La cámara ascendente en praderas áridas de cabezas de ganado. El galope sacude el arranque del relevo en sonido de cascos de un caballo llamado viento que solo Fonda puede montar.
La definición de cine es el caminar de Henry Fonda sobre la tarima de madera con fragancia a flores de azahar. Tombstone es la polvorienta y silenciosa mirada de Doc Hollyday, los versos de Mature me elevan por encima del bien y del mal. Por una vez, la tasca de vino rancio se convierte en corral inglés de Guillermos atormentados, el pasado enigmático se esconde en la oscura camisa de un Doctor enfermo de amor. Escapa de su femenina y adorada pasión de segundas oportunidades, mi querida Clementine, el último cobijo de la autodestrucción en el destino marcado a fuego por el pasado.
Henry baila verdades innaugurando un templo inacabado de campanas que nunca sonarán a boda.
El egoismo implacable y destructor del malvado Clanton, empaque y fuerza en cada plano de su rostro barbado, de mirada ardiente que dispara postas de traición.
Y la agónica vida de Chihuahua se esfuma en cada canción que marca su epitafio de vidas aceleradas e ilusiones perdidas, de falsas princesas de una felicidad que nunca obtuvo en sus encierros de alcoba. El amor en 15 minutos de gloria pasajera. La lucidez en su último suspiro, callejón perdido en compañía de un doctor de oficios olvidados y diplomas rotos que cuelgan en la pared del recuerdo más infinito.
Ok Corral marca el testamento de las pistolas, la sentencia del silbar de muerte y pólvora. Donde los hombres gimen amarga venganza y gritan dolor. Solo nos queda la dulce voz de mi querida Clementine esperando un regreso prometido en el oeste de la seca esperanza.
Tombstone: whisky, sangre y fuego en el último renglón.
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