Ayer, tras 2 meses, sesenta y dos días, de asueto municipal, el Ayuntamiento de Pamplona empezaba su nuevo curso político, y como no podía ser menos el problema no fue que el gobierno municipal lleve tres años sin presupuesto, es decir todos desde que Maya accediese a la Alcaldía, no que los servicios públicos municipales estén en su punto más bajo desde que Pompeyo acampase sus tropas a las orillas del Arga, no que la última inversión productiva fuese de aquellas mismas fechas, no que el patrimonio histórico de la ciudad haya encontrado asiento definitivo bajo un talud de tierra en Lezkairu o que el Gobierno de Navarra, con su presidenta a la cabeza, trate de pasarse por el forro de los caprichos la autonomía municipal a favor de una Institución privada que lleva siendo bendecida por los poderes públicos pamploneses desde que su santo fundador tuviese a bien cenar con el Caudillo y a la que no contentos con haberle regalado media Pamplona hay quienes quieren cederle la otra media, no, el problema fue como siempre; la ikurriña, una inmensa ikurriña de humo.
¿Los argumentos? Los de siempre, los que lo más cutre-caspa de nuestra sociedad viene exhibiendo desde que el tiempo es tiempo y se empedró la Estafeta; la Navarra floral diferenciada, la Ley de símbolos, como si esta hubiera sido parte integrante del Código de Hammurabi descubierta en el mismo talud de Lezkairu, en vez de una imposición a más de un tercio de la sociedad Navarra en una más que curiosa interpretación de lo que es la democracia.
Nada que nos pueda sorprender a estas alturas por parte de quienes llevan la friolera de ochenta años excluyendo sistemáticamente una buena parte de su propia sociedad en un ejercicio maniqueo de buenos y malos, de cuerdos y locos…
Tampoco nada que nos pueda sorprender en la actitud del PSN, presuntos socialistas navarros, que llevan unos cuantos lustros bailando el agua a los anteriores sin darse cuenta que eso les ha llevado de cabeza de león a poco más que grano en el culo en el Consistorio pamplonés.
Pero tengo que reconocer que algo si me ha sorprendido esta vez, tanto por la personalidad de su portavoz, viejos buenos tiempos de Euskadiko Eskerra, pecadillos de juventud, como por la frase que utilizó para sumarse a la condena, bendita palabra que lo mismo sirve para un roto que un descosido, «la ikurriña, como todo, se puede reivindicar durante todo el año, pero no se puede reivindicar como se hizo».
Como si la política y la fiesta fuesen cosas ajenas. El Concejal Mori, como político, debería saber que la política es la organización de la Polis, de la ciudad y de la convivencia de sus ciudadanos y que en la fiesta, como máxima expresión de esa convivencia, no solo no está demás reivindicarla sino que probablemente sea el mejor momento para hacerlo.
La convivencia nunca puede estar basada en la imposición, por muy legal y mayoritaria que sea, y la democracia es tanto el gobierno de la mayoría como el respeto a la minoría y, por supuesto, a sus símbolos. Me puede gustar más o menos la forma y la estética usada para reivindicar un símbolo pero no puedo olvidar nunca que es el mío y que esta prohibido porque sus propios compañeros de partido se encargaron de desalojarlo del balcón municipal donde ondeo con toda normalidad, igual que en el de su sede, unos cuantos años.
No parece que sea un buen comienzo para un partido que reclama esa convivencia y la superación de las barreras identitarias asumir como propios los postulados de una de las identidades en conflicto, a no ser, claro esta, que sean los suyos propios y que su discurso sobre la tolerancia y la convivencia sea, como la ikurriña, otra inmensa cortina de humo…
Ander Muruzabal