Su registro shakespeareano fue de lo mejor que dió la gran pantalla y el pequeño teatro de sueños que de forma elegante nos brindó su británica talla, a sus 86 años la leucemia acabó con su vida, no con su obra ni con su recuerdo.
Hizo pocas películas aun después de ganar un Oscar por su interpretación del estadista de la Casa de Tudor Sir Thomas More en 1966. Fue actor de teatro por inclinación y por dotes, que incluyeron un rostro dramático de facciones muy marcadas y una voz inolvidable comparada con el encendido de un Rolls Royce o el ruido sordo de un cañón de órgano, tubular de fábula en el sonido de eco del último recodo de la catedral del dramatismo.
“Con magnificencia, Scofield se sumerge en su papel, lo minimiza y de algún modo muestra los pensamientos íntimos de un hombre destinado a la santidad»’, escribió la revista Time, sobre este figura del toreo dramaturgo.
El actor Richard Burton, una vez considerado el heredero natural de Laurence Olivier y John Gielgud en las tablas británicas, dijo que fue Scofield quien merecía el sitial.
“De los 10 grandes momentos del teatro, ocho son de Scofield”, afirmó.
(Gran interpretación en «El tren»)
Scofield fue un astro inusual: un hombre de familia que pasó la mayor parte de su vida a pocas millas de su ciudad natal en el sur de Inglaterra y que corría a casa al salir del trabajo para reunirse con su esposa y sus hijos, fue cálido, familiar y no muy viajero, la estancia en demasia alejado de su hogar no era de su agrado.
No buscó la atención pública, dio pocas entrevistas y a veces parecía necesitar ser persuadido para atreverse a salir, incluso al teatro que tanto quería.
Sin embargo, en 1992 insistió en una entrevista con The Sunday Times que “mi soledad es un mito…. Sí, he rechazado muchos trabajos. A mi edad uno debe ser selectivo, pero la idea de que ya no me pueden molestar para actuar es absurda. Actuar es lo único que sé hacer. Un actor: eso es todo lo que soy”.
Según reportes, a Scofield se le ofreció el título de caballero, pero lo rechazó.
“Simplemente no es un aspecto de la vida que quisiera”, dijo una vez. “Si uno quiere un título, ¿qué tiene de malo el de «Señor».?”.
En 2001, empero, fue nombrado Compañero de Honor, uno de los principales honores del país, limitado a 65 personas en vida.
Su temperamento, de igual modo, era inesperado para un actor que permaneció en la cima de su profesión. “Es un hombre tan bueno, tan humano y decente, y curiosamente desprovisto de ego”, dijo el director Richard Eyre, ex director artístico del Teatro Nacional de Gran Bretaña.
“Todo el orgullo que tiene se canaliza a través de lo que hace brillantemente”.
David Paul Scofield nació el 21 de enero de 1922 en el pueblo en Hurstpierpoint, a 12 kilómetros de la costa sur de Inglaterra.
Cuando se casó con la actriz Joy Parker en 1943, la pareja se estableció apenas a 16 kilómetros al norte, en el pueblo de Balcombe, donde tuvieron un hijo y una hija y donde Scofield estaba a una distancia cómoda del circuito teatral londinense West End.
Scofield estudió en la Escuela de Teatro Croydon Repertory y en la Mask Theater School de Londres previo a la Segunda Guerra Mundial. Excluido del servicio militar por razones médicas, salió de gira en obras teatrales, entreteniendo a las tropas y actuando alrededor del país.
Durante los años 40 trabajó en Londres y Stratford, en obras de Shakespeare, Shaw, Steinbeck y Chekhov.
Como veinteañero, trabajó con el director Peter Brook, con quien salió de gira como Hamlet en 1955. La colaboración incluyó la adaptación teatral de “The Power and the Glory” de Graham Greene en 1956, y Gielgud dijo que la de Scofield fue la mejor actuación.
Al gran éxito de “A Man for All Seasons” siguió otro en 1979: el papel de Salieri en “Amadeus”.
Sus últimas apariciones en las tablas incluyeron “Heartbreak House” en 1992 y la producción del Teatro Nacional de “John Gabriel Borkman” de Ibsen en 1996.
Su filmografía incluye “A Delicate Balance” de Edward Albee en 1974, la producción de Kenneth Branagh de “Henry V” en 1989, en la que interpretó al rey de Francia; “Quiz Show”, la cinta de Robert Redford sobre un escándalo televisivo en los años 50, en el que hizo el papel del poeta Mark Van Doren; y la adaptación de 1996 de la obra de Arthur Miller “The Crucible”.
Paul Scofield, un grande discreto que tan solo fue un gran actor, nada más y nada menos.
http://es.youtube.com/watch?v=Fuw4PZMB14Q
«A man for all seasons», «Un hombre para cualquier tiempo», fue la frase con la que le describió su amigo Erasmo de Rotterdam. Traducida bien, resulta más gráfica que el título que le pusieron en España: «Un hombre para la eternidad», que parece realzar más su condición de santo que sus otras virtudes: una coherencia que le llevó de la amistad íntima con el rey al cadalso por no querer retorcer su conciencia humillándose ante el mandato real.
Aunque la película se base en una obra teatral, y muchos la acusen de aburrida por ello, es para mí una de mis cintas favoritas, donde todo raya a una altura sobresaliente: la fugaz música del gran Georges Delerue (que luego volvería a la época de Enrique VIII con otra gran banda sonora, la de «Ana de los 1000 días»), la ambientación renacentista, la descripción de carácteres, que remarcan la mezquindad de casi todos los personajes que rodearon a Tomás Moro, y por supuesto los actores: un inconmensurable Paul Scofield, pero un no menos genial Robert Shaw, a la altura en su interpretación del otro gran Enrique VIII de la historia del cine: el de Charles Laughton.
¡Qué lejos el vivaz, inteligente e imprevisible rey Enrique de Shaw, del estólido de Eric Bana que estos días encarna el mismo papel en «las hermanas Bolena»!
Todos nos hacen creer que los personajes reales debieron ser como los muestra la película: el intrigante Cromwell, que acabó sus días en el patíbulo, el sobrepasado por las circunstancias Cardenal Wolsey, magnificamente interpretado por el orondo Orson Welles.
Lo dicho, una película para la eternidad, puesto que el ejemplo de Moro es muy difícil de seguir, en aquel o en cualquier otro tiempo…
Magnífico e instructivo comentario Labrit, como es habitual en tus siempre buenas intervenciones, simplemente quería apuntar que al hilo de lo que escribes sobre esta película, estamos sencillamente ante artesanía llevada al cine, como artesano siempre fue el Señor Scofield.
Saludos Don Labrit.