Es casi imposible, en el día que se hacen públicos los resultados del último sondeo del CIS y en el que el seísmo político que hace temblar el suelo bajo los pies del régimen se nota cada vez con más fuerza, hablar de tecno política y no hablar de Podemos, protagonista casi absoluto del revolcón electoral, pero lo voy a intentar, dado que Podemos es, en parte, tecno política pero a su vez es mucho más que tecno política.
Tradicionalmente la potencia electoral de un partido político y su estabilidad en el tiempo estaba ligada a su militancia, o mejor al número de sus militantes. Un solo militante comprometido era capaz por si mismo de multiplicar su voto en sus círculos de influencia; familia, amigos, trabajo… y establecer un ámbito de influencia favorable a las siglas en que milita y, hasta hoy, el medio natural en que se desenvolvía la militancia eran las sedes de los partidos políticos. Un ejemplo paradigmático de esto puede verse en la hegemonía electoral de algunos partidos como EAJ-PNV en la Comunidad Autónoma Vasca, basada en una vasta red de batzokis donde se socializaba la ideología del partido y su posterior expansión a los círculos de influencia de sus militantes.
En este estado de cosas y con ese esquema de comunicación de arriba abajo lo normal es que acabase dirigiendo el grupo político quien más horas pasaba en la sede, normalmente los profesionales de la cosa; los liberados, con el indeseable efecto colateral de ligar la política del grupo al modo de vida de sus dirigentes y como consecuencia de ello la perpetuación en el poder de un grupo de personas cerrado y, las más de las veces, ajeno a los cambios en la sociedad y en el mismo grupo.
Esa cerrazón de las organizaciones políticas en torno al grupo dirigente ha tenido como consecuencia dos efectos, aún si cabe, mucho más devastadores; la desmotivación de la militancia a la vista de su poca o nula participación efectiva en las decisiones del grupo y la incapacidad de la organización para la toma ágil de decisiones y su resistencia al cambio. Existen organizaciones políticas que prefieren renunciar a su expansión, en la mente de todos hay unas cuantas, a cambio de la estabilidad de su propio núcleo dirigente.
Y es en este contexto cuando la fulgurante aparición y expansión de las nuevas tecnologías de la información y el conocimiento y su aceleradísima evolución han pillado con el pié cambiado a la mayor parte de las organizaciones políticas, mucho más pesadas y difíciles de evolucionar por esa misma cerrazón del grupo dirigente, porque lo que han cambiado las TICs es el propio esquema de comunicación. Hemos pasado de la comunicación unidireccional, de arriba abajo y con los medios de comunicación de masas como altavoz a una comunicación en red, multicanal y multidireccional que ha producido un resultado lógico como es el empoderamiento de la ciudadanía.
Así, la socialización de la política ha saltado de las sedes a las redes y el militante comprometido está mucho más cómodo en Twitter o Facebook que en la sede de su propio partido porque es allá donde puede hablar en libertad y, lo que es todavía mucho más importante, ser tenido en cuenta. Evidentemente de esa comodidad y ese intercambio de opinión van surgiendo poco a poco comunidades políticas que no responden en absoluto a los criterios políticos u organizativos de los partidos tradicionales. Esto mismo ha pasado en los otros dos campos de actuación humana; la economía y la religión. La primera ha reaccionado inmediatamente con un desarrollo brutal de las tecnologías tanto en los procesos productivos como de venta y marketing mientras que la segunda más pesada y burocratizada aún, y aquí hay alguna excepción que prefiero ni nombrar, languidece sin dar señales de haberse enterado de nada.
Y es en este estado de cosas, y ahora si hablo de Podemos, cuando aparece una organización política que si se toma en serio esto de la tecno política y socializa su política en las redes, capta su militancia desde ellas y se organiza a través de ellas, solo era una cuestión de tiempo. Mientras que las organizaciones políticas tradicionales intentan utilizar las redes para adaptarlas a su visión obsoleta de la organización y la comunicación, con resultados las más de las veces penosos, las nuevas organizaciones políticas hacen todo lo contrario, adaptar su mensaje político y su estructura a las nuevas formas de organización y comunicación.
La conclusión es evidente; aquellas fuerzas políticas que no lo hagan así estarán condenadas a la desaparición. Hoy es el ciber militante el que tiene esa capacidad de socializar el mensaje político y, además, su capacidad de influencia está multiplicada por la potencia comunicativa de la red.
Un ciudadano informado y empoderado es muy difícil que quiera volver a estar desinformado y a delegar todo el poder. Esa es la principal lección de la tecno política.
Ander Muruzabal