Ayer, treinta y nueve años después, se cerró el ciclo político abierto a la muerte del Dictador y que ha respondido a aquel último mensaje que en un ejercicio de cinismo digno de mejor causa el régimen agonizante denominó el “Testamento político del Caudillo” y en el que sin ningún rubor el oscuro personaje no tuvo inconveniente en decir “lo dejo todo atado y bien atado”
Sería ridículo decir que el proceso que siguió a su muerte no significó cambio alguno, los hubo y abundantes, pero sería igualmente inapropiado decir que la transición supuso el paso de la dictadura del nacional catolicismo franquista a una democracia homologable. No fue así. La monarquía, la judicatura o las fuerzas de seguridad del estado quedaron como herencias del viejo régimen y han perdurado hasta nuestros días.
Así mismo, el proceso constituyente español no fue lo que hoy denominaríamos un proceso transparente y democrático pues se realizó desde un chantaje permanente a quienes hasta ese momento habían sido oposición y bajo la sombra alargada y el eco de los sables que aún resonaban en los cuarteles. Con todo, el avance en cuanto a libertades y derechos fue lo suficientemente significativo como para que pudiésemos hacer oídos sordos a sus notables carencias.