de la Nada que era LUZ
solamente Luz
Dios crea lo oscuro
y de lo oscuro de la noche
nace el día
y en día de la luz nace la sombra
que no es ausencia negativa de luz
pues para nosotros
sombra Itz.al es potencia del ser
es sombra activa
presencia viva de luz
teoría de nuestro eterno retorno
de la sombra volvemos a la luz
de la noche al día
en la sombra de la tierra subimos
en las noches al cielo
Jorge Oteiza
Por fin vuelvo a dejar que mi voz se asome por este escenario tan extraño del blog. Extraño porque nunca sé exactamente ni a dónde ni a quién llega, y porque no acabo de entender por qué necesito dar forma de palabra a lo que ya palpita por sí mismo. Sea como fuere aquí estoy de nuevo para pasar el invierno a vuestro lado.
Noviembre me ha regalado dos experiencias tan distintas como cercanas. A principios de mes fui invitada por la Universidad Autónoma de Madrid a impartir una charla sobre “el arte como herramienta espiritual” dentro del Máster en Artetarapia y Educación Artística para la Inclusión Social. Una semana después, y de la mano del colectivo navarro de fotografía Zzzz, realizaba en la Ciudadela de Pamplona la performance Argirik que toma como punto de partida el poema de Jorge Oteiza que encabeza este post. Las dos actividades llegaban a mí vida en medio de una difícil ruptura sentimental. Y ello me hizo preguntarme si en ese momento podría ser capaz de hablar y hacer pensar sobre el concepto del arte como curación ya que yo misma estaba notablemente enferma.
Cuando de forma más o menos inesperada pierdes en tu vida a alguien que consideras inmensamente importante sientes una especie de patada en el centro mismo del estómago. El golpe duele durante un largo tiempo pero entonces una mañana cualquiera, y sin saber por qué, dejas de sentirlo. En ese momento crees que todo ha pasado pero de repente, una palabra, una canción o una imagen te descubren la verdadera realidad: el exterior de tu cuerpo parece sano pero el interior está craquelado de arriba a abajo y cualquier movimiento puede hacer que las grietas se extiendan. La vida no se desarrolla a velocidad de autopista, y por ello nuestros procesos vitales, tanto positivos como negativos, necesitan de ritmos lentos.
El 20 de julio de 1964, coincidiendo con el aniversario del atentado de Hitler, el alemán Joseph Beuys realizaba en la Universidad Técnica de Aquisgrán la performance Kukei, Akopee-Nein! En mitad de la acción, mientras sonaba como “música” de fondo un discurso de Goebbels, un indignado espectador subió al escenario y golpeó al artista. La imagen de Beuys con el rostro ensangrentado y un crucifijo en la mano sigue resultando impactante. Sin embargo, y más allá de las grandilocuencias visuales de la performance como lenguaje artístico, lo más importante es recordar cómo el artista a partir de esa experiencia hablará de la herida como el momento sublime en el que el interior del cuerpo se derrama, se entrega fuera de sí. Y es en ese preciso momento, en ese momento en el que uno deja de sentir para comprender que la herida sangra, cuando podemos acercarnos al arte para ayudar a que las llagas cicatricen.
¿Y por qué el ARTE?
Porque cuando observamos una obra de arte el tiempo se ralentiza y empezamos a sentirnos de verdad. Solo entonces podemos ayudarnos a nosotros mismos.
Porque el arte nos ayuda a comprender que nuestra mirada puede multiplicarse hacia otros escenarios ayudándonos a salir de la escena que nos ha provocado y nos provoca dolor.
Porque ante el arte uno puede llegar a sentirse muy pequeño, y entonces descubrirás que también tus problemas lo son.
Porque el arte no nos acusa, tan solo nos acoge.
Porque el arte nos recuerda que nunca estamos solos ya que la mirada activa miradas que reencontraremos en el camino. Miradas nuevas. Oportunidades nuevas.
Porque el arte no te exige nada a cambio, y en consecuencia te libera de culpas.
Porque el arte no promete remedios rápidos sino sosegados y certeros.
Porque el arte nos permite volver a empezar tantas veces como lo necesitemos.
Porque el arte… ¿Y por qué no?
En otra de sus famosas acciones, realizada el 1 de mayo de 1972 en Berlín, Beuys salía a la calle con uno de sus ayudantes y barría pausadamente los restos que el desfile conmemorativo del Día Internacional de los Trabajadores, había dejado en calles y aceras de la capital. La basura recogida se expone ahora en el interior de una perfecta vitrina. La energía se ha museabilizado hasta languidecer en un museo. La pieza del alemán me recuerda mucho a ese momento en el que el exterior de tu cuerpo ya empieza a parecer sano pero tú sientes, sin que los demás lo sepan, que está lleno de basura. Un cuerpo que resplandece cual vitrina en sala de exposiciones pero que apenas consigue respirar. El arte puede ser un buen remedio para liberar lo inservible de nuestro interior. No lo dudéis nunca. Nuestra vida es un constante retorno y como bien decía Oteiza: <<de la sombra volvemos a la luz>>.
*Gracias a Jaime Martín Martínez por las fotografías de la performance Argirik.
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