Anthony Minghella, el desierto de la fecundidad.


De poco hizo mucho, fue oasis que a mares inundó la tragedia de una vida enamorada, llorando gestos de amor en el paisaje soleado de vuelos de avioneta. Fue recuerdo de bailes de salón de perfumados aventureros en el abismo del riesgo. El dolor del corazón siempre superó el físico que como preludio de final esperado actuaba de malheducado huesped que forzaba la memoria del pasado.

«Yo no ruedo una historia de amor o una batalla; la vivo». Su frase moldeó ese perfil de ávido lector, hizo magia, lo consiguió. Su éxito residió en el aprendizaje de todo lo que le rodeaba, todo le interesaba y desde el respeto caminó en sus líneas hechas celuloide.

Su hijo Max se enteró de tan trágica noticia cuando trabajaba junto a Amenabar en la épica obra «Agora» rodada en Egipto, recoge el testigo de un padre orgulloso continuando el sueño mágico de su existencia.

54 años, juventud que a borbotones se escapó tras una complicación médica, hemorragia que ahogó su genialidad para dejarla intacta en nuestro recuerdo.

Anthony Minghella, un romántico soñador que de forma exquisita fue paciente con nosotros para ser inglés, de origen italiano y ciudadano del cine en el desierto de nuestro celuloide planeando en paisajes de amor.

Descanse en paz.

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