En la población de las segundas oportunidades enterramos el pasado al calor de un hogar de pasteles al atardecer, de oficios honrados que saludan calle arriba y preguntan por la salud del vecino más cercano.
El destino herrante llama a la puerta de la adversidad en forma de cruel pareja, es el momento de retornar al hombre que Tom llevó al desierto para rescatarlo como instinto de protección, dualidad sometida a los impulsos innatos que ya no quiere recordar pero que afloran como resrorte del odio del ayer, ese que nadie nunca supo. Solo Joey acude como identidad oculta y poderosa ahora utilizada para el bien. Bien y mal, dualidad para los ojos húmedos del recuerdo imborrable con el que debemos convivir, curiosa lección la que nos da una historia de violencia, de tuertos de corazón que miran a través de la muerte y del poder más mezquino. La familia se esconde en algún rincón de Philadelphia donde todo es oscuro y donde solo es posible llegar a través del camino de la soledad más absoluta, enfrentándose contra sí mismo por la traición más amarga de una infancia que nunca existió.
El camino de vuelta cicatriza heridas del corazón pero no del alma que otro día volverá para recibir nuevamente ese calor del hogar que por fin aguarda, aunque sea en absoluto silencio, aunque sea en absoluto silencio… el de la supervivencia más absoluta, marcados para siempre, ahora limpiamos la sangre de la memoria para conseguir una segunda oportunidad más limpia, al menos, regando el desierto del ayer para calmar el dolor de la realidad. La verdad en aquel pueblo de angostas calles y segundas oportunidades…