Cuento moral sobre el azar y el destino

viernes, 11 de mayo de 2007 Sin comentarios

Dirección: Danis Tanovic. Guión: Krzysztof Piesiewicz. Intérpretes: Emmanuelle Béart, Karin Viard, Marie Gillain, Guillaume Canet, Jacques Gamblin. Nacionalidad: Francia. 2005. Duración: 98 minutos.

Católico en un tiempo sin Dios, Krzysztof Kieslowski fue quizá el último heredero de Roberto Rossellini. En realidad, Kieslowski fue el último de casi todo. Siempre llegó tarde. O demasiado pronto, que viene a ser lo mismo. Nacido en la Polonia secuestrada por la Historia, Kieslowski hizo de ese carácter periférico y tangencial su seña de identidad. Tardó en ser reconocido pero, cuando lo hizo, recibió un tratamiento como sólo los más grandes han recibido. Autor de angustia existencial y mirada trascendente, películas como La doble vida de Verónica ; series como Decálogo y propuestas como la trilogía compuesta por Azul , Blanco y Rojo lo encumbraron como un cineasta magistral. Y fue entonces, cuando Kieslowski afirmó que como cineasta su vida ya había acabado. Tras su reflexión civil sobre Francia, su bandera tricolor y el lema Libertad, Igualdad y Fraternidad, o sea, sobre el fundamento de la democracia occidental, Kieslowski imitó al Oteiza del vacío metafísico. ¿Para qué repetir lo que ya había sido dicho?

Sin embargo, pese a su anunciada retirada, Kieslowski escribió junto a su fiel Piesiewicz, también de nombre Krzysztof, una nueva trilogía. El pretexto era Dante, el contexto, La Divina Comedia . El texto, tres reflexiones sobre el cielo, el purgatorio y el infierno. Pero antes de que Kieslowski las viera filmadas, la muerte le tomó la palabra. Su corazón se partió y sus tres historias quedaron inermes. Otros, sin él, deberían hacerlas.

El primero fue Tom Tykwer (El perfume ). Rodó El cielo en 2002 y aquí seguimos sin noticias de él. El segundo ha sido Danis Tanovic. Este bosnio salido del fuego de la guerra yugoslava, documentalista de raza y autor de la celebrada En tierra de nadie , se enfrentó a El infierno . No es sencillo reemplazar a nadie. Mucho menos si su muerte todavía parece cercana y más si se trata de un autor de personalidad acusada. Quizá por ello, Tanovic, con la mirada comprensiva de Piesiewicz, se empeñó en permanecer fiel al estilo de Kieslowski. Es una elección honesta pero suicida, porque por más que en El infierno oigamos las palabras de su autor, el espectador avisado dirá una perogrullada. Dirá que falta la voz de Kieslowsky. Peor aún. Afirmará que en El infierno no resuenan los silencios, el ritmo y la emoción-conmoción del cine de Kieslowsky. Y dirá verdad.

Es cierto. El infierno desprende esa sensación extraña, casi fantasmal, de percibir una ausencia. Ahora bien, se trata de una ausencia relativa, porque Kieslowski domina de principio a fin todo el contenido de esta película. EnEl infierno , la historia de tres hermanas de vida sentimental aciaga, palpita una reflexión consustancial al cine del autor de No matarás . Uno de los personajes del filme, un profesor universitario liado con una de sus alumnas, lo verbaliza en la primera mitad del filme. Habla de la diferencia entre el azar -algo sustancial a la modernidad, Paul Auster sería uno de los autores que lo representan- y el destino -algo que pertenece al pasado, ese pasado en el que la idea de Dios daba consistencia simbólica a la tragedia-.

En tiempos actuales -lo dice este personaje-, sin coartada metafísica sólo nos queda el drama. Y eso es lo que El infierno muestra. Un infierno terrestre provocado por la ambición y el egoísmo, por el desacierto y la imposibilidad de escuchar al otro. En El infierno , Tanovic sostiene con fuerza y esfuerzo la palabra de Kieslowski. Y ésta es enorme, poliédrica, compleja y llena de ideas. Y eso, ideas, es algo que cada vez resulta mas difícil de decir, de ver y de oír, y no sólo porque ya se hayan dicho.

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La fotógrafa de los monstruos

viernes, 11 de mayo de 2007 Sin comentarios

Dirección: Steven Shainberg. Guión: Erin Cressida Wilson, Patricia Bosworth. Intérpretes: Nicole Kidman, Robert Downey Jr., Ty Burrell, Harris Yulin. Nacionalidad: EE.UU. 2006. Duración: 122 minutos.

¡Ay de quienes crean que en Retrato de una obsesión van a encontrarse con una biografía al uso! Se desconcertarán. Lo mismo quienes, atraídos por la presencia de Nicole Kidman, acudan a ver este filme esperando un cruce entre su hacer como Virginia Woolf y su presencia en títulos como Moulin Rouge . Es más; de no ser por la presencia de Kidman, probablemente este filme no se hubiera estrenado comercialmente aquí jamás. Perverso, onírico y provocador; Retrato de una obsesión debiera haber sido filmado en blanco y negro al estilo de Cabeza borradora, Pi yTetsuo . Pero no están los tiempos como para autoinmolaciones, aunque nada puede salvar a este película del fracaso comercial y de la irritación de algunos espectadores ocasionales.

Steven Shainberg, director de este filme, ya había avisado de su querencia por la heterodoxia, lo morboso y la incorrección. Su obra anterior Secretary también fue objeto de confusión. Aquella relación sadomasoquista entre una secretaria y su jefe rezumaba patetismo y ternura pero levantó las iras de las secretarias profesionales, la confusión de los mirones irredentos y la perplejidad de los espectadores no avisados.

Aquí, con el pretexto de acercanos a la vida de Diane Arbus, una fotógrafa empeñada en retratar a personajes extraños, de final trágico, que cometió doble suicidio -sobredosis de barbitúricos y corte de venas a la vez-, Shainberg entrelaza La bella y la bestia con la Alicia de Lewis Carroll y La parada de los monstruos de Tod Browning. Amargo y ardiente coctail que no resulta apto para paladares hechos al pop corn o al chocolate con leche. Al contrario, Shainberg, cuya biografía habla de una intensa experiencia en un monasterio zen, lejos de transmitir serenidad, se empeña en mirar el dolor existencial de quienes no pueden respirar en lo convencional. La piel, el vello y la apariencia asumen el papel de iconos simbólicos para alimentar un discurso sobre los mecanismos de la seducción, el deseo y la melancolía. La fotografía deviene en puro artilugio para rozar la verdad y un inquietante juego de espejos, simetrías y elementos alegóricos cargan y recargan este filme de ecos confusos y desazones sin cuento.

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La terrible verdad de un cuento chino

viernes, 4 de mayo de 2007 Sin comentarios

Dirección: Zhang Yimou. Guión: Zhang Yimou, Wu Nan y Bian. Intérpretes: Chow Yun Fat, Gong Li, Jay Chou, Liu Ye, Chen Jin, Ni Dahong, Li Man y Qin Junjie. Nacionalidad: China, 2006. Duración: 114 minutos.

Parece evidente que esa maldición que da sentido a la última película de Zhang Yimou descansa en lo más profundo de la psique humana. En ella, ciertamente, poco importa que la historia transcurra en la China del imperio Tang, allá por el siglo X, en la Dinamarca de Hamlet o en el Vietnam de Coppola. Por eso algunos creen percibir en este filme ecos de Shakespeare, sin tener en cuenta que lo que ocurre es que Shakespeare y Yimou ahondan en las mismas heridas. Es decir, que estamos hablando del incesto y del padre, del primero de todos los tabúes y de la decisiva importancia de la madre como entraña seminal. Estamos hablando de antropología y psicología, de símbolos y leyendas. Eso es, o al menos en este territorio habita, La maldición de la flor dorada.

¿Un cuento chino? Sin duda. Pero no con el malicioso significado que la prepotencia occidental le da como sinónimo de mentira. Ficticias son las magníficas acrobacias de los guerreros ninjas que atraviesan su desenlace; ficticios son los retratos históricos y, por supuesto, ficticio es ese despliegue magistral de la batalla final. Pero La maldición de la flor dorada no pretende ser crónica histórica, sino que aspira a formular una amarga alegoría sobre el poder y sus excesos. Yimou escarba en la paranoia del tirano y la locura de su emperatriz, prisionera de lo que simboliza y esclava de su poder.

Así pues, cuento es esta película, en efecto, pero con una profunda verdad en sus entrañas. Cuento chino porque chino es su director, un cineasta magistral por más que ahora algunos sectores de la crítica lo miren con sospechosa suficiencia. Y chinos son sus protagonistas, su contexto histórico y su percepción de la tragedia. No obstante, detengámonos un momento en el narrador de este cuento. Zhang Yimou fue una de las soberbias columnas que sostuvo el cine de la llamada Quinta Generación, etiqueta que Yimou no asumía. Pero para los espectadores no chinos, aquella Quinta Generación, representada por Chen Kaige y Zhang Yimou y presidida por Gong Li, era el heraldo de una nueva China. Nueva o vieja, Yimou no lo tuvo fácil, sus desacuerdos con el poder político le granjearon muchas dificultades pero su negativa a abandonar su país de origen alimentó ciertas suspicacias y alguna incomprensión.

En cuanto a La maldición de la flor dorada , se puede ver como la tercera entrega de su trilogía wuxia; ese género de aventuras y artes marciales que Ang Lee popularizó en Occidente con Tigre y dragón. Sin embargo La maldición , compartiendo con Hero y con La casa de las dagas voladoras algunas premisas, aspira a algo muy diferente. Si Hero se alimentaba de carne de leyenda y fantasía y La casa estaba construida con romance y aventura, La maldición es melodrama solemne.Y Yimou, que se ha reencontrado con Gong Li , hace en este filme su relato más desesperado, angustiado y cruel.

Más allá de la fuerza rítmica y del portentoso despliegue de su belleza formal, Yimou practica una suerte de bunraku a la china en donde todos se mueven con la rigidez de unas marionetas zarandeadas por el ritual y el destino. Con zonas oscuras y tiempos helados, Yimou obtiene gestos inolvidables (la emperatriz enjuagándose la boca tras tragar el veneno) e interpretaciones soberbias. Con ecos del Ran de Kurosawa, Yimou convoca la caída de ese muro simbólico con el que los súbditos protegen y se protegen de sus reyes; esos seres paranoicos víctimas de lo que representan. Muros ante cuya existencia, nuca sabemos si sujetan lo de dentro o lo de fuera.

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Fantasía española desde Rusia

viernes, 4 de mayo de 2007 Sin comentarios

Dirección: Nacho Cerdà. Intérpretes: Anastasia Hille, Karel Roden, Carlos Reig-Plaza, Paraskeva Djukelova, Valentin Ganev, Kalin Arsov y Svetlana Smoleva. Nacionalidad: España, Gran Bretaña y Bulgaria. 2006. Duración: 96 minutos.

Mientras se disputa en los despachos oficiales la recompensa nutricia que recibe buena parte del cine español por practicar ese cine de boina y caspa, de cuchara de palo y risotada, unos pocos cineastas españoles se la juegan. Entre ese cine melodramático, pálida copia del entronizado Erice -¡qué fuente tan remisa!- y el cine escatológico del afortunado Segura -¡cuánto talento se dilapida!- hay una tercera vía que huye del realismo -sea mágico o pastoril- y de la gamberrada -sea landista, ozorista o de Aquí no hay quien viva -. Con la excepción de media docena de autores fieles a lo que representan -Medem, Almodóvar, De la Iglesia…-, han surgido algunos cineastas jóvenes que reivindican la fantasía y el terror acometidos sin concesiones y con dignidad.

Nacho Cerdá pertenece a ese pequeño grupo de autores cuyas películas, vistas dentro de treinta años, nos recordarán que el cine español del comienzo del siglo XXI era mucho más interesante que el que practicaban los dueños de los Goya. Es más, los análisis retrospectivos sobre el cine español de estos años encallarán frente a Los abandonados , porque es difícil explicar su presencia en el país de Alatriste .

Se da el dato de que Los abandonados se estrenó antes en EEUU que en España. ¿Una curiosidad? Sí; y no tendría importancia de no ser porque, mientras que en la tierra de Hollywood se lanzaron 1.000 copias, aquí desembarca con dificultad y poca confianza. Cierto que Los abandonados no es cine fácil. Posee todos los ingredientes para que vayan pocos espectadores: distante, perturbadora y casi hasta malsana. O sea, una ganga. Ni siquiera echa mano de una Paz Vega procaz o un Guillemo Toledo locuaz. Al contrario. Su reparto está a la altura de las circunstancias. Los abandonados se adentra en una estructura cerrada sobre sí misma que recupera un pasado atroz y crece sobre un reencuentro imposible. Habla de fantasmas, pero éstos habitan en la mente agrietada de su protagonista, una productora de audiovisuales que regresa a su Rusia natal para enfrentarse al horror y la locura. Es irregular y a veces deambula sin rumbo, pero al menos esboza una voz propia y resulta singular.

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Deseos fatales

viernes, 4 de mayo de 2007 Sin comentarios

Dirección: Mennan Yapo. Guión: Bill Kelly. Intérpretes: Sandra Bullock, Julian McMahon, Nia Long, Kate Nelligan, Amber Valletta y Peter Stormare. Nacionalidad: EEUU, 2007. Duración: 110 minutos.

En esa zona vertebral de la película, allí donde toda su mercancía ya ha sido mostrada y el relato avanza vertiginosamente hacia su desenlace, Premonition parece un filme grande y perturbador. En castellano le han añadido un subtítulo, Siete días . No aporta mucho, pero esos siete días resultan decisivos en esa estructura que Mennan Yapo se ha impuesto para resolver el enigma que la película plantea. Una mujer recibe la noticia de la muerte de su esposo. Se derrumba. Tras una jornada de dolor cae rendida en un sueño profundo. Al día siguiente, contempla que su marido sigue a su lado. Perpleja pero aliviada retoma la cotidianeidad. Sus hijas, el colegio, la casa pero… al día siguiente, la pesadilla retorna de nuevo. Lo que el guión propone es alternar entre sí esos siete días haciendo que el relato avance a saltos. Y que, entre los saltos, aparezca la verdad oculta.

Indudablemente Premonition es hija de su tiempo. Sin Memento , Irreversible , Kill Bill , Pulp Fiction y tantas películas de la llamada posmodernidad, no existiría. Pero esa dislocación de la estructura temporal del relato, con ser su motor argumental, no se detiene en el artificio. Hay más cosas. Hay sobre todo dos puntos de interés notable: el proceloso y resbaladizo terreno de los deseos, y la engañosa percepción que tenemos de las cosas que nos lleva a emitir juicios temerarios.

No es extraño que Sandra Bullock, una actriz empeñada en controlar su carrera y, en los últimos tiempos, deseosa de embarcarse en proyectos de prestigio, apueste decididamente por esta historia. De hecho, ella domina de principio a final todo el metraje, ella es la presencia absoluta de Premonition . Y ella que, en filmes como Crash , recibía un tratamiento al servicio de la historia y del director, aquí acaba diluyendo la figura del cineasta-autor.

Su cartel es buena prueba de ello. De un lado, rehúye la imagen arquetípica de la star de turno, pero del otro, la sugiere reiterando desde la ausencia la verdadera protagonista de todo. Yapo no puede o no sabe lanzarse a tumba abierta por el desazonador puzzle de este argumento. A Premonition le falta energía y es de temer que le sobra tanta Sandra Bullock. Por ello, lo que podía haber sido grande se resuelve con poco brillo.

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El sentido de la vida

viernes, 27 de abril de 2007 1 comentario

Dirección y guión: Darren Aronofsky Intérpretes: Hugh Jackman, Rachel Weisz, Ellen Burstyn, Mark Margolis, Sean Patrick Thomas Nacionalidad: EEUU. 2006 Duración: 97 minutos

Hace unos años, los Monty Python daban rienda suelta a una de sus más aplaudidas creaciones bajo el título de El sentido de la vida. La conclusión era que sólo desde la risa parece legítimo asomarse a ese precipicio en el que se despeñan las angustias más trascendentales. Ciertamente, cuestionarse el sentido de la vida en las frágiles estructuras de una película narrativa dependiente del circuito comercial parece una empresa errática.

Por eso, cuando hace ocho meses, Aronofsky mostró en Venecia esta película, en la que ha invertido cinco años de obsesivo trabajo, el vocerío de quienes se mofaban del extremo romanticismo de The Fountain tapó la emoción de quienes entendían que, pese a sus grietas insalvables, este filme es, por muchos motivos, ejemplar.

Fue poco después, cuando Hugh Jackman contó una pequeña anécdota acontecida el día del estreno mundial de este filme. En la sala de butacas, al final de la proyección, dos espectadores la emprendieron a puñetazos como expresión impotente de su incapacidad para defender con palabras lo que les había transmitido The Fountain. Era un aviso de que la tercera película de Aronofsky, como ocurrió con Terciopelo azul de David Lynch en su día, pertenece a la galería de obras malditas. Y es maldita porque algo en su interior ansía rozar el éxtasis, esa quimera del ansia artística, peligrosa aventura de la que nunca se sale indemne.

Por eso mismo a nadie extrañó que el infortunio acompañase a The Fountain desde la misma línea de salida. Ideada como un filme de gran presupuesto y altas estrellas, sus dos principales protagonistas, Cate Blanchett y Brad Pitt, abandonaron la nave dejando a Aronofsky casi sin financiación y al borde de la quiebra. Pitt prefirió la aventura de Troya y Blanchett se convirtió en madre. Paradójicamente luego ambos coincidirían en Babel trocando su historia de amor total de The Fountain por el rol de una pareja en crisis en la laureada película de González Iñárritu.

Aronofsky, el obsesivo autor de Pi y de Réquiem por un sueño, lejos de abandonar la empresa, hizo como los personajes de Werner Herzog. Rebajó sus pretensiones económicas, fortificó sus ambiciones artísticas y elevó su compromiso con la película hasta atreverse a rasgar ese último velo que separa al autor de su obra. De hecho, además de otras apreciaciones, es evidente que su cámara de enamorado retrata con devoción a Rachel Weisz, su esposa y excelente actriz, dando lugar a una de las secuencias de fresca sensualidad mejor filmadas por el cine contemporáneo. Parece fuera de discusión que Aronofsky y el personaje de Jackman se funden y se confunden, por eso The fountain no es una película sino una declaración de amor e intenciones. Si en Pi, Aronofsky penetraba en la mente paranoica de un matemático enfebrecido hasta la locura por su obsesiva elucubración para descifrar el secreto último de la cifra; en The fountain idea una estructura articulada en tres tiempos, en cuyos escenarios se asiste al mismo proceso de desesperada búsqueda. Aquí se ansía el origen, ese árbol de la vida perdido por el hombre cuando fue desterrado del paraíso. Aquí lo que Aronofsky plantea, de manera difícil de describir pero fácil de percibir, es el desesperado intento de Adán para evitar la muerte de Eva. Y lo hace con un monumental tríptico que traspasa tiempos y escenarios sembrando cada palabra, cada imagen, de intenciones y subrayados. Y es que The fountain es un filme extremo, alucinado, radical e incluso ridículo, pero sincero e inteligente.

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El último atardecer

viernes, 27 de abril de 2007 Sin comentarios

Dirección: Danny Boyle Guión: Alex Garland Intérpretes: Rose Byrne, Cliff Curtis, Chris Evans, Troy Garity, Cillian Murphy, Hiroyuki Sanada y Benedict Wong Nacionalidad: Gran Bretaña. 2007 Duración: 107 minutos

El punto débil de Sunshine se halla allí donde germina la razón de su existencia. La cuestión que se suscita tras presenciar la odisea de ocho hombres enviados hacia el sol para tratar de evitar que se extinga a fuerza de aplicarle un tratamiento de shock obedece a una constatación. Al igual que Orson Welles cuando llegó a Euskadi creyendo encontrarse en la Arcadia, el espectador que presencia Sunshine tendrá más fácil explicar este filme por lo que no es que por lo que es. Welles no pudo acotar qué era el pueblo vasco, pero sí supo decir qué no era. Si aplicamos este procedimiento a Sunshine sabremos decir que el último filme de Danny Boyle no es Armaggedon, por más que hable de la proximidad del apocalipsis, ni tampoco es 2001 pese a que el ordenador Icaro 2 recuerde demasiado a HAL.

Es decir, no es aventura épico-espacial ni obra total con pretensiones metafísicas, aunque en su desenlace crezca una tensión psicótica y en su final parezca surgir el símbolo del misterio de la existencia. No es nada de lo que se había hecho y es un poco de todas las cosas.

Boyle fue descubierto en el festival de San Sebastián, cuando su primer filme, Tumba abierta (1994), causó una grata impresión. Era cine fresco, independiente y gamberro en el que resultaba difícil ver al autor de Trainspotting, 28 días después y Millones. Que Boyle no es un director convencional lo demuestra Sunshine. Hay películas que, vistas desde la distancia, se sabe cómo podrían haber sido mejores. Con el cine de Boyle y con Sunshine en particular ese proceder no funciona. Y no funciona porque Boyle hace del exceso virtud y de la virtud su deficiencia. Por eso Sunshine no logra ser esa gran película que lleva dentro. Este filme terrorífico a veces e inquietante casi siempre es capaz de mostrarse adulto y ambicioso en tiempos de cine banal. En él asistimos a la lucha entre religión y ciencia, entre muerte y vida. En él la agonía del último hombre se contrapone al sacrificio del primer héroe de la nueva era. Y Boyle, que como buen posmoderno sabe de Tarkovski y de Spielberg, opta por la vía intermedia. Es un puente tal vez imposible de construir, pero es un intento apreciable en su derrota.

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Es sólo pop… pero funciona

viernes, 27 de abril de 2007 Sin comentarios

Dirección y guión: Marc Lawrence Intérpretes: Hugh Grant, Drew Barrymore, Brad Garrett, Kristen Johnston, Campbell Scott y Haley Bennett Nacionalidad: EEUU. 2007 Duración: 105 minutos

Resulta sencillo arremeter contra el pop y sus estrellas; ¡son tan vulnerables! Y no digamos nada si esa operación de derribo se hace con la mirada puesta desde el presente en un pasado cercano, por ejemplo los años 80. Demasiado cerca en el tiempo como para la reivindicación y la nostalgia y demasiado lejos como para perdurar. Perfecto material para la burla y, sin embargo, Tu la letra, yo la música rezuma una definida y convencida exaltación de las virtudes de la música pop. Su principal protagonista es una gloria en declive quien, tras triunfar en los 80, arrastra en el nuevo siglo su vieja aureola actuando delante de veteranas fans que, pese a ser madres y esposas, por unos minutos creen recuperar en su presencia la adolescente que alguna vez fueron. Sus modelos de partida son muchos, desde Frankie goes to Hollywood a Tears for Fears. Pero si el espectador cree que se va a enfrentar a una nadería insustancial, se equivoca. Como en el pop, tras las pegadizas melodías, hay altas dosis de crítica, cierto glamour y una actitud lúdica. No es sencillo convocar en unas armonías sencillas y unas rimas asequibles algo capaz de entusiasmar a miles de personas, conformar sus gustos e incluso dibujar primero sus esperanzas y después sus nostalgias. El buen pop lo hace y el buen pop se ha convertido en el refugio de la lírica contemporánea. Marc Lawrence, guionista y director de este filme es popero y se le nota. Por eso mismo, creer que este filme es una amable caricatura lleva a malinterpretar la esencia del pop. En esta película se habla del paso del tiempo, de la envidia, de la futilidad del éxito y la fama… Lo hace con ritmillo quedón y un Hugh Grant que canta como si lo hubiera hecho toda la vida. Drew Barrymore le da réplica amorosa y Haley Bennett compone una nada piadosa imagen de las estrellas contemporáneas. No se evita la nostalgia por el pop ochentero y, sin grandes pretensiones, pasa el filme como el mejor pop. Uno teme enfrentarse con un horror y acaba tarareando su banda sonora. No alimentará ensayos profundos ni abre ningún camino nuevo. Es sólo el Hugh Grant de siempre y un puñado de canciones pegadizas; pero funciona.

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