la mismísima ‘Maja desnuda’. Y claro, ya se sabe que nuestros seguidores son lo primero por lo que si opinan hay que contestar. En ese momento, uno ya está perdido. Tan intensas pueden ser las conversaciones que ya nos da igual si estamos en el Louvre, en la Tate o en la cafetería del barrio. Hablar, hablar, hablar… lo de mirar la obra si eso otro día. Llegará un momento en el que cuando en la entrada se pregunte: <<Disculpe, ¿cuánto tiempo se tarda aproximadamente en ver la colección permanente? >> El auxiliar de sala responderá amablemente: <<Pues unos cinco minutos en ver las obras y unos noventa en gestionar su imagen>>.

La verdad es que las modas van y vienen pero tengo la sensación de que esta es de largo recorrido. Algo triste porque la solución tampoco es tan complicada. ¿Os explico cómo lo hago yo?

Una vez recogida mi entrada y el plano de sala correspondiente paso a dejar el abrigo en guardarropía (la comodidad es esencial). Después silencio mi móvil y lo guardo en el bolso. Comienzo la visita y disfruto de cada obra con tiempo y tranquilidad. Al finalizar la visita, si hay alguna obra que me ha gustado especialmente, me acerco de nuevo y la fotografío (a ella no a mí).

Por último, salgo de la sala y recupero mi abrigo. Una vez fuera del museo, busco un bar de esos donde dan buen vino (sin cebollitas), donde se puede escuchar buena música (con suerte Tom Petty) y en el que reine la misma calma y silencio que cuando me baño en el mar. Y entonces, sólo entonces, envío la foto a mis cuentas sociales. Las respuestas y conversaciones marcarán el número de vinos. Esa parte de la historia me la reservo.

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EL ARTE TE SEÑALA

No hay una sola cosa que esté sin señalar, y lo único que queda sin señalar es el propio señalar. Sin dicho señalar no podríamos nombrar las cosas del mundo. Y sin poder nombrarlas, ¿acaso podríamos decir que están señaladas? No.

Más en verdad toda cosa está señalada y el señalar no requiere ninguna cosa para existir, pues existe en sí mismo.

                                                                                      Gongsun Long

La primera vez que visité un centro de salud mental tuve la sensación de que el tiempo allí se había parado. Los ritmos, tanto de pacientes como de personal sanitario eran, en general, lentos. Se cruzaban en el camino miradas ausentes, tristes y vacías con rostros sonrientes, amables y cálidos. Tenía la impresión de estar ante una gran familia en la que todos se entendían como podían, asumiendo que estaban en el mismo barco. El silencio también era intenso y todo ello produjo en mí una profunda sensación de aislamiento. Ellos se observaban y se señalaban pero ¿alguien les señala a ellos?

DSC02917_esc-300x200En el mismo instante en que señalamos a alguien le damos un nombre pero los pacientes de salud mental rara vez son asumidos por su entorno como individuos con nombre propio, con necesidades, sueños y anhelos. Simplemente, están ahí como muestra defectuosa de individuos que pudieron vivir en nuestra comunidad pero que ya están fuera de ella. Sinceramente creo que las únicas personas que están fuera de su comunidad son aquellas que no asumen su diversidad. Ellas y ellos están, son y serán por encima de nuestra comprensión. No obstante, como todos nosotros, necesitan comprensión. Necesitan volver a tomar contacto con una realidad, la de la vida, de la que su mente les aleja tan a menudo. El arte puede ser una buena cuerda de amarre para devolverles a tierra.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

Desarrollar un proyecto educativo o artístico con un centro de salud mental requiere ante todo un posicionamiento de partida humilde. Un hospital no es un museo o un centro de arte, por lo que nosotros no seremos nunca los capitanes del barco. Es necesario asumir que el educador artístico llega a ese escenario como transmisor y catalizador de experiencias pero que estas siempre deberán apoyarse en los consejos y pautas establecidas por el personal clínico (psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales, etc.). En este sentido las conversaciones deben ser constantes y no hay que esperar a finalizar el proyecto para evaluarlos y evaluarnos. Cada día es una evaluación que nos ayudará a afrontar el siguiente con mayor seguridad.

Otro de los aspectos a tener en cuenta es el hecho de que son personas sujetas a cambios emocionales muy fuertes lo que, unido a una potente medicación, hace que su relación con nosotros cambie radicalmente de una semana a otra. Debemos estar preparados para ello. No voy a negaros que a mí se me hace muy difícil llegar al taller y descubrir que la persona con la que he tenido una buena conexión la semana anterior ni siquiera me mira  a la cara y desde luego, no desea en absoluto hablarme. En ese momento, tienes una profunda sensación de fracaso, pero ese fracaso no es otra cosa que el reflejo de tu ego personal. No estás ahí para que te quieran y te valoren sino para ayudarles a ellos a valorarse.

La autoestima es uno de los principales problemas a los que se enfrentan estas personas. Mi trabajo se ha centrado siempre en pacientes con cuadros de depresión o esquizofrenia y en ambos casos se aíslan porque sienten que no se les quiere, que no se les comprende. Y no se alejan solo de su vecindario, su familia o sus amigos sino que en la propia clínica es raro que establezcan nexos de unión con sus compañeros. El arte puede ayudar a romper este forzado silencio.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

En uno de los talleres que realicé en el Centro San Francisco Javier de Pamplona trabajamos el concepto de laboratorio de esculturas como un escenario en el que conviven miles de piezas. Después de estudiar alguna de ellas e incluso realizar pequeñas obras en yeso u otros materiales trasladamos el concepto a la pared del gimnasio. Para ello, cubrimos de papel todo un muro y lo dividimos en franjas como si de repisas o baldas se tratase. El ejercicio consistía en dibujar piezas hasta llenar por completo ese “armario”.  El resultado fue muy interesante ya que al principio cada uno seleccionó un trozo de papel para dibujar sin tener contacto con el resto. Pero a medida que avanzábamos algunos no podían evitar chocarse con otros o incluso ceder parte de su trozo de papel para que el de al lado pudiese continuar su figura. En ocasiones, los que se encontraban en mejor forma física ofrecían su ayuda a los que no podían agacharse para rellenar su parte más baja del mural. Toda una demostración de compañerismo que surgió de forma fluida ante el gesto de mover un lápiz por la pared.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

En otro de los talleres trabajábamos la memoria en relación a nuestras vivencias de infancia (el pueblo, la familia, los viajes, etc.) y les propuse imaginar uno de esos viajes y contarlo en una postal. Fueron ellos los que crearon la postal desde trozos de cartulina en los que por una cara dibujaban esa vivencia y por otra escribían un pequeño texto. Al finalizar, les propuse enviarse a ellos mismos la postal para ver qué sentían al recibir algo así desde el exterior. Ninguno estaba convencido. Algunos me decían que esas postales tan “caseras” no serían admitidas por correos. Y otros decían que los médicos y psicólogos no se las entregarían al llegar al centro. Aún así les pusimos sellos y yo me comprometía a enviarlas. La semana siguiente fue muy emocionante. Todos tenían sus postales en la mano y me contaban que cuando la recibieron ya no se acordaban de haberla enviado y que se pusieron tan contentos como si les hubiese escrito un familiar. Otros me decían que nunca hubiesen imaginado que un dibujo suyo pudiese ser tan importante. Y alguno, yo no me podía sentir más contenta, me dijo que había pensado en hacer más y enviárselas a sus compañeros. El aislamiento empezaba a tener pequeñas fisuras por las que entraba luz.

En otra ocasión os contaré más experiencias de este escenario tan complejo y apasionante como es la educación artística en el contexto de la salud mental. Este sencillo post tan sólo tiene como objetivo recordaros que el arte es inmensamente poderoso si creemos en él pero antes de creer en el arte es necesario creer en las personas, las señaladas y las no señaladas, las visibles y las no visibles, las públicas y las silenciadas.

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¿MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO?

Una vez al año se produce un curioso peregrinaje en el que gente ociosa, profesionales, políticos con cara de no saber por dónde les da el aire, compradores con alma y chequera, compradores  con chequera por alma y estudiantes diversos se dirigen a Madrid para devorar lo que hace ya tiempo se conoce como “la semana del arte”

Esos días, la siempre acogedora capital se esmera por ofrecer las mejores exposiciones en museos, galerías y centros de arte pero las niñas bonitas  de la semana son sin duda las ferias. Y como todo equipo que se precie tiene siempre una estrella que brilla sobre las demás, en este caso, la feria que  está siempre en boca de todos es ARCO.

ARCO es un territorio inmenso en el que se pueden encontrar piezas ya clásicas de Tàpies, Anthony Caro, Barceló o Basquiat junto a jóvenes autores desconocidos  que aspiran a crear historia. Acuarelas frente a trozos de cartón, video arte frente a fotografía en blanco y negro, bronces frente a metacrilatos o simplemente objetos que nos recuerdan que el arte se ve pero también se piensa. En este último caso podríamos situar a la que se ha transformado ya en la“top star” de la feria: el vaso con agua de Wilfredo Prieto.  Esa pieza de la que todo el mundo habla, a veces, con vehemente defensa y otras, con evidente desprecio.

Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.
Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.

El objeto en cuestión no es otra cosa que un vaso con agua que se expone sobre una repisa de madera en el stand de la Galería Nogueras Blanchard. Desde la propia galería se afanan en repetir que se trata de una pieza conceptual en la que el valor no reside en el objeto sino en el certificado de artista. Un artista que, no sabemos si con ayuda de la galería o en un momento solitario de lucidez, sí que ha tenido capacidad para dar valor económico a la misma. Ni más ni menos que 20.000€. Personalmente, creo que es un precio muy acertado. Ni tan bajo como para que el vaso no despierte interés y no se mueva de la repisa en toda la feria ni excesivamente alto como para perder a algún excéntrico coleccionista.

El artista indica desde el título de la propia obra que el vaso está “medio lleno” lo que inconscientemente provoca en el espectador una sensación más positiva e incluso optimista que el concepto de “medio vacío”.  Sin embargo, y teniendo en cuenta que el objeto no tiene, según el autor, un verdadero valor, podríamos pensar que el agua ausente constituye un elemento más importante si cabe que la que llena el vaso. Cuenta el galerista que cuando ve que el agua se evapora  un poco por el ambiente de la feria vuelve a rellenar el vaso.  ¿Por qué? Me pregunto yo. Igual la ausencia es tan importante como la presencia.

Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.
Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.

Estas reflexiones me traen a la cabeza la famosa “Unidad triple y liviana” de Jorge Oteiza. Una obra realizada en 1950 en la que el artista vasco reformula el concepto de espacio desde la resta. La unidad base de la escultura es el cilindro al cual Oteiza aplica varias mordidas que dan como resultado una nueva figura geométrica: el hiperboloide. El artista explica este proceso poniendo como ejemplo una manzana. La manzana en cuestión, que tiene forma de esfera, es comida (mordida) desde sus laterales lo que da como resultado una nueva forma: el corazón o troncho de la manzana  (el hiperboloide). La mayor parte de la gente, cuando observa ese corazón dice: <<Vaya, me he comido la fruta así que aquí ya no hay manzana, ya no hay nada>>. Y Oteiza, sabiamente, nos recuerda que eso no es cierto. Por supuesto que ya no hay manzana, pues nos la hemos comido, pero eso no quiere decir que ya no haya “nada” sino que al morder la manzana hemos creado un nuevo espacio que antes no existía. El vacío como nueva presencia no como ausencia.

¿Tendría ese vaso el mismo valor si el galerista deja que el agua se evapore? Evidentemente sí porque el discurso sobre la pieza es tan débil como el líquido que la llena. Nos recuerdan  para dar mayor valor a la propuesta que Wilfredo Prieto es un artista que produce poco. Eso, en principio, no es bueno ni malo pero no hay que olvidar que para producir poco esto tiene que ser verdaderamente bueno. Intentar “jugar” a ser Duchamp, Morris o Yves Klein en 2015 suena poco serio. Suena poco creativo. Suena vacío. Pero vacío no como nueva presencia de una propuesta artística innovadora y sugerente sino vacio como ausencia total.

En una entrevista preguntan al responsable de la galería:

<<¿Si yo pongo un vaso similar, lo lleno de la misma cantidad de agua y lo coloco en mi casa de manera semejante, tendría un Wilfredo Prieto?>>

<<No, sería una copia>>.

Sobra deciros que lo primero que hice al llegar de ARCO fue retirar el vaso medio lleno de agua que me había dejado antes de salir para Madrid en la repisa del baño. No vaya ser que me acusen de plagio.

Y tras tranquilizarme me invadió el espíritu de Wilfredo y en un arranque de creatividad llene una copa de vino. Siendo consciente de que yo no tengo galerista, y en consecuencia nadie va a pagar 20.000€ por mi hazaña conceptual, decidí beberme el vino a la salud de tantas grandes obras como vi en la feria y de las que no se ha hecho eco la prensa, a la salud de tantas y tantos artistas que nunca llegarán a exponer en ARCO pero que de una manera u otra harán historia para los que necesitamos el arte con alma en nuestras vidas, a la salud de todos esos  profesionales que trabajan desde la segunda fila sin necesidad de llenar o vaciar vasos.

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VERDADERO O FALSO. EL ARTE DE ENGAÑAR

 

“Can you tell the difference between an Old Master painting and a contemporary replica?” Con esta contundente pregunta comienza la exposición ‘Made in China’ inaugurada el pasado 10 de febrero en el museo londinense Dulwich Picture Gallery.  El artista estadounidense Doug Fishbone plantea un interesante juego desde una reproducción que se expone junto a óleos originales de Rembrandt, Rubens, Tiepolo, Poussin, Murillo y otros clásicos que alberga la pinacoteca. La pieza, encargada a una empresa que comercializa réplicas que producen estudios chinos, de obras de cualquier época y estilo, no está señalada por lo que el espectador debe agudizar sus sentidos y poner a prueba su capacidad de análisis para descubrir a “la intrusa”.

Esta iniciativa tiene como referente cercano varios escándalos por falsificación de cuadros. En 2013, por ejemplo, se descubrió un fraude que ascendía a 80 millones de dólares por la venta de cuadros que habían permanecido “perdidos”, atribuidos a Franz Kline, Jackson Pollock, Lee Krasner, Willem de Kooning y otros artistas. En realidad, habían sido pintados por un artista chino de 73 años, residente en Queens, Nueva York. El engaño tardó en ser descubierto y para entonces habían estafado a galerías, expertos y coleccionistas.

Fishbone busca así propiciar una reflexión colectiva sobre el valor y la autoría de una obra artística a partir de la aparente confusión entre el original y la copia.La primera fase del experimento terminará en abril, cuando se revelará cuál de las obras es la copia. A partir de entonces, y durante tres meses, se exhibirán juntas original y copia.

Además de abordar el fenómeno de la reproducción, Fishbone espera enriquecer el debate sobre la autentificación de obras: lienzos atribuidos a autores consagrados que con el paso del tiempo fueron adjudicados a discípulos, así como el papel de estos en el taller del maestro, algo que es cada vez más reconocible gracias a las nuevas técnicas de identificación.

La realidad es que por muy aficionado que uno sea al arte es  complicado certificar la autenticidad de una obra en una exposición. El visitante adquiere su entrada en la recepción del museo y al cruzar la puerta del mismo da por hecho que todo lo que se expone en su interior es auténtico. Al fin y al cabo está en una institución oficial. Leemos la información de las paredes, los títulos de las cartelas y nuestra vista recorre, con demasiada rapidez, las obras expuestas que recogemos en nuestros móviles con el único y claro objetivo de mostrar a los demás que las hemos visto.

Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.
Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.

La autenticidad se hace aún más complicada en el arte contemporáneo. Cuando nos encontramos con instalaciones como, por ejemplo, Lover Boys (1991) en la que Félix González-Torres muestra una obra compuesta por más de 160kg de caramelos y nos invita a cogerlos no debería importarnos el origen de los mismos, ni siquiera si es el propio autor quien los ha comprado, sin embargo, casi todo el mundo se pregunta: ¿Y cuando se acaben se sustituirán por otros caramelos similares o distintos? ¿Es González-Torres quien elige los caramelos o es el museo? Por mi propia experiencia sé que si al visitante se le explica que es el propio artista quien selecciona y coloca los caramelos la obra adquiere mayor importancia que si se le dice que es un técnico del museo quien se encarga de ello. Este hecho demuestra claramente que la tan valorada “autenticidad” no otorga en muchos casos mayor valor artístico o estético a la obra de arte sino mayor pedigrí y todos sabemos que el pedigrí en el mundo del arte pesa mucho.

Lessing recuerda que la falsificación de un objeto arrastra consigo un concepto negativo. No se refiere a una característica específica que tiene una obra, sino a las características que no tiene dicha obra. En resumen, implica la ausencia del famoso pedigrí. Si la sustitución de un material original de la obra por otro posterior no anula bajo ningún sentido la vivencia que la obra nos aporta, ¿por qué le damos tanta importancia al concepto de autenticidad?, ¿por qué nos sentimos estafados si nos enteramos de que la obra ha sido manipulada o transformada por unas manos que no son las del artista?, ¿por qué no somos capaces de valorar la experiencia por encima del objeto?

En mi opinión, seguimos anclados a esa concepción burguesa del arte como experiencia elitista, glamurosa y con una clara valoración económica. Como espectadores queremos sentirnos únicos, especiales y, en definitiva, diferentes. Cuando se organiza una exposición antológica de un maestro del arte, pongamos por caso Dalí, la mayoría de la gente no hace horas de cola por la verdadera necesidad de experimentar a través de la visión de las obras de dicho pintor sino porque saben que es una ocasión única para decir aquello de: “Yo estuve allí”. Se produce una satisfacción morbosa y casi pornográfica al leer en la prensa que la exposición ha sido visitada por 200.000 personas y pensar que tú has sido una de esas afortunadas.

Algo similar me ha ocurrido siempre con los conciertos de música. Recordaré con emoción aquellos momentos en los que pude disfrutar de los Rolling, Dylan o Van Morrison pero no os voy a negar que los mejores momentos los he vivido descubriendo canciones en pequeños bares (muchas de ellas versiones) porque es en esos lugares en los que he podido sentir la experiencia de la música sin pisotones, gritos, y mil cabezas a mi alrededor. Es cierto que en el primer caso siempre podré contar eso de: “Yo estuve en el último concierto de Lou Reed” Un concierto con pedigrí. Pero me debería preguntar: ¿Fue realmente tan buena la experiencia?

Esta semana aficionados, profesionales y curiosos se pasearán por las distintas ferias que Madrid ofrece en su famosa “semana del arte” ¿Os imagináis que después de tanto trajín el próximo lunes, café en mano, amaneciésemos con la siguiente noticia?:

“La dirección de ARCO acaba de confirmar que todas las obras expuestas este año en la feria eran reproducciones”

¿Os sentiríais engañados o tendríais la capacidad de sobreponeros a tal descubrimiento y valorar por encima de todo el disfrute que habéis sentido ante esas “obras falsas”? ¡Qué difícil!

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JUEGOS DE GUERRA. EL ARTE COMO RESPUESTA

 

«Esa capacidad poco común… de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos.»

(Michel Leris)

Esta semana las páginas de los periódicos, las pantallas de televisión y, por su propia función reflejo, las redes sociales se llenaban de imágenes en blanco y negro que nos devolvían a la memoria (si es que en algún momento se borraron) las imágenes del terror nazi. Recordábamos así el 70 aniversario de la liberación de esa inexplicable máquina de exterminio que fue Auschwitz-Birkenau.

En otro orden de cosas, porque así funciona el mundo y nuestras propias mentes, los medios de comunicación nos devolvían la sonrisa al mostraros el maravilloso y creativo mundo de LEGO en su 80 aniversario. Esos pequeños muñequitos articulados que han puesto cara a infinidad de personajes recordándonos que jugar no es complicado, sólo hay que querer ser imaginativo para hacerlo bien (Lego es el acrónimo formado por una frase del danés “leg godt”, que significa “juega bien”)

Y os estaréis preguntando: ¿Qué relación tiene una cosa con la otra? Pues como todo, o casi todo, en esta vida puede que ninguna o puede que mucha. Evidentemente, la tiene en mi mente porque ambos temas me han hecho  recordar una obra que seleccioné hace ya algunos años para una exposición. La obra en cuestión se titula Lego concentration camp y fue creada por el artista polaco Zbigniew Libera en 1996. La pieza, que actualmente pertenece al Museo Judío de Nueva York,  aborda una temática de enorme importancia para el mundo contemporáneo: la capacidad del arte para activar los códigos críticos de una sociedad cada vez más alienada, superficial e individualista.

Concentration Camp, 1996. Zbigniew Libera
Concentration Camp, 1996. Zbigniew Libera

Es cierto que el acceso a la información es en la actualidad más sencillo y dinámico pero también puede resultar excesivo al ser bombardeados de forma constante e indiscriminada con imágenes que nuestro cerebro acabará  desactivando por pura higiene mental.  En este contexto, el artista como observador crítico adquiere especial importancia porque desde su ámbito creativo puede devolver el interés sobre temas que han sido y son sobreexpuestos en los medios de comunicación.  La obra de arte se ve así poblada de narraciones que llegan al espectador en forma de preguntas: ¿quién construye una guerra?, ¿cómo se llega a sustentar el poder de una nación?, ¿cuál es la verdadera religión?, ¿está mi vida en manos del azar?, ¿tengo capacidad desde mi condición de individuo para cambiar los códigos sociales de mi comunidad?, ¿se puede vivir desde el odio a otras culturas, nacionalidades o credos?  Tantas preguntas como respuestas sin responder. Tantas dudas como búsquedas diarias en internet.

Sobre este abrumador  escenario el juego adquiere un intenso protagonismo como vehículo de comunicación entre el artista y el espectador. Describir conceptos tan complejos como la violencia, el abuso de poder, la xenofobia  o la ausencia de conductas morales en nuestra sociedad puede tener en el espectador una actitud más receptiva si se hace desde lo lúdico. El arte como vehículo de comunicación. El juego como herramienta del arte.

Resulta cada vez más difícil conmoverse ante la imagen de un campo de concentración nazi ya que vemos imágenes de ellos de forma constante. Sin embargo, cuando Libera nos presenta sin pudor su juego de exterminio formado por capos que golpean cuerpecitos blancos de plástico no podemos dejar de sentir un pellizco en el estomago ya que en nuestro código de lectura las figuras de Lego pertenecen a nuestra infancia.

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Laboratorio médico. Concentration camp, 1996.

El aspecto exterior del juego no es diferente al de cualquier juego de construcción Lego que tengamos en nuestras casas, pero el interior esconde el horror. Se trata de un set de siete cajas que contienen verdaderas muestras de sadismo como un horno crematorio, guardas uniformados y preparados para moler a palos a los presos, laboratorios para experimentos médicos o incluso la famosa puerta de entrada al Campo que reza el irónico lema de <<Arbait Macht Frei>>. La reacción del espectador ante obras de este tipo puede ser muy diversa. De hecho, en 1997, durante una conferencia sobre el Holocausto judío, Libera mostró el juego a un grupo de supervivientes. La indignación se apoderó de la sala y el artista polaco fue tachado de anti-semita. Resulta lógico que alguien que haya vivido en sus propias carnes ese infierno se sienta indignado por el hecho de que alguien lo transforme en un juego. No obstante, el hecho de que la obra genere indignación y rechazo en unos y cierta incomodidad en otros certifica que la propuesta ha activado la mirada del espectador hacia la crítica. Buena es la obra de arte que da respuestas. Infinitamente mejor  la que genera preguntas.

Caja de novia, 1968. Antoni Miralda.
Caja de novia, 1968. Antoni Miralda.

En un ámbito más cercano encontramos también a otro artista que hace del “juego de la guerra” su espacio de experimentación. Es el caso de Antoni Miralda que ya en los años sesenta toma prestado de la imaginería infantil de éste país algo tan sencillo como un soldadito de plástico para construir su propio discurso narrativo. Primero los dibuja,  más tarde deja que invadan sus fotografías, carteles, muebles y paredes, y por último, ya en los años setenta,  les da vida en su famosa película La cumparsita que narra la historia de un soldado que vaga por las calles de París en busca de un pedestal sobre el que hacerse estatua. La imagen del soldado de Miralda resulta  melancólica y hasta lastimera si la comparamos con los soldados nazis de Libera pero nos ayuda a deconstruir la imagen del valiente y a la vez  agresivo e inmoral militar para recordarnos que los uniformes de todas las  guerras esconden también pobres hombres con fusil.

Imagen de la película La cumparsita con un soldado de plástico a tamaño natural como protagonista, 1973. Antoni Miralda.
Imagen de la película ‘La cumparsita’ con un soldado de plástico a tamaño natural como protagonista, 1972. Antoni Miralda.

<<El que olvidó jugar que se aparte de mi camino porque para el hombre es peligroso>> decía Sófocles. El artista contemporáneo juega  a jugar con el espectador, le ofrece trampas para contarle historias que éste no quiere oír y, a veces,  provoca indignación en su mirada con una calculada precisión. El artista juega para crear y crea al jugar. En nosotros está, como espectadores, la decisión de ser valientes y proseguir la partida con nuestra propia mirada hacia la obra de arte. Merece la pena  participar en estos particulares “juegos de guerra” porque las preguntas que activan en nuestro cerebro enriquecerán nuestra mirada.

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CECI N’EST PAS UNE PIPE

En 1929, René Magritte realiza una serie de pinturas conocida como “la tradición de las imágenes” de la cual su pieza más famosa sea probablemente “Esto no es una pipa”. En ella desafía al espectador a reflexionar sobre la importancia de la imagen respecto a nuestro código real de lectura. En la composición vemos claramente una pipa pero Magritte nos dice que no puede decir que lo sea porque nos estaría mintiendo. La imagen no es un objeto sino la proyección mental del mismo. Todo empieza y acaba en nuestra mente.

Casi cien años después, la mayoría de la gente sigue buscando en la obra de arte una relación directa, clara y objetiva entre título y obra. Una solución al puzzle. Una verdad sin fisuras. Si la historia del arte ya ha asumido que el espectador funciona como vector de la obra y no como mero observador, ¿por qué nos sigue costando tanto ser más libres, más abiertos y, sobre todo, más generosos en nuestra mirada? Porque seguimos sin comprender que el arte no es un escenario exclusivo del artista sino que constituye una forma de entender la vida, nuestro entorno y nuestras relaciones.

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René Magritte. 1929. Óleo sobre lienzo. Los Angeles Country Museum of Art.

En el momento en que dejemos de limitar nuestras experiencias a frases tan alienantes como: ¿Quién lo ha hecho?, ¿por qué?, ¿qué quería decir con ello?, y pasemos a preguntarnos: ¿qué siento?, ¿en qué pienso al observar esto? o simplemente, ¿cómo me encuentro ante esta obra?, nos habremos acercado un poquito más a la realidad del arte.

Muchas veces me he preguntado por qué me dedico al arte. Y sobre todo por qué me relaciono con el arte de la manera en que lo hago. Todo en mi vida tiene un punto surrealista y creo que eso me hace más comprensiva. Cuando tenía tres años y empezaba la aventura de aprender a hablar mi relación con el lenguaje ya era peculiar. Al periódico lo llamaba il pirioco, al paraguas la cuadrada, a los macarrones ladrones y, no me digáis que esto no es no es puro Magritte, al triciclo el botijo.

Con 6 años empezaba a descubrir el mundo. Recuerdo un viaje en tren Bilbao-Valencia en el que con mi pequeño dedito iba dibujando en el aire distintas cosas ( ante la mirada de incomprensión de mi pobre madre) y a la vez, me inventaba conversaciones entre los palos de los postes de electricidad que para mi tenían claramente forma de personas.

Historia cumbre de mi niñez es ese día en que, con nueve años, la profesora de plástica nos dice que ese mes vamos a aprender a dibujar con temperas por lo que tenemos que traer de casa un objeto que nos parezca especialmente bonito. Al día siguiente, me presento orgullosa con un botellín de Heineken (puedo oír las risas de algunos desde aquí). Puro Warhol. Lo sé.

Ya en la universidad, mis excentricidades se perfeccionaron. La más sonada era mi forma de tomar apuntes. Ideé una técnica por la que combinaba texto con dibujos varios que representaban palabras y expresiones. Lo mejor de todo es que ningún compañero me pedía nunca prestados los apuntes.

Dicho esto, no pretendo contaros mis rarezas para justificar mi relación con el arte sino para ayudaros a comprenderla. Sin necesidad de pintar, cantar o escribir especialmente bien mi vida siempre ha estado relacionada con el arte porque he vivido y vivo con imaginación, creatividad y libertad. ¿Acaso no consiste en eso el arte?

Me gustaría que este espacio sirva en un futuro para liberarnos de nuestros convencionalismos y sentir que el arte es de todos y sirve a todos. Recordando así que de la misma forma que oír no es lo mismo que escuchar, tampoco ver es lo mismo que mirar. Sólo en el momento en que decidamos ampliar nuestra mirada hacia el arte empezaremos a comprenderlo y a sentirlo.

Mirar significa imaginar. Mirar significa leer. Mirar significa recorrer. Mirar significa ver más allá. Mirar significa intervenir. Mirar significa no poder mirar. Mirar significa actuar. Mirar significa participar. Mirar significa lo que tú quieras que signifique.

Espero poder compartir mis miradas en este pequeño espacio que como sabéis “No es un blog”.

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