¿UN DÍA SIN MÚSICA?

La música ¿qué comunica?

Lo que está claro para mí, ¿está claro para ustedes?

¿Consiste la música solamente en sonidos?

Entonces, ¿qué comunica?

¿Es música un camión que pasa?

Si lo puedo ver, ¿tengo que oírlo también?

Si no lo oigo, ¿aún comunica?

Si mientras lo veo no lo oigo, pero oigo otra cosa, por ejemplo un batidor de huevos, pues estoy en el interior mirando hacia fuera, ¿cuál de ellos comunica, el camión o el batidor de huevos?

¿Son los sonidos simplemente sonidos o son Beethoven?

Las personas no son sonidos, ¿verdad?

¿Existe de verdad el silencio?

¿Hay siempre algo que oír, no hay nunca paz y silencio?

Si mi cabeza está llena de armonía, melodía y ritmo, ¿qué me pasa cuando suena el teléfono, qué le pasa a mi paz y silencio, quiero decir?

  Silence, 1961. John Cage

 

El pasado 20 de mayo músicos y asociaciones del sector musical entregaban algo más de 250.000 firmas al Congreso por la derogación de la subida impositiva al 21% para espectáculos musicales. La reivindicación saltaba a las redes sociales desde el hashtag #undiasinmusica y  la gente se posicionaba de muy diversas formas. Entre toda esa gente que ha apoyado la iniciativa también esta quien afirma de forma rotunda y categórica que todo esto no va a servir de nada porque los políticos hacen y deshacen a su antojo o, mejor dicho, al antojo de la industria musical.

Más allá de la reivindicación (la cual considero absolutamente justa y necesaria) la propuesta me generó cierta ansiedad. ¿Un día entero sin música?- pensé.  Teniendo en cuenta que yo escucho música desde que me levanto, siempre camino por la calle con los cascos puestos, la radio del coche se enciende automáticamente al primer gesto de la llave y cuando me ducho hasta canto (está bien, igual esto no lo debería considerar música), el hecho de pasar un día entero sin escuchar alguna melodía me resulta complicado. Sin embargo, las ausencias llevan irremediablemente a sentir de una forma diferente las presencias  y ello me recordó que la música convive con el ruido al que no sólo olvidamos sino que infravaloramos. Y es precisamente el ruido como generador de lenguajes y experiencias uno de los temas más interesantes y complejos a los que se ha enfrentado el arte contemporáneo.

Tomasso Marinetti y Luigi Russolo ante sus instrumentos para "El arte de los ruidos", 1914.
Tomasso Marinetti y Luigi Russolo ante sus instrumentos para «El arte de los ruidos», 1914.

En julio de 1912 los Futuristas publican sus primeros manifiestos para la música advirtiendo que esta debe convivir con el resto de lenguajes artísticos en un escenario común. El hecho de que sean artistas plásticos y no músicos los que hablen del tema amplía el horizonte de la mirada. El arte comienza a alejarse de los gestos burgueses obsesionados por la belleza y abraza la irreverencia y la provocación. Más tarde, Russolo comienza a experimentar con la música creada por una batería de ruidosas máquinas lo que da como resultado el manifiesto “El arte de los ruidos”, publicado en marzo de 1913. En dicho manifiesto el italiano marca un nuevo camino de experimentación que sigue tan vivo como entonces. Russolo aspiraba a combinar el ruido de los tranvías, las explosiones de los motores, los trenes y las voces de las multitudes en una suerte de composición moderna. Construye para ello una serie de instrumentos que emiten ruidos a modo de familia desde los cuales nos invita a disfrutar del ruido de un motor o del sonido de un toldo en la ciudad. En ningún momento pretende con ello negar la música, simplemente propone romper el círculo de sonidos puros y conquistar la infinita variedad de los sonidos-ruido. Una forma, admitamos que algo extravagante, de hacer consciente al mundo de la riqueza sonora de su entorno.

Un ruido secreto, 1916. Marcel Duchamp
Un ruido secreto, 1916. Marcel Duchamp

En 1916 Marcel Duchamp afirma categóricamente que “el sonido ocupa un espacio” y construye a modo de adivinanza su famoso ready-made “Un ruido secreto” en el que un ovillo de cuerda sujeto a dos placas cuadradas de latón esconde un objeto sin identificar que genera un extraño sonido que activa la imaginación del espectador.<<Podría ser una moneda- decía Duchamp. Pero también un diamante>> Años más tarde John Cage se pregunta: <<¿Y el silencio? El silencio – se responde- no existe.  Sonido y silencio son lo mismo>> Cage será uno de los primeros compositores en dar importancia al silencio en la música. Este hecho también influye en la obra de arte y en nuestra propia experiencia respecto a la música. El artista norteamericano se da cuenta de que lo que se concibe como silencio en realidad no lo es, ya que durante los silencios musicales de un concierto continúan los eventos sonoros, continúa “el ruido”.

4'33, 1952, John Cage
4’33, 1952, John Cage

De esta reflexión surge su famosa pieza 4’33 en la que lleva al extremo sus teorías musicales. La pieza está pensada para ser tocada ante un piano silente, es decir, el interprete se mantiene en silencio delante del instrumento durante esos algo más de cuatro minutos. <<Si en el pasado- decía Cage-  el punto de discusión en la música se centraba en la disonancia y la consonancia, en el inmediato futuro será entre el ruido y los sonidos llamados musicales>>

En otros casos el músico alemán invita a participar directamente en la creación de ruidos. “Living Room Music” se concibe como una habitación llena de objetos cotidianos (muebles, libros, periódicos, plantes, etc.) que se transforman en instrumentos musicales a manos del espectador. De esta forma, se activan ruidos que en nuestro día a día no concebimos como importantes pero que constituyen nuestro memoria sonora de la misma manera que lo hacen las canciones de nuestros músicos favoritos. ¿Pero somos realmente capaces de disfrutar de esos ruidos?

Performance en la que se recrea "Living Room Music" de John Cage
Performance en la que se recrea «Living Room Music» de John Cage

 

Traslado mi memoria a uno de esos conciertos que hacen que todo merezca un poco más la pena y me veo escuchando a Quique González en su última gira. Uno de esos músicos que no arrastra público casual llenando las plazas de toros de pancartas, camisetas con mensajes absurdos y gritos enfervorecidos y desacompasados sino que siempre es acompañado por gente que le respeta y valora por encima de todo. Esa gente a la que le cuesta mucho vivir  un día sin música. Pues incluso en un concierto así te das cuenta de que la gente está habituada a escuchar música pero no comprende la importancia de los ruidos. El ruido de las botas cuando arrastra los pies hacia el centro del escenario. Ese ruido de la silla al ser apartada del piano. El ruido del micrófono cuando silba de dolor al darle un golpe imprevisto. Ese ruido en forma de quejido cuando el cansancio de su voz va anunciándote el final del concierto. Ruidos que son sonidos desde los silencios sin música. Ruidos que son nuestros y que deberíamos esforzarnos por vivir. Ruidos que en este caso también forman parte de la experiencia de un concierto único.

Quique González al piano.
Quique González al piano.

Qué  bonito es que te digan que el sonido de tu risa es contagioso. Qué maravilloso es que te susurren al oído lo bien que jadeas cuando haces el amor. Qué sensación más grandiosa cuando escuchas romper una ola sobre tus pies. Sonidos-ruidos-silencios-música. ¿Un día sin música? Es complicado. Es imposible.

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¿ALGO QUE CELEBRAR?

En este mundo en el que nos gusta clasificar todo hasta límites surrealistas el concepto de “el día de” se ha transformado en un clásico que ningún sector quiere perderse. En 1977 el Consejo Internacional de Museos (ICOM) acordó fijar el 18 de mayo como el Día internacional del Museo y a partir de entonces también la museografía tiene su pequeño momento de gloria. Cada año se asigna un tema que sirve como elemento vertebrador de las diversas actividades programadas a lo largo de dicha festividad. Este año el lema propuesto reza: “Museos para una sociedad sostenible”. Según el ICOM, se reconoce así el papel de los museos para concienciar al público sobre la necesidad de una sociedad menos derrochadora, más solidaria y que aproveche los recursos de manera más respetuosa con los sistemas biológicos.

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Concienciar a la gente sobre el exceso de gasto y la correcta utilización de los recursos naturales que nos rodean suena francamente bien pero también algo alejado de los problemas actuales que la mayoría de las personas, vayan o no a un museo, tiene en estos momentos. Siente una que los responsables del ICOM viven en una urbanización de un barrio bien a las afueras de Marte y que han decido bajar a la Tierra para visitar algún museo y, de paso, hablar de sostenibilidad que suena entre hipster y cool.

Por otra parte, es irremediable que los que trabajamos en un museo oigamos ‘sostenibilidad’ y pensemos rápidamente en un concepto algo diferente. La RAE define el término como “un proceso que puede mantenerse por sí mismo, como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes”. Y leído esto se te acaban automáticamente las ganas de fiesta. Los museos en la actualidad, sean estos de titularidad pública o privada, en muy contadas ocasiones pueden subsistir sin una importante ayuda exterior, y los recursos existentes, vengan estos de la financiación pública o de los ingresos generados de forma directa por la actividad, no es que hayan mermado sino que resultan casi anecdóticos. La mayoría de los museos (sobre todo esos que nunca aparecen en las listas de museos incluidas las listas de museos que celebran “su día”) no sólo no consiguen ser sostenibles sino que navegan sin rumbo hacia una deriva tan aterradora que no da el cuerpo como para organizar fastos y celebraciones.

Pero no quiero que penséis que me he puesto el traje de pitufa gruñona y voy a pasar la semana renegando del día del los museos. Me parece bien que estos utilicen todos los recursos que están a su alcance para visibilizar su labor. Me encanta que la gente decida dedicar parte de su fin de semana a disfrutar de sus colecciones y actividades. Me enorgullece ver cómo, cual orquesta del Titanic, seguimos teniendo capacidad de generar ilusión y magia desde la historia, la ciencia o el arte aunque el barco se esté hundiendo. Levantarse del sofá y arreglarse para salir de fiesta es un ejercicio más que saludable.

Sin embargo, me gustaría que la fiesta de los museos se transformase también en una oportunidad para acercar los problemas de dichas instituciones a la gente que no siente como suyos esos espacios, que sigue sin valorarlos y que no comprende que tras la belleza y riqueza de los objetos expuestos hay mucha precariedad laboral, extensos expedientes de regulación de empleo, demasiada subcontratación, profesionales infravalorados, artistas ninguneados y, sobre todo, un tejido cultural que construido con mucho esfuerzo durante años se nos está escapando entre nuestros dedos como un puñado de arena de playa.

Y no sirve de nada caer en ese victimismo fácil en el que toda la culpa la tienen siempre los políticos de turno, los directores con ínfulas de estrellas de cine o los artistas que realizan un arte incomprensible. Si la sociedad actual se ha divorciado de los museos, si sólo los visita como actividad puntual y turística y, sobre todo, si no los sienten como suyos, es también culpa de los que estamos dentro de dichas instituciones.

Practicamos mucho la queja pero esta siempre se comparte con la boca pequeña, en pequeños corrillos y dentro de nuestro propio entorno. En muy contadas ocasiones encontramos a profesionales que se esfuercen por explicar a la gente que los museos se hunden en nuestro país y eso nos afecta a todos. Porque los museos dan cobijo a historiadores, conservadores o artistas pero también alimentan a familias de carpinteros, transportistas, maquetadores, limpiadores, informáticos, electricistas, y un sinfín de profesionales que trabajan en ese complejo escenario de lo cultural. Porque los museos entretienen a turistas locales y extranjeros con visitas, conferencias y conciertos pero también llegan a las escuelas ayudando a los profesores a enriquecer sus materias, a los centros de educación especial con programas adaptados a sus necesidades, o a hospitales y centros de día mejorando la calidad de vida de sus pacientes a través de la educación artística.

Si la mayoría de la sociedad no comprende que los museos pueden mejorar y ‘enriquecer’ el entorno social en el viven habrá que explicarlo de forma más clara y directa para que con su ayuda y apoyo nos sintamos más fuertes ante la aniquilación cultural que está sufriendo este país por culpa de un caciquismo político ignorante y vergonzante. ¿Algo que celebrar mañana? Claro que sí. Vayamos al museo y disfrutemos de él pero además de ponernos guapos y ‘bailar’ aprovechemos la ocasión para hablar y explicar que los museos no sólo pueden ser sostenibles sino que son capaces de crear una línea invisible pero importantísima que sostiene valores fundamentales para nuestra sociedad: la capacidad de crítica, la creatividad, la empatía, la generosidad o la pluralidad. ¡Feliz día(s) de los museos! Ni más ni menos que 365 días al año de fiesta.

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EL ARTE ES UN PROCESO RELIGADOR

 

“Que el arte consiste, en toda época y en cualquier lugar

en un proceso integrador, religador, del hombre y su realidad,

que parte siempre de una nada que es nada y concluye en otra Nada que es Todo,

un Absoluto, como respuesta límite y solución espiritual de la existencia.”

QuousqueTandem…! Jorge Oteiza

 

Hace ya tiempo que tengo la sensación de estar encerrada en una esfera en la que hay muchas y variadas cosas pero que gira a tanta velocidad que no consigo salir de ella ni para coger aire. Cuando me siento así, ahogada y aprisionada,  me invade primero la tristeza pero después intento recuperar de mi memoria proyectos gracias a los cuales he aprendido a vivir de manera más serena y justa. El mundo del arte me enfada, me enerva y me decepciona constantemente pero el arte me da la vida y ese aire que me falta tan a menudo.

‘Mi caja. Tu refugio’ es un proyecto al que necesito volver cada cierto tiempo. Fue difícil y apasionante a partes iguales y hoy os lo cuento con toda la sinceridad de la que soy capaz porque a mí me ayudo a valorar enormemente mi siempre insatisfactoria vida. Tras alguna breve colaboración con actividades artísticas en centros penitenciarios decidí que ya era hora de realizar mi propio proyecto en la ciudad que hace ya muchos años me adoptó como a una más, Pamplona.IMG_0065

En el mundo de la educación artística una siempre tiene que dar el primer paso porque si no el desierto puede helarse bajo tus pies antes de que te ofrezcan algo interesante. Por ello, solicité una cita con la dirección del centro penitenciario de la ciudad para proponerles una colaboración. Aun a riesgo de parecer exagerada os digo que ya en esa primera cita me di cuenta de que entraba en un terreno difícil. Cruzar las puertas de una cárcel (y algunos lo habréis tristemente vivido) genera una sensación desagradable. Te sientes tan observada, tan vigilada y tan analizada que sin quererlo te crees culpable de algo nada más mostrar tu DNI. Recuerdo que ese día comenté con un amigo: << ¿Te imaginas que alguien de algún diario me ve entrar por la puerta de la cárcel y me reconoce?>> Hubiese animado los corrillos sociales de esa semana.

El caso es que el proyecto (creo que porque en el fondo tampoco sabían muy bien lo que quería hacer)  fue aprobado, y a partir de ese momento empecé a cruzar la puerta de la cárcel una vez por semana durante algo más de tres meses. La sensación del primer día no desapareció nunca. En esa primera reunión me dieron a elegir entre trabajar en el módulo de mujeres o en el de los hombres. Y como ya me vais conociendo sobra decir que ese carácter vehemente que me acompaña siempre no me dio otra opción más que elegir el de hombres. Me parecía más difícil trabajar con ellos y, en consecuencia, más honesto.IMG_0171

Los primeros problemas empezaron, como casi siempre en esta vida, con las prohibiciones del propio centro penitenciario. Era una cárcel antigua ( hace poco que se abrió un nuevo centro) poco dada a proyectos de este tipo. Así que:

  • Prohibido utilizar en los talleres cola, pegamento de tubo y elementos cortantes ( tijeras, cutters, etc)
  • Ninguno de los materiales utilizados en el taller podrá salir del centro.
  • Al acabar cada taller ninguno de los presos puede llevarse ningún material para continuar con el trabajo fuera del aula.
  • La tarjeta de memoria de la cámara se entregará a seguridad al acabar el taller y se volverá a recuperar a la semana siguiente. Esto supuso que no pudiese realmente ver lo que había fotografiado ni analizarlo hasta acabar del todo el proyecto.
  • Prohibido preguntar a los participantes sobre su situación en el centro.

Excepto la molesta imposición de tener que entregar la tarjeta de memoria de la cámara, sobra decir que el resto sufrió innumerables fisuras que en estos ámbitos se consiguen a base de paciencia y una serena sonrisa.

  • Conseguí introducir unas tijeras y cutter con la promesa de que sólo las utilizaría yo. Promesa incumplida.
  • Conseguí sacar algún material del taller explicando que los volvería a traer a la semana siguiente. Promesa incumplida.
  • Conseguí regalar materiales como lápices, papeles de colores, pinturas, etc. a muchos de ellos con la promesa de que trabajarían con ello. Promesa incumplida conscientemente porque sabía que lo utilizaban para otras fines.

La primera parte del proyecto consistió en hablarles del artista. Proyecté videos, leí poesías y les conté mil historias. Sólo uno de los presos era vasco y como hablábamos de Oteiza fue muy divertido ver cómo se convirtió rápidamente en ‘jefe de grupo’.  Era su derecho. En la cárcel lo más importante es buscar algo que te diferencie. Algo que te haga ganarte el respeto de los demás. Él se lo ganó contando que cuando era más joven había conocido a Jorge. Una mentira a la que yo seguí el juego con admiración.

Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza
Caja vacía, 1958. Jorge Oteiza

La partida de cartas había comenzado pero yo no quería imponer mis normas por lo que la segunda parte del proyecto consistió en que entre todos eligiesen una obra de las que habíamos estudiado a partir de la cual comenzaríamos a trabajar en el taller. Empezamos así un proceso de debate eliminando unas y eligiendo otras hasta quedarnos con una única pieza con la que todos, de una manera u otra, se sentían identificados: “Caja vacía”. <<Aitziber- me dijo seriamente el ‘jefe de grupo’- tú nos has contado que el vacío de las cajas de Oteiza es una especie de refugio. Mi refugio es el mar del cantábrico y seguro que el de Abdalá es otro. Pero lo más importante es que aquí todos necesitamos uno.”  Yo no lo hubiese dicho más claro.

Con la caja como posible refugio empezamos la tercera parte del proyecto. Cada uno construyó una caja que debía contener en su interior ese refugio con el que soñaban por las noches. Ese escenario que no por lejano es menos necesario. Las propuestas fueron muy sorprendentes. Uno construyó una playa y una hamaca en recuerdo de su Caribe natal. Nuestro jefe pintó la caja de un azul tan intenso que el propio Neptuno (siendo o no vasco) se hubiese sentido orgulloso de él. Otro de ellos construyó un corazón con los colores de la bandera gay (<<Ellos no reconocen los colores >> me dijo con un guiño).

Un chico de poco más de 20 años hizo una preciosa flor de papel y la colocó dentro porque según me dijo como no sabía hablar con las mujeres había tenido que aprender a hacer flores con servilletas del bar. Y una de las más emocionantes fue una caja que reproducía los barrotes de la cárcel. Pintada de negro y envuelta en un lazo rosa mostraba una evidente declaración de principios: <<Algunos de nosotros hemos perdido la posibilidad de encontrar refugio>>. Y el más daliniano del grupo construyó un huevo frito y orgulloso me contó que había realizado la yema con la bola del bote de desodorante.

Pero no creáis que llegar a este punto fue fácil. Ellos tuvieron que buscar en su interior y yo plantar cara a su exterior. Por la mañana recorría el corredor oyendo toda clase de comentarios que no sólo me incomodaban sino que me repugnaban. Me odiaba a mi misma por tener tantos prejuicios pero acabé yendo a los talleres vestida por completo de negro. En el aula las tensiones hicieron que incluso uno de ellos fuese expulsado del grupo por agresividad hacia mí. Y los cambios de humor de la mayoría de ellos también me afectaban profundamente. Muchas mañanas me levantaba con cierta ansiedad y tenía que obligarme a mí misma a volver a cruzar la puerta. Y cuando salía del taller era incapaz de volver a casa o al trabajo y me acercaba al primer bar del barrio para poder tomar una copa de vino que me relajase. No os cuento todo esto para victimizarme sino porque en estos procesos solo se cuentan los bonitos resultados pero el camino es más largo de lo que parece.

IMG_0069Sin embargo, es cierto que los resultados suelen compensarlo todo. Con el material creado a lo largo de esos meses organicé una exposición en un centro cultural de la ciudad. Ellos no podían asistir a la inauguración por lo que al finalizar todo el circo mediático preparé una caja para enviar a cada uno de ellos. En este caso la caja no estaba vacía sino llena de recuerdos:

  • Selección de fotos de los talleres en la cárcel.
  • Fotos del montaje en el centro cultural.
  • Fotocopias de las reseñas aparecidas en prensa.
  • Una biografía de Oteiza.

Muchos de ellos me escribieron agradeciéndome emocionados el regalo. Algunos me dijeron que les gustaría leer más libros de Oteiza. Y otro me dijo que en un mes le trasladarían a Zaragoza así que me escribiría por si quería hacer algún taller allí. Lo cumplió.

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PUEDE QUE UNA VIDA SIN CARICIAS SEA UNA VIDA PERDIDA

Call it performance, call it art

I call it disaster if the tapes don’t start

I’ve put all my life into live lip-sync

I’m an artist, honey You gonna get me a drink?

Pet Shop Boys

 

En 1996, Neil Tennant y Phil Lowe escribían para Pet Shop Boys la irónica letra de Electricity que reza:

“Llámalo performance, llámalo arte

Yo lo llamo desastre

Si no queda grabado (…)”

Si buceamos en el terreno de la performance desde sus inicios en los años 60 hasta la actualidad encontraremos un abanico inmenso de propuestas que se deslizan por escenarios tan diversos como la crítica a la mercantilización de la obra de arte, la reflexión sobre el cuerpo del propio artista como materia y material de trabajo, la reivindicación política de los microrrelatos hasta el posmodernismo ignorados por el arte, o la sexualidad como fórmula de  diversidad y experimentación.

El nacimiento de la acción performativa entendida como arte es contemporáneo a la comercialización de las primeras cámaras portátiles. Por lo tanto, no resulta extraño que desde un primer momento el maridaje entre video y performance funcione de forma natural. Podríamos pensar que esta unión resulta enormemente útil al artista que ve cómo una acción que en origen es puntual, efímera e incluso minoritaria adquiere, gracias a la grabación de la misma, el carácter de objeto. Y todos sabemos que se vende mejor un objeto que una idea. Lo que tocamos queda definido en el marco de la realidad, lo que tan sólo podemos ver por un breve espacio de tiempo acabará difuminándose en nuestra memoria.

No es mi objetivo analizar la utilidad de la tecnología como receptora de la performance. Ni siquiera pretendo reflexionar sobre las diferentes acciones performativas que gracias al video hoy podemos recordar. Mi interés se centra en el camino contrario, en esa parte de realidad que perdemos al registrar la acción con una cámara: la relación directa con el cuerpo desde su tacto, su olor e incluso su sabor.

El video ayuda al artista a registrar de forma permanente el ejercicio de su acción pero no nos paramos a pensar sobre el hecho de que dicha grabación también sirve de escudo al espectador para no tener que enfrentarse directamente con las sensaciones físicas que hacen de la performance el lenguaje más valiente dentro del mundo del arte.

Nos resultaría complicado aguantar el tipo ante un tiroteo. Sin embargo, podemos observar tranquilamente, sentados en una sala de exposición,  la proyección de la famosa acción de Chris Burden titulada Shoot en la que, como ya nos adelanta el título, el artista es tiroteado por su ayudante. Todo, dicho sea de paso, por voluntad del propio artista. La acción es clara y perturbadora pero gracias a la cinta de video los jadeos de dolor nos resultan lejanos y el olor a sangre imperceptible.

https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=JE5u3ThYyl4

El uso del cuerpo como soporte artístico es aún más inquietante en acciones como las que en 1974 proponía Vito Acconti en su Libro abierto. La grabación muestra un primer plano de la boca del artista que habla con el espectador invitándole a utilizarla << No estoy cerrada, estoy abierta. Entra. Puedes hacer conmigo lo que quieras>>, oímos en susurros. Sobra decir que sin el filtro de la pantalla de video pocos valientes aguantarían la presencia del aliento del artista en su cara. La boca de Acconti es repulsiva pero la pantalla del televisor la hace soportable.

https://youtu.be/HYQAcHsgIwY

 

Es cierto que la violencia de Burden o el provocador uso del cuerpo de Acconti como llamamiento al espectador no puede gustar a casi nadie porque son acciones de por sí desagradables. Sin embargo, hay acciones que entran dentro de lo que debería ser normal en nuestro día a día con relación a nuestro cuerpo y sin embargo seguimos incomodándonos ante su visión directa.

El origen del mundo, 1866. Gustave Courbet.
El origen del mundo, 1866. Gustave Courbet.

El pasado año, la performer Deborah de Robertis realizó una acción ciertamente valiente que consistió en masturbarse en el Museo d’Orsay de París ante uno de los cuadros más controvertidos de la Historia del Arte: El origen del mundo, de Gustave Courbet. No pretendo entrar en un debate  sobre el derecho o no a utilizar espacios públicos para este tipo de acciones. Entiendo que haya gente que pueda sentirse incómoda pero lo que me preocupa es que ninguna de las reacciones ante dicha performance tuviera,  bajo mi punto de vista, una respuesta normalizada.

>, 2014. Performance de Deborah  de Robertis
<>, 2014. Performance de Deborah de Robertis

Los auxiliares de sala empezaron a gritarle y a colocarse en frente de ella para tapar su cuerpo. Ninguna de ellas se agacho o se acerco demasiado (como si su cuerpo pudiese contagiarles algo) y mucho menos la tocaron. Parecía que entre ella y el personal del museo existiese una lámina de vidrio que no podíamos ver pero que servía como barrera física. La reacción de los espectadores no fue mejor. Gran parte de ellos empezó a reírse. Puede ser que cuando se masturban en sus casas en lugar de jadear se partan de la risa aunque lo dudo. Y otros, en un afán por demostrar que eran abiertos, modernos y liberales,  empezaron a aplaudir. ¡Aplaudir! ¿Pero qué demonios estaban aplaudiendo? Puede que cuando se masturben en sus casas venga uno después y les aplauda por lo bien que lo han hecho pero no lo veo. No había en la sala rostros serenos observando la acción. No había silencio como respeto a la artista. No había una mirada normalizada hacia el cuerpo de esa mujer. No había ningún gesto que indicase que alguien había entendido algo.

Bajo mi punto de vista el problema no radica en la falta de conocimiento sobre el mundo del arte contemporáneo que tiene la mayoría de la gente (incluso mucha de la que acude a los museos). El problema, no nos engañemos, es que nuestra relación con lo corporal sigue siendo poco menos que insana. En estos momentos el desnudo es una constante en las series de televisión y el cine, se consume más pornografía que nunca, los jóvenes empiezan a practicar sexo mucho antes que en generaciones anteriores y la información sobre la diversidad sexual está al alcance de todas y todos. Pero es eso: SEXO. Entre la nada y sexo parece que no hay espacio.

En el día a día arrastramos nuestros cuerpos como entes aislados. En las aulas los alumnos se esconden tras los pupitres como si de escudos espartanos se tratasen. En el trabajo mantenemos ese gesto frío de dar la mano como norma general y en el mejor de los casos acercamos la cara para recibir con gesto tenso los besos de rigor. Si rozas a alguien en el autobús este da un respingo y entras en un sinsentido de disculpas culpables. Cuando una noche estás alegre y relajada no puedes bajar la guardia y permitirte tocar el brazo a alguien o agarrarle de la cintura porque ese bonito gesto se traducirá automáticamente en una invitación sexual. ¡Y tantas y tantas acciones a lo largo del día que hacen que nuestro cuerpo deje de tener sentido pleno!

Cada cual es libre de vivir su sexualidad como desee. Cada uno es libre de consumir o no sexo desde la ficción de una pantalla. Pero con independencia de las formas y variedades de consumo sexual que decidamos acojer en nuestras vidas lo importante es no olvidar que nuestro cuerpo tiene registros más amplios. Las caricias, los besos y los abrazos fuera de la actividad sexual suponen una riqueza que no debemos perdernos y que, además, puede ayudarnos a ser más tolerantes con nuestro entorno, incluso más tolerantes con nuestra sexualidad. Nietzsche decía que un día sin bailar es un día perdido. Puede que una vida sin caricias sea también una vida perdida.

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INMORAL QUE NO ILEGAL

El pasado 17 de abril algunos se levantaban, y otros se acostaban, con la sorprendente noticia de la detención de Rodrigo Rato. Un ilustre señor que ha paseado sus caras corbatas por los despachos del Gobierno en funciones, Bankia o el FMI. Y no crean que era de los que se quedaban en la planta baja. Era de los que tenían el despacho en la planta “noble”. Sí, de esos que si el día le venía apurado podía olvidarse de coger el metro y llegar a trabajar en helicóptero. Que para eso se construyen los helipuertos en las azoteas de los tejados importantes, ¿no? Los tejados humildes ya se sabe que sustituyen el ‘aeródromo’ por una práctica zona común que permita colgar las sábanas y lencería familiar. Cuestión de prioridades.

Imagino que hay almas cándidas a las que la detención les ha sorprendido y otras, entre las que me incluyo, a las que tan sólo nos ha parecido un ejercicio de justicia acompañado, eso sí, de una puesta en escena un poco a lo Monty Python y con cierto tufillo electoralista. Sin embargo, lo más sorprendente, por difícilmente defendible, es esa teoría por la que los integrantes de su partido (y me da igual que el señor Rato tenga o no carnet, lo lleve o no al lado de la tarjeta del Corte Inglés o lo use como mondadientes. Ha formado y forma parte de ese partido guste o no) justifican sus acciones como hechos que han ocurrido en su esfera privada que no política. Vamos que el señor Rato era un ejemplar ministro por el día y un chorizo digno de Mortadelo y Filemón cuando el sol empezaba a esconderse por las calles de Madrid. O lo que es peor, que el señor Rato ha podido comportarse de forma inmoral pero no tiene por qué haber sido ilegal.

Los cambistas, c.1.548. Marinusvan Reymerswaele. Museo BBAA Bilbao.
Los cambistas,  c.1.548. Marinusvan Reymerswaele. Museo BBAA Bilbao.

Y estos días pensaba que en este mundillo del arte las cosas se definen también desde una moneda de dos caras. A casi nadie le importa ser inmoral, lo importante es no cruzar la delgada línea de lo ilegal. Los ejemplos son tantos como días tiene el año. Pongamos que hablo de _____ (cada uno puede insertar en este espacio la ciudad en la que reside actualmente. La cosa no cambia mucho).

Un maraviloso edificio en el centro de la ciudad que podría ser reformado para usos sociales potenciando así la actividad del barrio necesitado de una inyección de positivismo pero que por la magia de la burocracia acaba transformándose en un museo privado. No es ilegal pero resulta inmoral.

Una convocatoria para seleccionar los puestos directivos y técnicos del mismo tras la cual la mayoría de los seleccionados conocen a alguno de los promotores del proyecto. No es ilegal pero suena inmoral.

Contratación de los puestos auxilares para cuidar las salas o informar al visitante para lo que se seleccionará a gente enormemente preparada a la que se le pagarán irrisorias cantidades por hora además de hacerles firmar un contrato por el que se podrá prescindir de ellos cuando la dirección lo desee ya que están realmente subcontratados. No es ilegal pero clama al cielo que es inmoral.

Sacar pecho en el acto inaugural explicando que el ámbito educativo y social del museo es una prioridad para el nuevo centro que desea  formar parte directa de su comunidad para construir después un departamento educativo en el que la acción pedagógica quedará en manos de voluntarios que no sólo no están preparados para tal actividad sino que evidentemente no verán nunca un euro. Si infravalorar la posibilidad de educar a sus futuros visitantes no es inmoral ya no sé que puede serlo. Eso sí, tratar a los visitantes de estúpidos integrales no tiene nada de ilegal.

Diseñar un programa expositivo anual en el que hay más artistas y comisarios amigos del director o directora que en la cena de Nochevieja de mi casa. Ilegal no es porque ayudar a tus amigos no tiene por qué serlo pero para todos aquellos que no consiguen comisariar ni exponer ni por casualidad aún siendo buenos profesionales suena lago inmoral.

Cenas que cuestan más que el sueldo anual de un vigilante de sala, ediciones de lujo en papel que sólo sirven para hacer regalos navideños a algún que otro, becarios cubriendo puestos de trabajo reales, horas extras que parecen hacerse por amor al arte, webs y cuentas sociales maquilladas y cargadas de mentiras, y tantas y tantas inmoralidades que no son ilegales…

No pondría la mano en el fuego por otros países pero no me cabe ninguna duda de que éste es un país de inmorales que caminan por la vida con el orgullo de haberse saltada la ilegalidad. El problema es que la inmoralidad engendra ilegalidad y en cualquier momento la moneda puede darse la vuelta. El único consejo que puedo darles a todos ellos es que tengan al día la revisión del helicóptero porque nunca se sabe cuando hay que salir corriendo.

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ENTRE SELFIES ANDA EL JUEGO

Aquí estoy tranquilamente con mi pipa, mirando la lluvia caer y practicando mi ejercicio favorito: imaginar. Y pienso: “¿Os imagináis lo que sería escuchar alguna de las Gymnopédies de Erik Satie o cualquier joya de Tom Petty con unos grandes tapones de cera en los oídos? ¿Y qué me decís de la posibilidad de saborear una buena copa de vino tinto a la que previamente se le han añadido unas cebollitas en vinagre? ¿Os imagináis entrando suavemente en el mar para disfrutar de un relajante baño y que alguien os coloque un kilo de piedras a la espalda? ¿Os imagináis…?”

selfie-catedral-burgosTranquilos. No me he vuelto loca (yo ya vengo loca de serie). Aunque no lo parezca todos estos supuestos tienen algo en común: una buena materia prima (música, vino, mar)  que puede regalarnos una gran experiencia, y un gesto surrealista (tapones, cebollitas y piedras) que la pueden arruinar. Pues esta es la sensación que tengo cuando veo a un iluminado o iluminada hacerse un selfie delante de una obra de arte. La obra de arte está, pero ellos ni la ven ni la verán. Sin embargo, la imagen empieza a ser ya tan habitual que da pavor y las variaciones son ilimitadas. Tenemos al aprendiz de yogui (y no me seáis brutos que me refiero al experto en yoga no al oso) que estira su cuello y el resto de su cuerpo en una indescriptible postura que permita a ese endemoniado artilugio llamado “palo de selfie”  recoger, en un reducido espacio, la fachada de la Catedral de Burgos, la tía Enriqueta, el perro y el susodicho.

Habitual también ese momento de confraternización que muchos grupos de amigos sufren al acercarse a las Meninas de Velázquez. Que total, si el cuadro en cuestión  hace ya más de tres siglos que fue pintado pues tampoco hay que darse prisa por observarlo. Es mucho mejor darle la espalda y aprovechar la ocasión para inmortalizar el momento con tus amigas. Así, a lo spice girls culturales.B9316665529Z_1_20150325181303_000_GIAAAH4SK_1-0

Clásico también ese en el que un tipo sólo ante la inmensidad de un Rothko se sienta en el banco de la sala y cuando crees que por fin hay alguien que se va a tomar su tiempo para disfrutar del arte saca su móvil y cual místico seguidor de las doctrinas de Fray Luis de León empieza a poner posturitas hasta conseguir inmortalizar el ángulo adecuado de su rostro (eso sí, sin olvidar el Rothko como persiana de fondo)

Muchos de vosotros estaréis pensando que exagero ya que una se puede sacar una foto y seguir  disfrutando después del arte. ¡Angelitos! Sé que algunos de vosotros lo hacéis pero en gran parte de los casos el selfie en cuestión es tan sólo el primer paso del sinsentido.

Tras la foto (que casi nunca sale a la primera lo que supone ya un tiempo considerable de pérdida) viene la parte más importante: contarlo. Empiezo por Facebook que es lo que más miran mis colegas del barrio y los amigos del pueblo. Sigo con Twitter que acompañará mi foto con un sensible comentario del tipo: “la belleza de Rubens me deja sin palabras”. La foto no me ha quedado demasiado artística y además se me nota la calva pero es que si no la subo a Instagram no soy nadie. Y cuando ya casi has acabado recuerdas que una parte de tu familia (a la que dicho sea de paso el arte le importa lo mismo que a Sergio Ramos la privatización de la escuela pública) no tiene ningún perfil social por lo que hay que enviar la rúbrica por Whatsapp.

museum-selfie-300x300Y pensaréis ahora que si uno es habilidoso esto lo puedes hacer en cinco o diez minutos. ¡Ilusos! Tras compartir la gran foto en cuestión llega la tercera parte del sinsentido: las opiniones y comentarios de la gente que hacen que tu móvil vibre como si tuviese cerca a la mismísima ‘Maja desnuda’. Y claro, ya se sabe que nuestros seguidores son lo primero por lo que si opinan hay que contestar. En ese momento, uno ya está perdido. Tan intensas pueden ser las conversaciones que ya nos da igual si estamos en el Louvre, en la Tate o en la cafetería del barrio. Hablar, hablar, hablar… lo de mirar la obra si eso otro día. Llegará un momento en el que cuando en la entrada se pregunte: <<Disculpe, ¿cuánto tiempo se tarda aproximadamente en ver la colección permanente? >> El auxiliar de sala responderá amablemente: <<Pues unos cinco minutos en ver las obras y unos noventa en gestionar su imagen>>.

La verdad es que las modas van y vienen pero tengo la sensación de que esta es de largo recorrido. Algo triste porque la solución tampoco es tan complicada. ¿Os explico cómo lo hago yo?

Una vez recogida mi entrada y el plano de sala correspondiente paso a dejar el abrigo en guardarropía (la comodidad es esencial). Después silencio mi móvil y lo guardo en el bolso. Comienzo la visita y disfruto de cada obra con tiempo y tranquilidad. Al finalizar la visita, si hay alguna obra que me ha gustado especialmente, me acerco de nuevo y la fotografío (a ella no a mí).

Por último, salgo de la sala y recupero mi abrigo. Una vez fuera del museo, busco un bar de esos donde dan buen vino (sin cebollitas), donde se puede escuchar buena música (con suerte Tom Petty) y en el que reine la misma calma y silencio que cuando me baño en el mar. Y entonces, sólo entonces, envío la foto a mis cuentas sociales. Las respuestas y conversaciones marcarán el número de vinos. Esa parte de la historia me la reservo.

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DESDE UCRANIA CON AMOR #SaveGenderMuseum

Todo cuanto han escrito los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y parte.

Poulain de la Barre

Todos recordamos ese incomodo momento del año 2001 en que el embajador de Rusia pregunta a la aspirante a Miss España por Melilla qué sabe de su país. La chica con gesto nervioso explica que lo único que sabe es que es un país con gente maravillosa a lo que el “honorable” embajador responde con una prepotente cara de desaprobación, porque de todos es sabido que lo que se valora de las misses son sus conocimientos artísticos, filosóficos, matemáticos e históricos y él debió sentirse defraudado.

Si sustituimos Rusia por Ucrania y a la aspirante a miss por la mayoría de la gente de nuestro entorno la respuesta sería igual de simple pero encaminada a dos temas aparentemente distintos aunque más cercanos de lo que pensamos: la guerra y la belleza de la mujer ucraniana. Esta belleza, por todos conocida, no se vive de forma natural o normalizada sino que camina sobre un terreno farragoso y con un maloliente aroma a machismo. En un país carcomido por la guerra y con casi un 50% más de mujeres que de hombres, las relaciones de pareja se tornan complicadas creándose una especie de batalla sin límite en la que el objetivo de ellas es estar guapas para a ellos, y el objetivo de ellos “dejarse querer”.

La ucraniana camina por la vida enfundada en altos tacones (incluso las zapatillas de deporte los tienen), maquillada hasta límites difíciles de describir y con una manicura siempre perfecta mientras que el hombre toma a menudo el chándal como su traje de diario. La mayoría se ha casado antes de los 24 años, tiene hijos y nunca ha salido de su país. No conocen otra cosa y no se hacen preguntas. Bueno, afortunadamente algunas de ellas sí y gracias al valor de estas mujeres el machismo adormecido empieza a cuestionarse y el único camino para avanzar hacia una sociedad más justa pasa por educar en valores igualitarios.

María (Pimienta) Sánchez en el Museo de Género de Járkov
María (Pimienta) Sánchez en el Museo de Género de Járkov

En este difícil escenario surge con determinación el Museo de Género de Járkov, un proyecto que he descubierto esta semana gracias a la artista María Sánchez García, a la que muchos conoceréis como Pimienta Sánchez y que me ha narrado con enorme emoción todo lo que hoy os cuento. María  ha trabajado y trabaja dentro del marco de su Servicio de Voluntariado Europeo en Ucrania, en colaboración directa con el equipo del Museo compuesto por Тatiana Isaeva(Directora) y Mariya Chorna (diseñadora), junto a muchas otras personas que voluntariamente están prestando su ayuda. No obstante, no penséis que  el trabajo actual de estas maravillosas mujeres se centra en dar a conocer el museo, su colección y su programa de actividades sino en algo más básico y urgente: se trata de SALVAR el museo a través de la campaña #SaveGenderMuseum.

El Museo de Genero de Járkov es el ÚNICO museo de Género de la ciudad. El ÚNICO en un país exsoviético, y el ÚNICO museo de género en el Este de Europa. Las mujeres y hombres ucranianos (lo sepan o no) lo necesitan porque sólo desde la descodificación de los gestos y costumbres machistas y a través de la activación de actitudes tolerantes, abiertas e igualitarias Ucrania caminará en la buena dirección. La palabra “género” no existe en ucraniano pero que una palabra no se encuentre en un idioma no quiere decir que no sea necesaria para su pueblo.

¿Y qué necesita el museo? Necesita de todo o lo que es lo mismo de todos. El museo se aloja en un antiguo piso soviético que está divido en tres zonas donde varios inquilinos comparten cocina y baño. Al no tener baño propio no se pueden recibir escolares por lo que la propia directora debe acudir personalmente a los centros para hablar del mismo.No obstante, sus salidas son cada vez más escasas ya que los gastos son sufragados por su propia economía familiar de por sí ya muy maltrecha por la guerra.

No hay electricidad y la colección, compuesta por más de 3000 piezas, se deteriora a un ritmo vertiginoso almacenada en cajas, baúles o armarios. María @PimientaSnchz me cuenta que con tan sólo 100€ al mes se podría pagar el alquiler y la luz lo que les permitiría empezar a trabajar sobre la organización de la colección con algo más de tranquilidad y dignidad. Los niños y niñas ucranianas podrían así empezar a entender a través de los objetos del museo y sus educadoras que las mujeres no tienen como único fin criar niños, cocinar o cuidar de la casa ( tal como les explican muchos de los libros que les “invitan” a leer de pequeñas) sino que el yo de una mujer puede tener forma de empresaria, abogada, poeta, taxista, o incluso soldado,  pero sobre todo que ese yo puede o no ir al lado de un compañero o de unos niños. La vida seguirá siendo con toda probabilidad muy dura en el futuro ucraniano pero al menos si hay que vivirla que se viva desde la libertad, la pluralidad y la igualdad.

<<El hombre no es libre en muchos aspectos- decía Joseph Beuys. Él depende de las circunstancias sociales, pero es libre en su pensamiento>>. Pensar que en nuestras manos, desde la distancia física y cultural, podemos cambiar la realidad de Ucrania es toda una utopía. Pero intentar ayudar a un pequeño museo cuyo único objetivo es avanzar hacia un pensamiento libre desde las pequeñas implicaciones tanto económicas como de difusión y concienciación que nos propone Pimienta Sánchez a través de #SaveGenderMuseum SÍ está en nuestras manos.

Cuentos infantiles ucranianos para niñas.
Materiales para el estudio de género con niñas y niños.

Cerrad los ojos e imaginad una niña que no tiene posibilidades de pensar con libertad y que en poco tiempo será una belleza más entre tantas sin identidad propia.

 

 

Abrid los ojos y pensad en #SaveGenderMuseum como una herramienta que puede ayudar a romper esa burbuja de aislamiento y permitir a las mujeres ucranianas desarrollarse de forma plena e independiente. Yo ya lo puedo visualizar.

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EL ARTE TE SEÑALA

No hay una sola cosa que esté sin señalar, y lo único que queda sin señalar es el propio señalar. Sin dicho señalar no podríamos nombrar las cosas del mundo. Y sin poder nombrarlas, ¿acaso podríamos decir que están señaladas? No.

Más en verdad toda cosa está señalada y el señalar no requiere ninguna cosa para existir, pues existe en sí mismo.

                                                                                      Gongsun Long

La primera vez que visité un centro de salud mental tuve la sensación de que el tiempo allí se había parado. Los ritmos, tanto de pacientes como de personal sanitario eran, en general, lentos. Se cruzaban en el camino miradas ausentes, tristes y vacías con rostros sonrientes, amables y cálidos. Tenía la impresión de estar ante una gran familia en la que todos se entendían como podían, asumiendo que estaban en el mismo barco. El silencio también era intenso y todo ello produjo en mí una profunda sensación de aislamiento. Ellos se observaban y se señalaban pero ¿alguien les señala a ellos?

DSC02917_esc-300x200En el mismo instante en que señalamos a alguien le damos un nombre pero los pacientes de salud mental rara vez son asumidos por su entorno como individuos con nombre propio, con necesidades, sueños y anhelos. Simplemente, están ahí como muestra defectuosa de individuos que pudieron vivir en nuestra comunidad pero que ya están fuera de ella. Sinceramente creo que las únicas personas que están fuera de su comunidad son aquellas que no asumen su diversidad. Ellas y ellos están, son y serán por encima de nuestra comprensión. No obstante, como todos nosotros, necesitan comprensión. Necesitan volver a tomar contacto con una realidad, la de la vida, de la que su mente les aleja tan a menudo. El arte puede ser una buena cuerda de amarre para devolverles a tierra.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

Desarrollar un proyecto educativo o artístico con un centro de salud mental requiere ante todo un posicionamiento de partida humilde. Un hospital no es un museo o un centro de arte, por lo que nosotros no seremos nunca los capitanes del barco. Es necesario asumir que el educador artístico llega a ese escenario como transmisor y catalizador de experiencias pero que estas siempre deberán apoyarse en los consejos y pautas establecidas por el personal clínico (psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales, etc.). En este sentido las conversaciones deben ser constantes y no hay que esperar a finalizar el proyecto para evaluarlos y evaluarnos. Cada día es una evaluación que nos ayudará a afrontar el siguiente con mayor seguridad.

Otro de los aspectos a tener en cuenta es el hecho de que son personas sujetas a cambios emocionales muy fuertes lo que, unido a una potente medicación, hace que su relación con nosotros cambie radicalmente de una semana a otra. Debemos estar preparados para ello. No voy a negaros que a mí se me hace muy difícil llegar al taller y descubrir que la persona con la que he tenido una buena conexión la semana anterior ni siquiera me mira  a la cara y desde luego, no desea en absoluto hablarme. En ese momento, tienes una profunda sensación de fracaso, pero ese fracaso no es otra cosa que el reflejo de tu ego personal. No estás ahí para que te quieran y te valoren sino para ayudarles a ellos a valorarse.

La autoestima es uno de los principales problemas a los que se enfrentan estas personas. Mi trabajo se ha centrado siempre en pacientes con cuadros de depresión o esquizofrenia y en ambos casos se aíslan porque sienten que no se les quiere, que no se les comprende. Y no se alejan solo de su vecindario, su familia o sus amigos sino que en la propia clínica es raro que establezcan nexos de unión con sus compañeros. El arte puede ayudar a romper este forzado silencio.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

En uno de los talleres que realicé en el Centro San Francisco Javier de Pamplona trabajamos el concepto de laboratorio de esculturas como un escenario en el que conviven miles de piezas. Después de estudiar alguna de ellas e incluso realizar pequeñas obras en yeso u otros materiales trasladamos el concepto a la pared del gimnasio. Para ello, cubrimos de papel todo un muro y lo dividimos en franjas como si de repisas o baldas se tratase. El ejercicio consistía en dibujar piezas hasta llenar por completo ese “armario”.  El resultado fue muy interesante ya que al principio cada uno seleccionó un trozo de papel para dibujar sin tener contacto con el resto. Pero a medida que avanzábamos algunos no podían evitar chocarse con otros o incluso ceder parte de su trozo de papel para que el de al lado pudiese continuar su figura. En ocasiones, los que se encontraban en mejor forma física ofrecían su ayuda a los que no podían agacharse para rellenar su parte más baja del mural. Toda una demostración de compañerismo que surgió de forma fluida ante el gesto de mover un lápiz por la pared.

Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.
Centro San Francisco Javier, Pamplona. Foto de Luis Azanza.

En otro de los talleres trabajábamos la memoria en relación a nuestras vivencias de infancia (el pueblo, la familia, los viajes, etc.) y les propuse imaginar uno de esos viajes y contarlo en una postal. Fueron ellos los que crearon la postal desde trozos de cartulina en los que por una cara dibujaban esa vivencia y por otra escribían un pequeño texto. Al finalizar, les propuse enviarse a ellos mismos la postal para ver qué sentían al recibir algo así desde el exterior. Ninguno estaba convencido. Algunos me decían que esas postales tan “caseras” no serían admitidas por correos. Y otros decían que los médicos y psicólogos no se las entregarían al llegar al centro. Aún así les pusimos sellos y yo me comprometía a enviarlas. La semana siguiente fue muy emocionante. Todos tenían sus postales en la mano y me contaban que cuando la recibieron ya no se acordaban de haberla enviado y que se pusieron tan contentos como si les hubiese escrito un familiar. Otros me decían que nunca hubiesen imaginado que un dibujo suyo pudiese ser tan importante. Y alguno, yo no me podía sentir más contenta, me dijo que había pensado en hacer más y enviárselas a sus compañeros. El aislamiento empezaba a tener pequeñas fisuras por las que entraba luz.

En otra ocasión os contaré más experiencias de este escenario tan complejo y apasionante como es la educación artística en el contexto de la salud mental. Este sencillo post tan sólo tiene como objetivo recordaros que el arte es inmensamente poderoso si creemos en él pero antes de creer en el arte es necesario creer en las personas, las señaladas y las no señaladas, las visibles y las no visibles, las públicas y las silenciadas.

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NADAR A CONTRACORRIENTE

Esta semana he cumplido años. Algo que en principio no tiene por qué interesaros pero qué le voy a hacer, no puede interesaros todo lo que escribo. El caso es que llevo toda la semana repitiendo en voz alta las palabras que siempre dice mi amiga Nerea: <<Recuerda que nunca serás más joven que hoy>>. Una afirmación abrumadoramente cierta pero que no es muy efectiva cuando los años se te van pegando a las costillas y el corazón te pesa cada día más. Sin embargo, tengo que admitir que si hago balance de los años vividos hasta ahora no creo haberlo hecho tan mal. No me refiero a las cosas que he conseguido sino a la forma de conseguirlas.

il_570xN_623331118_dauuSoy una piscis de manual. Intuitiva y perceptiva a partes iguales. Romántica, soñadora e insoportablemente sensible. Trabajadora, creativa, valiente y perfeccionista. Intento vivir en la tierra pero me resulta más cómodo hacerlo en la luna. Me siento pez por encima de todo y es por ello que siempre nado a contracorriente.

‘Nadar a contracorriente’, una expresión muy hermosa pero que en este mundo del arte al que tengo la suerte de dedicarme se malinterpreta demasiado a menudo. La mayor parte de los que trabajamos en este escenario de ‘lo artístico’ somos un poco egocéntricos (bueno, algunos disparan la media), inseguros, sensibles, sentimentales y, a veces, hasta soberbios. Por ello, se desarrollan actitudes que podríamos definir como extravagantes y que parecen decir: yo nado a contracorriente porque me dedico al arte. ¿Y en que se traduce esto? En directores de museos que toman a sus técnicos como súbditos de la corte, en técnicos que tratan a sus becarios como seres insignificantes, en comisarios vestidos de negro y con gafas de pasta que construyen sus discursos con el claro objetivo de no ser entendidos por nadie, en educadores con afán de cambiar el mundo construyendo propuestas pedagógicas grandilocuentes y cargadas de pedantería o en galeristas que te abren la puerta según el precio de tu perfume. ¡Cómo se equivocan todos ellos! Mirar por encima del hombro repitiéndose todos los días que se es diferente al resto no te hace nadar a contracorriente sino hundirte sólo (o acompañado de tus iguales) sin aportar nada al océano.

Nadar a contracorriente es admitir que el mundo del arte es tan complejo que nunca llegas a saberlo todo (ni siquiera lo suficiente). Admitir que el conocimiento no es piramidal y que a veces se aprende más de un artista sin nombre que de una estrella. Admitir que el director no es nada sin sus técnicos, que el comisario no es nada sin sus artistas, que los artistas no son nada sin el público y que, en definitiva, nadie somos nada sin los demás. Admitir que los que tenemos la suerte de ser sensibles y emocionarnos con el arte somos muy afortunados pero en ningún caso tenemos la potestad de despreciar a quien no siente con la misma intensidad que nosotros. Admitir que el acceso al arte no debe restringirse al museo, galerías o ferias sino que pertenece a toda la sociedad y es nuestra obligación mover el trasero del ordenador para llevarlo a distintos escenarios sociales.

Cuando los peces nadan a contracorriente aprovechan el microplacton que esta arrastra para alimentarse. Si trabajamos mirándonos al ombligo y escuchando únicamente a los que han conseguido posicionarse en primera línea del arte perderemos mucho alimento. Nos habremos transformado en anoréxicos intelectuales. Cuando veáis acordaros también de mirar. Cuando habléis no olvidéis escuchar. Cuando nadéis intentad sentir el agua en vuestras escamas.

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¿MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO?

Una vez al año se produce un curioso peregrinaje en el que gente ociosa, profesionales, políticos con cara de no saber por dónde les da el aire, compradores con alma y chequera, compradores  con chequera por alma y estudiantes diversos se dirigen a Madrid para devorar lo que hace ya tiempo se conoce como “la semana del arte”

Esos días, la siempre acogedora capital se esmera por ofrecer las mejores exposiciones en museos, galerías y centros de arte pero las niñas bonitas  de la semana son sin duda las ferias. Y como todo equipo que se precie tiene siempre una estrella que brilla sobre las demás, en este caso, la feria que  está siempre en boca de todos es ARCO.

ARCO es un territorio inmenso en el que se pueden encontrar piezas ya clásicas de Tàpies, Anthony Caro, Barceló o Basquiat junto a jóvenes autores desconocidos  que aspiran a crear historia. Acuarelas frente a trozos de cartón, video arte frente a fotografía en blanco y negro, bronces frente a metacrilatos o simplemente objetos que nos recuerdan que el arte se ve pero también se piensa. En este último caso podríamos situar a la que se ha transformado ya en la“top star” de la feria: el vaso con agua de Wilfredo Prieto.  Esa pieza de la que todo el mundo habla, a veces, con vehemente defensa y otras, con evidente desprecio.

Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.
Vaso de agua medio lleno, 2006. Wilfredo Prieto.

El objeto en cuestión no es otra cosa que un vaso con agua que se expone sobre una repisa de madera en el stand de la Galería Nogueras Blanchard. Desde la propia galería se afanan en repetir que se trata de una pieza conceptual en la que el valor no reside en el objeto sino en el certificado de artista. Un artista que, no sabemos si con ayuda de la galería o en un momento solitario de lucidez, sí que ha tenido capacidad para dar valor económico a la misma. Ni más ni menos que 20.000€. Personalmente, creo que es un precio muy acertado. Ni tan bajo como para que el vaso no despierte interés y no se mueva de la repisa en toda la feria ni excesivamente alto como para perder a algún excéntrico coleccionista.

El artista indica desde el título de la propia obra que el vaso está “medio lleno” lo que inconscientemente provoca en el espectador una sensación más positiva e incluso optimista que el concepto de “medio vacío”.  Sin embargo, y teniendo en cuenta que el objeto no tiene, según el autor, un verdadero valor, podríamos pensar que el agua ausente constituye un elemento más importante si cabe que la que llena el vaso. Cuenta el galerista que cuando ve que el agua se evapora  un poco por el ambiente de la feria vuelve a rellenar el vaso.  ¿Por qué? Me pregunto yo. Igual la ausencia es tan importante como la presencia.

Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.
Unidead triple y liviana, 1950. Jorge Oteiza.

Estas reflexiones me traen a la cabeza la famosa “Unidad triple y liviana” de Jorge Oteiza. Una obra realizada en 1950 en la que el artista vasco reformula el concepto de espacio desde la resta. La unidad base de la escultura es el cilindro al cual Oteiza aplica varias mordidas que dan como resultado una nueva figura geométrica: el hiperboloide. El artista explica este proceso poniendo como ejemplo una manzana. La manzana en cuestión, que tiene forma de esfera, es comida (mordida) desde sus laterales lo que da como resultado una nueva forma: el corazón o troncho de la manzana  (el hiperboloide). La mayor parte de la gente, cuando observa ese corazón dice: <<Vaya, me he comido la fruta así que aquí ya no hay manzana, ya no hay nada>>. Y Oteiza, sabiamente, nos recuerda que eso no es cierto. Por supuesto que ya no hay manzana, pues nos la hemos comido, pero eso no quiere decir que ya no haya “nada” sino que al morder la manzana hemos creado un nuevo espacio que antes no existía. El vacío como nueva presencia no como ausencia.

¿Tendría ese vaso el mismo valor si el galerista deja que el agua se evapore? Evidentemente sí porque el discurso sobre la pieza es tan débil como el líquido que la llena. Nos recuerdan  para dar mayor valor a la propuesta que Wilfredo Prieto es un artista que produce poco. Eso, en principio, no es bueno ni malo pero no hay que olvidar que para producir poco esto tiene que ser verdaderamente bueno. Intentar “jugar” a ser Duchamp, Morris o Yves Klein en 2015 suena poco serio. Suena poco creativo. Suena vacío. Pero vacío no como nueva presencia de una propuesta artística innovadora y sugerente sino vacio como ausencia total.

En una entrevista preguntan al responsable de la galería:

<<¿Si yo pongo un vaso similar, lo lleno de la misma cantidad de agua y lo coloco en mi casa de manera semejante, tendría un Wilfredo Prieto?>>

<<No, sería una copia>>.

Sobra deciros que lo primero que hice al llegar de ARCO fue retirar el vaso medio lleno de agua que me había dejado antes de salir para Madrid en la repisa del baño. No vaya ser que me acusen de plagio.

Y tras tranquilizarme me invadió el espíritu de Wilfredo y en un arranque de creatividad llene una copa de vino. Siendo consciente de que yo no tengo galerista, y en consecuencia nadie va a pagar 20.000€ por mi hazaña conceptual, decidí beberme el vino a la salud de tantas grandes obras como vi en la feria y de las que no se ha hecho eco la prensa, a la salud de tantas y tantos artistas que nunca llegarán a exponer en ARCO pero que de una manera u otra harán historia para los que necesitamos el arte con alma en nuestras vidas, a la salud de todos esos  profesionales que trabajan desde la segunda fila sin necesidad de llenar o vaciar vasos.

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