La semana pasada, coincidiendo con mi estancia en Valencia, asistí al encuentro Pecha Kucha Night en el Centre Cultural «La Beneficència». La idea fundamental de Pecha Kucha es permitir compartir las ideas de diversos creadores desde presentaciones informales que suelen tener una duración de unos seis minutos. El objetivo no es desvelar los detalles de un proyecto a los distintos espectadores sino despertar su interés como toma de contacto para futuras relaciones laborales.
El primer Pecha Kucha fue creado en Tokio en 2003 y su curioso nombre podría traducirse como “el sonido de las personas”. Emitir sonidos es fácil. Hacer que otros los oigan es aún más fácil. Pero transformar esos sonidos en una historia con luz, en un viaje con promesas y en una ilusión por hacer de lo imposible un nuevo posible es ciertamente difícil. Solimán López lo consiguió. ¿Cómo? ¿Con qué? ¿A través de qué?
Nada más subir al escenario nos mostró en pantalla el rostro de un niño. Siempre he pensado que los artistas que vuelven la vista sobre su infancia demuestran una relación muy cercana con el mundo de la imaginación y el juego, y desde ese escenario la creatividad está asegurada. Tras las presentaciones oportunas y con rostro serio (prueba de que el niño que hay en él deseaba compartir con nosotros algo enormemente importante) nos confesó: “Siempre he querido construir un museo en Marte”. La idea me fascinó. No por la evidencia de trasladar el arte a otros planetas demostrando así su importancia en la construcción de nuestra identidad, sino por la capacidad de viajar con él mentalmente hacia un universo desconocido y por ello ilimitado.
Los sueños utópicos ayudan a buscar en lugares poco transitados y aunque es evidente que Solimán López no ha conseguido construir su museo en Marte, la valentía de esa utopía le ha ayudado a proyectar HARDDISKMUSEUM. Un museo guardado en un disco duro. Un museo como obra única de arte intangible. Un museo que no sólo se construye desde el espacio sino desde el tiempo. Un museo que es de él pero de todos. Un museo, podríamos admitir, bastante marciano.
Han pasado casi cien años desde que Marcel Duchamp pusiera en tela de juicio la obra de arte como objeto artístico. Las propuestas creativas viven desde entonces entre los defensores del arte como idea y aquellos que siguen encontrando en la pericia técnica la verdad de la obra. A todo ello, hemos de sumar la presencia constante de la tecnología a la hora de crear, contar y compartir el arte. Desde las primeras cámaras portátiles de video que ayudaron en su avance a la performance hasta los minúsculos dispositivos móviles que en la actualidad nos permiten registrar todo con aterradora nitidez han pasado muchas cosas. Sin embargo, la figura del museo no ha tenido la capacidad de asumir tantos cambios en tan corto espacio de tiempo. Y probablemente por ello, porque la sociedad avanza más rápidamente que la institución hace mucho que el museo despierta tanto amor como odio.
<<Nosotros- decía Marinetti – queremos destruir los museos … Museos: ¡Cementerios! Idénticos, verdaderamente, por la siniestra promiscuidad de tantos cuerpos que no se conocen. Museos: ¡Dormitorios públicos en que se reposa para siempre junto a seres odiados e ignotos! Museos: ¡Absurdos mataderos de pintores y escultores que van matándose ferozmente a golpes de colores y de líneas a lo largo de paredes disputadas!>> No defiendo la radicalidad del italiano pero es cierto que en muchas ocasiones la desconexión entre vida y museo, entre su arte expuesto y la sociedad que lo arropa es más que evidente y, por extensión, preocupante.
En 1918, en el fragor de una de esas delirantes veladas futuristas, Maiakowski afirmaba: “ El arte no debe de concentrarse en los templos muertos del museo, sino por doquier: en la calle, en el tranvía, en las fábricas, en los talleres y en los barrios obreros”. Es cierto que hemos avanzado desde entonces y hay muchos museos que observan y trabajan con “la calle” pero no es menos cierto que la institución museística sigue dando más valor al objeto que a la experiencia. Incluso el propio museo como objeto, es decir, como ente arquitectónico, adquiere muchas veces más presencia que el propio arte expuesto. Las pinturas, esculturas, dibujos o instalaciones encuentran rápidamente su lugar en el espacio físico donde se museabiliza su estructura, contenido y mensaje para que todo tenga un orden. El orden burgués del museo. La burguesía de la obra de arte.
Ordenar lo material parece sencillo si se siguen unas pautas que poco han variado desde la creación de los primeros museos. ¿Pero qué ocurre si lo material se torna inmaterial? ¿Cómo ordenamos, exponemos y compartimos la creación artística intangible? ¿Debe lo intangible formar también parte de la historia de un museo? Nuestra calle, nuestro tranvía, nuestra fábrica, nuestro taller y nuestro barrio tienen hoy un nuevo escenario desde el que actuar: un nuevo Marte llamado Internet.
En el maravilloso manifiesto que acompaña la creación de HARDDISKMUSEUM escribe Solimán López: “Cuando pienso en guardar aquello que no es propio del mundo material, si es que se puede pensar en algo no material, caigo en la cuenta del valor que tiene todo aquello que no se toca”. El concepto de lo intangible es para mí lo verdaderamente importante en este proyecto. HDDM se presenta como repositorio para la producción creativa digital dando especial importancia a la interactividad y centrando su discurso en la obra de arte colectiva, sin embargo es en esa intangibilidad donde radica su verdadera fuerza porque proyecta una extensión ilimitada que posibilita salir de la dependencia arquitectónica y narrativa de los museos.
“Arte intangible – dice Solimán- es tiempo, tiempo es espacio, es universo.” HDDM no sólo es importante como depósito para los nuevos creadores que construyen desde lo digital sino que ofrece al espectador-visitante todo un universo de experiencias y de experimentación. “La importancia de lo que no se toca” radica en la capacidad de la imaginación para transformar una acción limitada en el tiempo en una experiencia poliédrica, densa y evocadora. Lo físico es perecedero, lo metafísico es absoluto.
El arte como el amor adquiere su verdadera importancia en el pensamiento y no en el acto (objeto). Hacer el amor con alguien supone un regalo de caricias, besos y placeres varios que siempre tienen fecha de caducidad. ¿Pero nunca os ha pasado que tras ese momento os habéis encontrado a vosotros mismos recreando la escena en vuestra imaginación una y otra vez? ¿Y no es cierto que al trasformar esos besos y caricias en intangibles estos adquieren sin saber por qué un valor especial?
Me gusta la idea de encender mi portátil y a través de una tecla entrar a un espacio ilimitado de creación. Vestida, desnuda, desde la cama, desde el sofá, sola, acompañada, saciada, hambrienta, feliz, melancólica, segura o asustada. Lo importante es que soy yo la que marcará los horarios y formas de visita. Yo decidiré cuanto tiempo deseo estar observando cada obra. Sabiendo además que pese a navegar desde mi ordenador no estoy sola en el museo. Alguien más lo estará visitando en un mismo tiempo desde otro espacio. ¿Y si algún día alguien lo visitase desde Marte? Es lo bueno de HARDDISKMUSEUM. NO necesita ir abriendo sucursales a golpe de talonario porque la red es de todas y todos.
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En septiembre de 2015 se presentará la primera exposición colectiva de HDDM en la Galería Punto bajo el título Líquido.