Cuando inicié este blog me dije a mi misma que no realizaría crítica de arte al amparo de las exposiciones que tengo, puedo o quiero visitar. Ya hay demasiada gente que lo hace, y la mayoría infinitamente mejor que yo. Pero lo que sí me propuse, y os propuse, es contaros mis experiencias desde dichas muestras porque reflexionar sobre lo vivido en propia carne es siempre un sano ejercicio.
El pasado viernes fui invitada a asistir a Abierto Valencia, evento organizado por LaVAC, con motivo de la inauguración conjunta del principio de la temporada artística de las galerías que forman parte de la asociación. Admito que no suelo asistir a este tipo de actos pero además de la vinculación personal que me une a la ciudad, gracias a algunos de esos amigos que si no existiesen en tu vida soñarías con crear, presentaba su último trabajo Solimán López, artista al que conozco desde hace tiempo, del que ya os he hablado en este blog, y con quien he diseñado algún proyecto.
La exposición de la que os quiero hablar se presentaba en la mítica Galería Punto bajo el sugerente título de A.N.T Arte y Naturalezas Tecnológicas. La propuesta se ha hilvanado con sumo cuidado reuniendo en el mismo escenario a artistas de distintas generaciones. La función comienza con la sutil narrativa de José Antonio Orts (Valencia, 1955) y esos frágiles objetos de luz y sonido cuya débil estructura hacen tener la certeza de que estás ante un creador ya clásico. Una obra tan personal como poética.
Compartiendo generación se encuentra el trabajo de Bosch&Simons(Amsterdam, 1958 -1961). La pieza presentada, titulada ¨Último Esfuerzo Industrial¨, se inició en 2012 con un concierto en el Sporting Club Russafa, Valencia, dentro del festival Nitsd´Aielo i Art y supone un ejercicio en el que se mezcla la melancolía por los primeros futuristas, registrando ruidos mecánicos junto con el mejor arte sonoro actual mostrando las interferencias generadas por radiofrecuencia causadas por la modulación por ancho de pulsos (PWM) que emplean los reguladores de frecuencia de los motores. Y son justamente estos motores, ese acabado de piezas entre moderno y rudimentario lo que da a la pieza cierto carácter historicista.
Como entreacto se puede disfrutar de Hugo Martínez-Tormo (Valencia, 1979) y Rafael Lozano-Hemmer (México, 1967). El primero, parte de un ejercicio básico de carácter conceptual recogiendo una simple botella que museabiliza al colocarla a modo de escultura en la propia galería. Pero el formato ready-made se torna tecnológico al pasarlo por el filtro de una impresora 3D. La máquina hace que tomemos conciencia sobre la actitud bulímica del usuario al utilizar la reproductibilidad de la tecnología sin reflexión ecológica alguna.
El segundo, entiendo que marcado por sus orígenes y, por qué no decirlo, también por pertenecer a una generación de corazón crítico, nos habla del oscuro episodio de la tragedia ocurrida en Ayotzinapa, Guerrero, México, el 26 de marzo de 2015. El rostro de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Vargas” aún desaparecidos “ayudan” a construir un programa, creado a partir de un software gratuito, que utiliza algoritmos de reconocimiento facial para intentar encontrar a los estudiantes desaparecidos entre cada espectador de la obra. Un trabajo crítico, intenso y perturbador que da cierto sentido al uso indiscriminado de las cámaras de seguridad en nuestra sociedad. Un gran trabajo que se perdía entre las risas y sensación de fiesta de los presentes.
La muestra se cierra con la presencia de dos artistas aún jóvenes aunque en modo alguno emergentes como algunos se empeñan en describir a creadores que ya tienen una edad y un recorrido vital con la suficiente fuerza y contenido como para generar debate. El primero, Enrique Radigales (Zaragoza 1970), descontextualiza desde un minucioso trabajo el concepto de paisaje realizando un “googleado” a partir de la palabra “landscape”. La búsqueda se traduce en infinidad de imágenes que componen cartografías del pasado y del presente. El resultado no es utilizado por el artista para reconducir de manera irónica y lúdica las búsquedas hacia una nueva imagen, tal como nos propone el gran Joan Fontcouberta en su Serie “Googlegrames”, sino que enlaza con la tradición pictórica y muralista al reunirlas, remezclarlas y reproducirlas en doce metros de papel Hahnemühle impresos en tinta pigmentada y pintados con acrílico. Un resultado de gran potencia visual que resulta sin duda la pieza más sencilla de asimilar por el espectador.
El último y el más joven del grupo, Solimán López ( Burgos, 1981) presenta un trabajo tan exquisito en su producción como complejo en sus lecturas. La factura de sus piezas tiene un acabado tan perfecto como las ensoñadoras pieles de las modelos recién pasadas por el filtro del photoshop. Sin embargo, su objetivo poco tiene que ver con la estética puesto que el recorrido creativo desvela un profundo carácter conceptual cargado de referencias históricas. Encontramos en sus trabajos el “Ruido secreto” de Duchamp, las “Cesiones de zonas de sensibilidad”de Yves Klein, e incluso las sutiles y provocadoras “Granadas de mano” de Susan Hillier. Todo está ahí pero no lo vemos porque el artista no vende una obra sino la promesa de una obra, reuniendo a través de diversos dispositivos tecnológicos información artística veraz o manipulada que muestra un juego de cambio de roles. ¿Qué vende el artista?, ¿Qué compra el coleccionista?, ¿Qué compras?, ¿Qué vendo?, ¿Qué es cierto?, ¿Qué es falso? ,¿Quién controla a quien?, ¿Quién tiene el poder? ¿Quién dice la última palabra? El arte como repositorio de una verdad que hoy más que nunca resulta casi imposible de descifrar “gracias” a las innumerables trampas que nos ofrece la tecnología.
Y es precisamente la sensación de trampa la que me hizo reflexionar la semana pasada al hilo de dicha exposición. Al recorrer la galería observaba y escuchaba a los invitados. Cierto es que una inauguración no es el mejor momento para hablar de arte ya que el vino, las presentaciones, las sonrisas tan veraces como fingidas, y el agotador postureo propio de este mundo que en ocasiones es mejor definir como “mundillo” no ayudan a pensar. Pero creedme si os digo que algunas y algunos lo intentamos (vino en mano incluido). ¿Y cuál es mi veredicto respecto a las reacciones de la gente? Pues que en su mayoría se sentían completamente perdidos.
En este punto, podríamos volver al agotador debate sobre la incapacidad del arte contemporáneo para conectar con el público general. Pero la realidad es que no estamos hablando de un público al uso sino de gente que no sólo está habituada a consumir arte contemporáneo sino de personas que trabajan en el mundo del arte. Lo que más me llamó la atención es que el acertado gesto del galerista por mostrar artistas de distintas generaciones como certificación de que la tecnología tiene ya un largo recorrido en la contemporaneidad del arte no se correspondía con la aceptación general de esas mismas generaciones entre el público.
Los más mayores se sentían cómodos ante la obra de Ors ya que la reconocían como habitante permanente de museos y exposiciones, y celebraban la calidad del trabajo de Radigales ante la calma que les producía observar un papel pintado ya que aunque la mano ejecutora hubiese sido una impresora la realidad de lo pictórico seguía viva.
Los más jóvenes sonreían ante el trabajo de Hugo Martínez-Tormo porque trabajar desde una botella tiene ese punto pop que sigue resultando divertido cuando su trabajo presenta un tema de enorme actualidad y que bien merece una pausada mirada. Y por supuesto se sentían fascinados ante el alarde tecnológico de Solimán López pero ninguno interactuaba o reflexionaba sobre las piezas, solo se mostraban seguros ante “objetos” que reconocen como suyos en el día a día ( pendrives, discos duros, tarjetas de memoria, etc.) y que curiosamente atrapaban en selfies que daban la espalda a la propia tecnología. La belleza de las piezas hacía olvidar su verdadero contenido como si de una caja de música se tratase que de tan bella por fuera nos hiciese olvidar la melodía que alberga dentro.
Cuando hablamos de la relación entre público y arte casi es fácil admitir que la inmensa mayoría disfruta sin problema del arte clásico, se siente cómoda ante el arte moderno y casi nunca entiende el arte contemporáneo. Sin embargo, el pasado viernes vino a mi cabeza una nueva clasificación: el público (y entre ellos incluyo a los profesionales del arte) que disfruta, se siente cómodo y entiende el arte contemporáneo pero no comprende ni siente suyo el arte tecnológico.
No es función de una galería de arte hacer pedagogía (bastante valentía ha demostrado Galería Punto al aportar por estos artistas) pero tampoco está de más perder el miedo a acercarnos al inicio del camino. Pequeños textos de pared que nos regalen referencias a las que agarrarnos, sencillos avisos que nos permitan comprender que esa pieza no sólo se puede sino que se debe tocar porque de otra forma tan sólo es un bonito objeto colgado de una pared, entrevistas a los artistas que podamos descargar en sencillos formatos para escucharlos más allá del día de la inauguración, y muchas otras pequeñas herramientas narrativas que no sólo no van a restar credibilidad al trabajo presentado sino que lo van a reforzar. No hablo de herramientas que ayuden a un público general sino también al comisario, al coleccionista o al técnico de museo que puede que en cualquier momento, fuera de los fastos inaugurales, visite la muestra.
El arte tecnológico no es una isla ajena al resto del arte, es un punto más de la línea. Pero esa línea la tenemos que construir entre todos y para ello es necesario entender que la tecnología aplicada al arte no debe encerrarse en un gueto. Puede que los artistas que trabajan en este territorio no sientan la necesidad de explicar su trabajo porque, ¿Cuándo ha necesitado el artista explicar su obra? Pero sí debe hacerlo aquel que la “pone en circulación”. Debemos encontrar un punto intermedio en el que el joven de veinte y treinta años no se aburra oyendo hablar de Duchamp, y el de cuarenta y cincuenta no bostece cuando le hablen de programación. Todas y todos estamos en el mismo barco por lo que no podemos seguir pensando que el arte tecnológico está demasiado lejos de nosotros estando tan cerca.
PD: más allá de mis reflexiones, opiniones o sensaciones no dejéis de visitar la muestra porque la calidad del montaje y de las piezas bien merece una atenta mirada.
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