Ayer, treinta y nueve años después, se cerró el ciclo político abierto a la muerte del Dictador y que ha respondido a aquel último mensaje que en un ejercicio de cinismo digno de mejor causa el régimen agonizante denominó el “Testamento político del Caudillo” y en el que sin ningún rubor el oscuro personaje no tuvo inconveniente en decir “lo dejo todo atado y bien atado”
Sería ridículo decir que el proceso que siguió a su muerte no significó cambio alguno, los hubo y abundantes, pero sería igualmente inapropiado decir que la transición supuso el paso de la dictadura del nacional catolicismo franquista a una democracia homologable. No fue así. La monarquía, la judicatura o las fuerzas de seguridad del estado quedaron como herencias del viejo régimen y han perdurado hasta nuestros días.
Así mismo, el proceso constituyente español no fue lo que hoy denominaríamos un proceso transparente y democrático pues se realizó desde un chantaje permanente a quienes hasta ese momento habían sido oposición y bajo la sombra alargada y el eco de los sables que aún resonaban en los cuarteles. Con todo, el avance en cuanto a libertades y derechos fue lo suficientemente significativo como para que pudiésemos hacer oídos sordos a sus notables carencias.
No soy yo quien vaya a hacer aquí una defensa cerrada del republicanismo, y menos vistos los dos antecedentes que ha sufrido en sus carnes España, pero es evidente que a día de hoy la única voluntad que tiene alguna vigencia o legitimidad es la democráticamente expresada por los ciudadanos en las urnas, y eso no vale solo para la monarquía sino que es igualmente aplicable al modelo territorial, al modelo social y a los propios partidos políticos.
Por un afán de sostener lo insostenible hasta que se derrumba con estrépito, algo muy ibérico por otra parte, casi cuarenta años después, casi el mismo tiempo que duro el régimen anterior, todo el entramado en que se sostenía la España salida de la transición se ha venido abajo en pocos años.
La corona, el bipartidismo, el modelo territorial o el sistema del bienestar hacen aguas por todas partes; el monarca abdica, Catalunya ya tiene fecha para su referendum independentista, la bofetada a los partidos del régimen en las últimas europeas ha sido de las que hacen época, y tiene todavía pinta de ir a peor, la crisis económica ha laminado el estado del bienestar con más de seis millones de parados, la mitad de ellos sin prestación social y los límites de pobreza y exclusión social incluyendo cada día a más personas.
Los que aún conservan el poder, queda año y medio para las próximas elecciones generales y menos de uno para las municipales y autonómicas, y sus perspectivas empiezan a ser tenebrosas, corren el riesgo de utilizar la táctica del avestruz y seguir escondiendo la cabeza ante los problemas en la confianza de que si no se habla de ellos desaparecerán, pero estarán cometiendo un error histórico. El régimen heredero de la Constitución del 78 ha muerto. Hubo un tiempo en que una visión más pragmática del texto constitucional y una voluntad más flexible podría haber salvado las partes más aprovechables del texto pero hoy, 39 años después, sigue encorsetando a la sociedad española y sin dejarle respirar, una sociedad en la que ya el 70% de la ciudadanía no solo no voto el texto sino que desconoce cuales fueron los condicionantes sociopolíticos que llevaron a él.
La abdicación del monarca puede ser la excusa perfecta para abrir ese proceso constituyente de una forma ordenada y abordando con valentía y decisión los problemas pendientes; los modelos territorial, estatal, social y político, pero sobre todo, esta vez si, desde una perspectiva absolutamente democrática, sin condicionantes externos.
Que cuarenta años después el bipartidismo este enfangado en la corrupción hasta el tuétano, la democracia interna brille por su ausencia en las herramientas que debieran de ser las de participación política; los partidos, el recorte sea el único instrumento para salir de la crisis, que no este resuelta la cuestión sucesoria por una cuestión de gónadas, que Catalunya haya tomado el camino de la independencia porque nadie haya sido capaz de sentarse a hablar con sus instituciones democráticas más allá de la imposición, que el Estatuto vasco siga sin cumplirse o que los navarros sigamos manteniendo como referente una Ley que no votamos son anacronismos que hay que solucionar ya.
Es tiempo de abrir un proceso constituyente y si no lo hacen los que hoy pueden lo harán los que podrán dentro de año y medio.
Ander Muruzabal
Estoy de acuerdo en que debería haber un proceso constituyente que corrija las deficiencias y carencias de la democracia postfranquista. Ahora bien, tengo un temor, resquemor o desconfianza, no sé cómo expresarlo, esto es, que la nueva constitución sea todavía más conservadora y de derechas que la actual. Que esté elaborada por unas mayorías más derechistas que las de 1978 y que, en vez de mejorar la situación, la empeoremos.