Ayer, tras 2 meses, sesenta y dos días, de asueto municipal, el Ayuntamiento de Pamplona empezaba su nuevo curso político, y como no podía ser menos el problema no fue que el gobierno municipal lleve tres años sin presupuesto, es decir todos desde que Maya accediese a la Alcaldía, no que los servicios públicos municipales estén en su punto más bajo desde que Pompeyo acampase sus tropas a las orillas del Arga, no que la última inversión productiva fuese de aquellas mismas fechas, no que el patrimonio histórico de la ciudad haya encontrado asiento definitivo bajo un talud de tierra en Lezkairu o que el Gobierno de Navarra, con su presidenta a la cabeza, trate de pasarse por el forro de los caprichos la autonomía municipal a favor de una Institución privada que lleva siendo bendecida por los poderes públicos pamploneses desde que su santo fundador tuviese a bien cenar con el Caudillo y a la que no contentos con haberle regalado media Pamplona hay quienes quieren cederle la otra media, no, el problema fue como siempre; la ikurriña, una inmensa ikurriña de humo.