Resulta más que evidente que la derogación “de facto” de la doctrina Parot que lleva aparejada la sentencia de ayer del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, además de absolutamente previsible, es principalmente una sentencia justa, algo a lo que los que habitamos al sur del Pirineo no estamos excesivamente acostumbrados. Y digo que es justa porque la justicia no es un concepto que se pueda estirar o encoger en función del clima social o los intereses electorales de quienes gobiernan o ejercen la oposición sino porque la aplicación de la justicia solo tiene un parámetro; el cumplimiento estricto de la Ley, que es exactamente lo que hace el TEDH corrigiendo la lamentable actuación de la ¿Justicia? española.
Si existe algo que es absolutamente incompatible con el Estado de Derecho y la democracia es la discrecionalidad. Las leyes pueden ser más o menos adecuadas para regir las sociedades y por eso pueden y deben ser cambiadas en función de las necesidades sociales, que la Constitución Española del 78 siga hoy vigente e inmutable cuando no la pudo votar ningún español menor de 54 años no es más que otra muestra del concepto legal que lleva en sus genes el celtibérico show, pero en ningún caso pueden estar sometidas a lo que el inefable ministro de ¿Justicia? denominaba el otro día “ingeniería jurídica” que no es otra cosa que su incumplimiento. Y no otra cosa es aplicar a un reo penas que no estaban vigentes cuando fue condenado.
Pero siendo importante y transcendente el debate sobre la sentencia del TEDH por las implicaciones éticas, sentimentales, jurídicas y políticas que tiene, juristas más informados que yo hay para establecer las causas y los efectos de la sentencia y por tanto me interesa más la foto política que queda tras el impacto y, sobre todo, el los actores principales de la polémica.
En primer lugar el gobierno del estado, y aquí no hay distingos entre los dos partidos que han ostentado el poder porque los dos son responsables de la situación actual, que ha quedado al nivel de una república bananera, pero muy bananera, fomentando “soluciones extrajudiciales”, el eufemismo más suave que se me ocurre, primero o saltándose a la torera sus propias leyes después en vez de afrontar el cambio de legislación que requerían las circunstancias conforme a lo que haría cualquier país que creyese en la democracia y el estado de derecho que predican y, lo que es peor, dejando en entredicho el más mínimo atisbo de independencia judicial.
Pero probablemente es tan significativo o más el strip tease democrático con que nos han regalado los de “nosotros los demócratas”, los del “respeto a las decisiones judiciales”, siempre que sean las que coinciden con mis planteamientos políticos claro está, que claman ahora contra la Judicatura, el estado de derecho y la Ley y sin siquiera sonrojarse piden que se incumpla.
No es menos lamentable el deshabillé de quienes después de haber jaleado la vulneración sistemática de los derechos humanos de los demás durante 35 años claman ahora por el respeto a los de quienes ejecutaron esa vulneración, quienes después de no haber reconocido tribunales y legitimidades brindan ahora por la “legalidad” de esos tribunales que protegen los Derechos Humanos de quienes jamás tuvieron el más mínimo respeto por ellos.
Comprensible es la desazón de las víctimas, su frustración… el dolor, y mucho menos el odio y la venganza, son buenos compañeros de la justicia pero eso entra dentro de la esfera de lo individual y nunca puede ser lo que marque las pautas a seguir del Estado de Derecho, pero no son menos rechazables los llamamientos de algunas asociaciones de víctimas, afortunadamente no todas, que se han prestado a la utilización de su razón moral y ética con fines electoralistas y políticos y que con el paso de los años han confundido su razón de ser; reconocimiento y reparación, con su calidad de agentes políticos, algo que por definición no pueden ser jamás.
Una vez más, alejar el foco ha servido para aclarar el panorama retirando los árboles que no nos dejaban ver el bosque y sobre todo para ver que había muchos reyes desnudos, desnudos de democracia.
Quizás por eso, y solo por eso, la sentencia del TEDH de ayer es una buena noticia.
Ander Muruzabal