Emociones, Ojos negros es un magnífico ejemplo de cómo conseguir hipnótizar al espectador por medio del gran Mastroianni, canalizador de estilo y descaro. Se trata de una película que te atrapa visualmente, gracias a una selección de cuidadísimas imágenes que nos transportan a los variados escenarios donde tiene lugar la acción, provoca además desde el principio la simpatía y el afecto por las palabras y las vivencias del entrañable Romano Patroni, del que Marcello Mastroianni se apodera literalmente desde la primera secuencia, en una interpretación que merecidamente le valió la Palma de Oro al mejor actor en Cannes en 1987.
A través de los recuerdos del protagonista, en los que la felicidad y la melancolía se van cediendo el paso sucesivamente, tenemos la oportunidad de conocer los episodios más relevantes de la nada desaprovechada existencia de este pintoresco italiano, que se beneficia de su peculiar sentido del humor para sobrellevar los avatares de su vida familiar cotidiana, pero que también es capaz de dejarse atrapar por los sentimientos, y dejarlo todo para intentar recuperar al amor de su vida en un accidentado viaje que a pesar de ser un cúmulo de obstáculos y distracciones, no consigue en ningún momento que abandone su empeño por localizar a la mujer sin la que su existencia no tiene sentido. Algo que perseguirá por toda Rusia.
Con el paso del tiempo, después de haber recorrido, con mayor o menor fortuna, todas las etapas de su vida, los recuerdos de Romano son tres: las nanas con las que su madre le acunaba, los ojos de Elisa en la primera noche, y las brumas de una Rusia que nos atrapa en su atmósfera de cálido frío.
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