Así como otras veces no me he resistido a escribir sobre las convocatorias de Huelga General que cada vez con más frecuencia estamos viendo, algún día se darán cuenta que una Huelga General es una herramienta de excepcional valor político y como tal solo puede ser utilizada de forma excepcional a riesgo de perder su valor y efectividad, esta vez iba a ser la excepción… hasta que leí asombrado las valoraciones que hicieron tras ella los sindicatos ELA y LAB.
No va a ser objeto de este artículo valorar la finalidad, la fórmula, la oportunidad, ni siquiera, el éxito o el fracaso de la jornada de huelga de ayer, eso sería complejo y corro el riesgo de escribir alguna inconveniencia que luego pueda ser malinterpretada ante la profunda sensación de estafa que me produce la convocatoria del 30M.
No voy a entrar tampoco en el típico debate sobre que debe prevalecer; el derecho a la Huelga o el derecho al Trabajo que creo suficientemente manido y desvirtuado, ni en la eterna discusión sobre el carácter “informativo” de los piquetes, ni siquiera en la capacidad de algunos de los manifestantes en expresar su solidaridad con la extensión del sistema de recogida de basuras gipuzkoano por el siempre expeditivo método de pegarle fuego al contenedor mas cercano, que no se yo si deja residuos reciclables, emite CO2 o se puede compostar después de “incinerarlo”.
Comprendo que después de una jornada de “ardor guerrero” y fraternidad solidaria, y más a la vista de los resultados de la convocatoria, algunos tiendan a la verborrea acuciados por la necesidad de justificar su propia incapacidad. Pero de la consigna de consumo interno para enardecer los ánimos a asumir como propios argumentos totalitarios desde quienes se proclaman sindicatos democráticos hay un paso muy grande y una línea roja que no conviene cruzar.
Es verdad que el descrédito de la política alcanza en estos momentos unas cuotas insospechadas hace unos años y que sufrimos una política encastillada y ajena a lo que sucede en la calle, es verdad que los partidos políticos y las instituciones necesitan ser repensados y reformados profundamente para dar paso a mayores cotas de democracia y de participación ciudadana, es verdad que tienen que abrirse a nuevas formas y nuevas herramientas, es verdad que tienen que escuchar a la calle, es verdad que es necesario y urgente abrir cauces a la política que la acerquen a los ciudadanos y a la calle…
Pero de ahí a suplantar la voluntad popular y sustituirla por la propia y la de los fieles, a cambiar la democracia de las urnas por la de la calle, solo se me ocurre un camino; el TOTALITARISMO. Las Democracias “populares” afortunadamente pasaron a la historia el siglo pasado salvo alguna excepción latinoamericana y alguna otra en el extremo oriente aunque alguno de los sindicatos convocantes sienta cierta admiración y añoranza por ellas, probablemente porque no ha tenido que sufrir ninguna, pero el otro debiera rebuscar en sus orígenes, nunca el comprador se va a sentir más satisfecho con la copia que con el original, antes de que sus actuales dirigentes se queden sin sindicato, algo que ellos personalmente merecen, pero el país no.
En cuanto a su cualidad parlamentaria quizás sería hora de ir recordándoles la diferencia entre un Sindicato y un Partido, parece mentira que a estas horas todavía no lo sepan, aunque quizás en algún caso simplemente no la haya. No deja de ser curioso que frente al descrédito de la política partidista hayan sido capaces de olvidar la siguiente línea de la encuesta del CIS, esa que pone su propia credibilidad a la altura de los otros.
Dejemos la calle en paz y cumpla cada herramienta con sus funciones, los sindicatos en la empresa y los partidos en el parlamento, y hagan ambos algo que tienen olvidado; modernizarse y abrirse a la sociedad y a la participación de la calle en sus propias estructuras, que entre otras cosas para eso están, si es que todavía son capaces de recordarlo.
Y que no olvide ninguno que la calle no tiene opinión ni voto, la opinión y el voto es de cada uno de los que salimos a ella y se expresa, por ahora, en las urnas. A veces hay que pensar las palabras, algunas veces son importantes…
Ander Muruzabal