Son ya varios los artículos que he dedicado en este blog a la nueva política, y a como las nuevas formas de comunicación estaban cambiando el tablero de juego y las relaciones entre partidos, militantes y electores.
Desde estas mismas páginas he sostenido unas cuantas veces que el empoderamiento ciudadano iba a cambiar radicalmente las estructuras políticas y que los partidos deberían reinventarse no solo a nivel comunicativo sino, también, organizativo si querían sobrevivir en una sociedad intercomunicada y en red.
También he escrito alguna vez que otros ámbitos de la sociedad ya se estaban adaptando a los nuevos usos sociales, en especial la economía mucho más ágil a la hora de cambiar sus estructuras de negocio para adecuarlas a las nuevas necesidades y opciones del cliente, objetivo final de toda actividad económica.
Es evidente que la actividad política se diferencia, o se debiera diferenciar, de la actividad económica en que una se rige por el principio de las ideas y la otra por el beneficio y que por tanto, y aunque la estructura comunicativa y el terreno de juego social en que se mueven ambas es común, las respuestas deben ser diferenciadas, adecuadas a los principios que las rigen.
Es por eso que resulta aún más sorprendente que el movimiento político que hasta ahora ha entendido mejor el cambio del paradigma de la comunicación, y además desde un planteamiento ideológico, que podemos compartir o no, absolutamente coherente y firme haya perdido de vista el objeto de la actividad política y que la toma del poder no es el fin en si mismo de una organización política sino el medio para desarrollar sus planteamientos ideológicos en la sociedad. Han confundido la estrategia con la táctica…
Uno de los sistemas comerciales que más éxito están teniendo en esa sociedad intercomunicada, por su capacidad de adaptación a las nuevas estructuras comunicativas, es el sistema de franquicia donde una matriz central se encarga de la definición del producto, de su producción y su comunicación y vende el “producto terminado” a sus franquiciados para que estos lo distribuyan bajo el paraguas de la marca, llevando las economías de escala a su máxima expresión.
Así, el proceso de construcción organizativa e ideológica de Podemos responde a todos los parámetros de lo que en comercio llamamos franquicia.
Existe una matriz, en este caso bien conocida que es el grupo fundacional de Podemos; Iglesias, Errejon, Monedero y algunos compañeros más de la Complutense ligados en mayor o menor medida a Izquierda Anticapitalista con una empresa obsoleta y un producto invendible que en una operación de laboratorio político-comunicativo-social han sabido capitalizar el descontento ciudadano, bien alimentado todo hay que decirlo por un sistema que se cae día a día por falta de renovación, por la crisis y por la corrupción, y utilizando las nuevas estructuras de comunicación han adaptado el viejo producto a las nuevas formas, han creado una marca y lo han vendido con notable éxito, los resultados de las elecciones europeas son una buena prueba de ello, facilitada su labor por la absoluta inacción, y lo que es peor, incomprensión de los anteriores dueños del mercado político para entender los cambios que ocurren a su alrededor.
Pero ahora llega la hora de ampliar el “mercado electoral” y es cuando se evidencia que existe la marca y el mercado pero el producto es absolutamente invendible dos veces por mucho que se maquille y que no existe red comercial para distribuirlo.
Podemos podría haber hecho el ejercicio de ir formando una red comercial y el esfuerzo de distribuir la producción para adaptarla a las necesidades de los distintos clientes en función de sus propias características pero, las prisas, ha preferido el modelo franquicia; diseñamos el producto, la comunicación y damos formación a los franquiciados y a vender. Podría haber funcionado de no existir un mercado municipal y autonómico anterior al general, pero lo hay.
Así las cosas, la estructuración de Podemos es un proceso de venta de marca y producto al franquiciado que quiera comprarla a cambio de que este solo venda su producto, si quiere vender otros, caso de las municipales no podrá usar la marca. El problema del sistema surge cuando no llega el kit a tiempo y el franquiciado no tiene otra autoridad que decir que espera las ordenes de Madrid que es el propietario de la marca, que el solo es un comercializador, o mejor “lo que diga la asamblea ciudadana”.
Por el camino se han perdido las ideas…
Ander Muruzabal