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Archivo para febrero, 2008

Radiografía de una mujer sola en la Europa del bienestar

viernes, 29 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Ken Loach. Intérpretes: Kierston Wareing, Juliet Ellis, Leslaw Zurek, Joe Siffleet, Colin Coughlin y Maggie Hussey. Nacionalidad: Reino Unido, Italia, Alemania y España. 2007. Duración: 98 minutos.

Ken Loach representa un modelo de cineasta en peligro de extinción. Izquierdista comprometido con los movimientos sociales y activista presto a asumir las guerras perdidas de antemano, Loach se apoya en un cine-ficción impregnado por la realidad. Desde sus comienzos como documentalista en la BBC, el autor de Lloviendo piedras se muestra como un cineasta-espejo. La realidad es que su pretexto y sus convicciones ideológicas, siempre del lado de los débiles, siempre con un marcado acento pedagógico, determinan la distorsión de ese azogue con el que se conforman los estilemas de una trayectoria que se reescribe conforme el mundo y él mismo van cambiando. Se dirá que ése ha sido su mayor problema y que la debilidad del cine de Loach surge del progresivo alejamiento entre lo que los nuevos públicos demandan y los veteranos cineastas como él proponen. Bajo esa óptica, su Palma de Oro en Cannes por El viento que agita la cebada se entendió más como un premio a toda su trayectoria que como un reconocimiento a los méritos intrínsecos del filme. Había algo cruel en esa apreciación pero, además, parecía cierto. Paradójicamente los nuevos cines emergentes que se consagran en los festivales más arriesgados del mundo acuden a formulaciones narrativas asentadas precisamente en esa observación de lo real. La diferencia sustancial reside en el hecho generacional por el que Loach, lejos de dejar que sea el devenir de esa realidad lo que determine el fluir del relato, reordena los hechos para alimentar su tesis. ¿Tesis? Su simple enunciado resuena a cine del pasado. Son prejuicios como éste los que han cegado a muchos espectadores que niegan lo evidente. Esto es, si nadie discute que estilísticamente Loach apenas ha modificado un lenguaje cinematográfico funcional y directo, por la misma razón hay que reconocer que su roce con lo real le ha provocado una metamorfosis profunda. No hay sorpresas narrativas en el cine de Loach. Nunca las hubo y, probablemente, nunca las habrá. Sin embargo, prendido en el fluir de su carrera, se inscribe el proceso de una izquierda europea que asume errores y limitaciones en la misma medida en la que sigue siendo honesta. Loach ha crecido a fuerza de desengaños, una lección amarga que apenas ha arañado su concepción ética. En un mundo libre… se da un recital de todo esto. Basta con cruzar este filme con cualquiera de sus obras anteriores (Agenda oculta; Ladybird, ladybird; Mi nombre es Joe, Felices dieciséis…) para percibir los rasgos de esa evolución con la que se escribe lo mejor de su obra. En un mundo libre… cuenta el proceso de una corrupción: el ascenso y caída de una empleada británica que, cansada de asumir trabajos en precario, ve en los emigrantes un medio fácil para enriquecerse. En su querencia por la gente más castigada, Loach relata sin florituras y lucidez la transformación de ese paisaje social. Lejos del inmovilismo de la consigna y la propaganda, Loach, cuyo cine no busca brillar por encima del tema, forja un notable retrato de la mujer occidental. Así, por encima del campo de batalla donde la carne de cañón de la Europa del bienestar proviene ahora de Ucrania o de Irán, sobrevuela uno de los más sagaces apuntes sobre el estatus del rol femenino en el siglo XXI. Y en él vemos cómo la hija de los obreros de Riff Raff es una desorientada especuladora a quien la mirada del padre grita en vano sobre el error de confundir dinero con libertad, sexo con amor y rabia con dignidad.

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Juegos infantiles, horrores adultos

viernes, 29 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Hana Makhmalbaf. Guión: Marziyeh Meshkini. Música: Tolib Khan Shahidi. Intérpretes: Nikbakht Noruz, Abdolali Hoseinali y Abbas Alijome. Nacionalidad: Irán. 2007. Duración: 81 minutos.

Convertida en la gran sorpresa de la pasada edición del festival de San Sebastián, la joven Hana Makhmaklbaf, hija y hermana de cineastas, con apenas 19 años recuerda no tanto a su padre sino al patriarca del cine iraní contemporáneo, Abbas Kiarostami. Del autor de La casa de mi amigo y A través de los olivos , extrae Hana la larga tradición de filmar con niños contraviniendo uno de los mandatos más celebrados de Alfred Hitchcock. Pero el autor de Psicosis era un cineasta resabiado y manierista empeñado en seducir al espectador a golpe de ritmo y suspense y Hana es casi una niña que hace cine con la misma voluntad con la que Miró pintaba sus cuadros, tratando de no perder la frescura de quien hace del arte el juego de un descubrimiento.

Ante un filme como éste surgen dudas de dos tipos. Una, desde la ignorancia de confundir sencillez con simpleza. Rodar con un grupo de niños que juegan a ser niños y a los que se les coloca en situación de crueldad intolerable como metáfora de la intolerancia de sus progenitores, impone algo más que voluntad. De manera que, por más que algunos lo duden, convendrá admitir que rodar un filme como este Buda explotó por vergüenza no está al alcance de cualquiera.

El otro tipo de dudas recorre las venas principales de su estructura. Tras la mascarada evidente de esta fábula directa y evidente en torno a la lacra del fanatismo religioso y la intolerancia, sin resaltarlo, la directora corre riesgos evidentes. Por momentos, el filme parece decidido a hundirse en su reiteración. Inclinado a prolongar algunas secuencias más allá de lo que el propio relato reclama como natural, Hana Makhmalbaf alarga las situaciones sin que, a pesar de todo, el filme se resquebraje por más que lo parezca.

Muy lejos de la impostura de otros compatriotas cineastas empeñados en demostrar un talento que no tienen, detrás del desolador vacío que queda tras la destrucción de los budas afganos, vuela este poema trasparente, vital y contagioso por el que una niña quiere aprender a leer como los niños. Una aspiración a la igualdad de género tan inscrita en los derechos humanos como incumplida en demasiadas partes del mundo.

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La soledad y la vulnerabilidad

viernes, 29 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Franck Khalfoun. Guión: Franck Khalfoun, Alexandre Aja y Gregory Levasseur; basado en un argumento de Alexandre Aja y Gregory Levasseur. Intérpretes: Wes Bentley y Rachel Nichols. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 98 minutos.

A Alexander Aja le bastó con Alta tensión para convertirse en el referente del nuevo cine de terror europeo. Pocos medios, viejas fórmulas, más ritmo y una pizca de ingenio y convicción es todo cuanto utilizó y cuanto se necesita. En Parking 2 , filme en el que Aja es coguionista y coproductor, se aplican los mismos ingredientes. ¿El resultado? Un filme convincente, pequeño, intenso, previsible pero con un par de secuencias espeluznantes plenas de agresividad y violencia. Suficiente tal y como están los tiempos, aunque escaso si uno acude al cine en busca de experiencias que perduren más allá del final de la proyección.

Por ese carácter efímero y menor, probablemente Parking 2 vivirá su plenitud cuando desembarque en las estanterías de los videoclubs. Allí correrá el boca a boca y con su equilibrada y eficaz puesta en escena cumplirá su objetivo: sorprender al espectador sin provocarle inquietudes extrañas. Heredero de la vieja fórmula B, poco presupuesto y mucha libertad, Franck Khalfoun, uno de los actores de Alta tensión , sabe administrar sus escasos medios. De hecho, el rodaje se hizo en un escenario real aprovechando que por las noches quedaba libre el parking y con una producción austera en medios y actores.

Khalfoun hace de la necesidad virtud. Su terror no acude a mansiones encantadas, ni a fantasmas vengativos, ni a conjuros demoníacos. Un parking vacío es todo cuanto utiliza. En él, el día de Nochebuena, una trabajadora atareada se queda la última en el edificio en el que trabaja, lo que terminará arrojándola a una trampa letal. El filme, que explota la sensación de amenaza que ofrecen esos espacios públicos cuando se vacían, saca partido a una única ocurrencia. Buen conocedor del preciso pulso de Aja, Khalfoun aplica parecido rigor a su pequeño juguete. En el fondo nos encontramos ante la enésima versión del juego del gato y el ratón. Eso sí, con un par de relámpagos brillantes que eluden la tentación a ensimismarse que este filme, creado sobre un enfrentamiento actoral, evidencia. Eso es todo. Sin alcanzar la precisión de Alta tensión , al menos nos ahorra los excesos y las convenciones de la mayor parte del terror adolescente que se fabrica en Norteamérica.

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Raíces podridas, heridas eternas

viernes, 22 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Paul Thomas Anderson. Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Paul Dano, Kevin J. O’Connor, Ciarán Hinds, Dillon Freasier, Randall Carver, Coco Leigh. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 158 minutos.

Conforme se diluye el impacto inicial que Pozos de ambición ejerce durante su proyección, emergen las verdaderas intenciones de Paul Thomas Anderson y sus múltiples prismas. Y con ellos, en ellos, una galería de impostores e imposturas. Hijos que no lo son, hermanos de mentira, predicadores sin fe y prohombres de furia colérica. Se diría que el texto fílmico ancla en el fondo de su interior la verdadera historia que este filme extremo, extraño e irregular alimenta. Cierto es que el cine de Anderson nunca es lo que parece y rara vez parece lo que representa. Con Pozos de ambición esta apreciación se cumple inexorablemente. Tanto que, si uno lee las diferentes reseñas e informaciones que sobre el filme se han publicado y con ellas acude a verla, corre el peligro de llevarse una sorpresa.

Se invocan títulos como Gigante, Ciudadano Kane y El tesoro de Sierra Madre para acotar lo que en Pozos de ambición nos aguarda. Pero más allá de la epidermis argumental y de algún préstamo anecdótico lo que late en el fondo de este oscuro y terrible agujero, metonimia que forja la razón de ser de esta epopeya, es el duelo fratricida entre la impostura de la razón y la fe. Dicho de otro modo, no es un personaje único quien preside este filme, sino dos hombres enfrentados en medio de una significativa ausencia de mujer. Tal vez por eso, su mundo provoca asfixia.

Si acudimos al origen del proyecto, al menos al que se ha hecho público, se nos recuerda que fue ideado por Paul Thomas Anderson cuando éste pasó una larga temporada en Londres. Allí, añorante de su tierra natal, empezó a pergeñar un argumento sobre un duelo de dimensiones épicas. Por alguna razón, Anderson se desvió del centro de atención señalado para chocar con la novela Oil!, de Upton Sinclair. De ese cruce nacen sus profundas grietas.

En ese sentido, la imagen hegemónica del rostro de Daniel Day-Lewis distorsiona la esencia del filme. Es evidente que, pese a la lluvia de premios que recaen sobre Danny Day-Lewis, los pocos minutos que el filme permite componer el (los) personaje(s) que Paul Dano encarna le roban el plano, el matiz y hasta la presencia al actor de Mi pie izquierdo . Pero la verdadera cuestión es que hay algo enfermizamente bíblico en este solemne retrato de un petrolero iracundo al que jamás vemos en su intimidad, pese a que esté omnipresente a lo largo de toda la película.

En cuanto a su tesoro escondido, cuenta Ermanno Cavazzoni en la apertura de El poema de los lunáticos que en el fondo de los pozos se encuentran botellas con mensajes en su interior. Hay hombres que miran siempre hacia las estrellas y hay otros, menos sin duda, que clavan sus ojos para atender a la llamada de la tierra. Esa tierra es la misma que araña al comienzo de un arranque sin palabras este filme sangrante. Su protagonista busca oro a golpe de pico y dinamita. Pero lo que le hará rico será un líquido negro que rezuma desde el fondo de la tierra. Como en todo el cine de Anderson, el espectador no encuentra refugio en ninguna parte. Tampoco halla equilibrio el propio cineasta cuyo relato muda de piel poco a poco hasta quedarse en los huesos de la locura y la violencia. Es ésta la historia de un envilecimiento para el que no se lanza ningún asidero redentor. Lejos de las estructuras clásicas, el filme da tumbos a golpe de secuencias rotundas e instantes sobrecogedores. Entre medio, soledad, estupor y un distanciamiento gélido.

Como retrato del nacimiento de una nación, Anderson apunta un demoledor diagnóstico hecho de hijos sin padres, predicadores sin fe y especuladores sin alma.

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Los peligros de la venganza

viernes, 22 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Tim Burton. Intérpretes: Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Timothy Spall, Sacha Baron Cohen, Jamie Campbell Bower. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 116 minutos.

Fiel a sí mismo, Tim Burton se atrinchera en lo que en otro tiempo era despreciado como low culture. Ahora ese alimento espiritual para freakies abonados a un barniz gótico hecho de sangre, cuero y estridencia goza de alto prestigio y salva las aburridas carteleras. Con una filmografía coherente en la que son presencias fijas Johnny Depp y Helena Bonham Carter, Burton consigue lo que su casa madre, la Disney, hacía en otro tiempo: imprimir en sus obras un estilo reconocible desde antes de que aparezca el título. Así, aunque Sweeney Todd reutiliza los materiales del excelente y sangriento musical de Stephen Sondheim, estamos ante un filme cien por cien Burton atrapado en la elección de lo siniestro frente a la belleza.

Su apropiación de Sweeney Todd , cantado con pulcra suficiencia por sus principales intérpretes, rehúye las presentaciones glamourosas para abrirse con la tenebrosa llegada en barco a Londres de un barbero asesino al que se le ha visto un razonable parecido con Eduardo Manostijeras . Sin duda lo hay. Lo único que les separa es la frustración. Sweeney sabe de la herida del dolor y la injusticia. A fuerza de rumiar su angustia ha desarrollado la psicopatía de quien mata sin ser consciente de que el otro es sujeto como él y conoce el dolor y la angustia. Eduardo era un adolescente virginal cuyo pecado era ser distinto. Sweeney es un hombre amargado que era convencional y que regresa como el conde de Montecristo para vengarse de quien le ha arrebatado todo lo que era: su familia, su nombre y su futuro. Por eso reniega de su nombre. Inspirado en un personaje real, la mejor fantasía siempre ha sido engendrada por la estilización de lo verdadero, Burton no elude la naturaleza granguiñolesca inherente al musical.

Lejos de la sublimación del criminal que hace Hannibal Lecter, esta historia, oscura como un ocaso sin amanecer, se rompe en la sangría de este barbero. Encadenada a su alma de musical y a su coraza de inspiración brechtiana, el filme discurre por el camino del exceso sin vuelta. Es como si el Burton amigo de los juguetes siniestros se hubiera puesto serio de verdad y, lo que empieza con el aspecto de Bitelchus, acabase aplastado por el horror homicida de Jack el Destripador .

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El salto de la rana

viernes, 22 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Doug Liman. Intérpretes : Hayden Christensen, Jamie Bell, Samuel L. Jackson, Rachel Bilson, Diane Lane, Michael Rooker, AnnaSophia Robb. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 88 minutos.

La invasión Jumper , con un lanzamiento masivo que se adueña de las carteleras españolas, no es sino la escenificación de la grave enfermedad que aqueja a la exhibición nacional. Que Jumper no es Piratas del Caribe lo podía haber señalado el más inexperto de los taquilleros de una sala de barrio. O que Doug Liman, director de la correcta primera entrega de la trilogía Bourne y firmante del insípido filme que consumó la alianza Brad Pitt y Angeline Jolie, es un cineasta rutinario, previsible y escasamente personal lo puede certificar cualquier espectador con memoria. Da igual lo que se diga. Los ejecutivos no opinan de la misma manera. Por eso, ahí está Jumper , colapsando los mejores cines e impidiendo que películas más modestas pero infinitamente más sabias, o más divertidas, o más verdaderas puedan asomarse a la ley de la oferta y la demanda.

Por eso mismo resulta irritante que Jumper dilapide desde su mismo arranque las posibilidades -no muchas- que ofrecía su argumento. Aunque más que un argumento labra una ocurrencia. Explota la posibilidad de la teletransportación. Su principal protagonista, con sólo pensarlo, viaja a cualquier lugar del mundo. La aportación argumental es plantear que esa facultad no la posee únicamente él. De hecho, en el mundo, además de discretos ciudadanos sin poderes paranormales, hay dos razas en lucha. La de los saltadores espaciales y la de los paladines que los matan.

Haría falta mucho entusiasmo por los superhéroes y escasa memoria para defender una película cuya mejor aportación se regala en el tráiler y con el tráiler se acaba. Ésa es la cuestión. Como el dinero del guión se tira en localizaciones por medio mundo y en efectos especiales tipo Matrix , no hay ni media docena de frases dignas de ser recordadas. Ni siquiera Samuel L. Jackson recompone la gran sutura que inmoviliza un filme de acción en el que la acción se articula con una artrosis extrema. En ese naufragio, los saltos de Jumper a nada conducen porque nada hay en los personajes que merezca la pena. Pero lo dicho al comienzo, no hay remedio y encima, si da dinero y nadie lo impide, se cumplirá la amenaza de hacer una trilogía.

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La cruz de ‘Fargo’

viernes, 15 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Ethan y Joel Coen. Intérpretes: Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Woody Harrelson, Garrett Dillahunt, Kelly Macdonald, Tess Harper. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 122 minutos.

Cargan los Coen al azar, ese cordón umbilical que une su última película con Fargo . Le restan importancia a sus simetrías y niegan una intencionalidad consciente en ese juego de paralelismos que, de manera obvia, entrelaza ambas películas. Su reticencia es comprensible. Buñuel se pasó media vida contradiciéndose a sí mismo para zafarse del acoso de sus analistas. John Ford sacaba sus genes irlandeses para negar desde la ironía a quienes formulaban complejas lecturas críticas sobre sus películas «del oeste». Y a Hitchcock tampoco le gustaba enfrentarse a sus propios fantasmas. Es obligación del autor renegar de lo que su obra desgarra y ocultar lo que ésta permite entrever.

El caso es que No es país para viejos puede verse como la cruz de Fargo , la otra cara de una misma historia. ¿Cuál es esa historia? La de la América profunda, una suma de estados arracimados en torno a una herida nuclear. Una llaga que lo fundamenta como un país obsesionado con un sueño, sueño que a menudo deriva hacia la pesadilla de una violencia irracional, salvaje y sanguinaria. Lo recordaba en Brother el Kitano más irónico, que enfrentaba en un duelo letal la crueldad yakuza con la ira americana. Su conclusión, evidente. La ira es cosa de Dios y esa ira es lo que recorre este país no apto para viejos. Si lo prefieren, lo llamaremos EEUU.

Volvamos a los Coen. También decían que les preocupaba el tratamiento heterodoxo de la historia de Corman McCarthy y cómo su ruptura con el tradicional relato de Hollywood podría defraudar al público. Sabían que ése es el precio que se debe pagar a cambio de ser coherentes con lo que el texto reclama. En este caso, el texto, que si bien no es suyo sí ha sido elegido por ellos y reescrito por ellos, reclama una angustiosa sensación de desamparo.

Desde el primer plano de lo que se tilda de western crepuscular, demasiado abstracto para pertenecer a un género tan definido, las cartas se muestran boca arriba. Como en Fargo , y de ahí que se vuelva a ella, la sombra de la muerte se proyecta sobre el espacio vacío. En ambos casos, la mirada perpleja de los representantes de la ley impone su extrañamiento. En algún modo, el sheriff Bells (Tommy Lee Jones), cuya voz repica un dolor existencial, podría ser el padre de la policía Gunderson (Frances McDormand). Ambos se ven atravesados por algo que los supera, que no entienden y que les quiebra desde lo más profundo. La diferencia esencial reside en un detalle definitivo. Mientras que Marge combate el horror del crimen con el estremecimiento del hijo que lleva en sus entrañas, Bells camina hacia la jubilación, su tiempo de héroe pasó y llega cuando se enfrenta a un asesino al que no entiende.

Ese asesino le debe todo al magnetismo animal de Bardem, una especie de ángel exterminador -¿la negación del Teorema pasoliniano ?- que se pasea por un relato cosido con abundantes silencios y lleno de detalles no explicados en su seno. Lo relevante no es lo que pasa sino qué está pasando, grita el filme de los Coen. Un texto fílmico en el que se reconoce a David Lynch, sorprendente manera de que los creadores de Sangre fácil converjan con él.

No hay que olvidar que el filme debe su título al poema de Yeats que dice así: «Un hombre viejo no es más que una cosa miserable / Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos / que el alma aplauda y cante, y cante más fuerte…». Y eso, cantar con un extraordinario cine inquietante, dolorido y fascinador es lo que hacen los hermanos Coen. Combatir la mordedura de la vejez de un mundo que da síntomas de un peligroso envilecimiento.

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Hablemos de nada

viernes, 15 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: Robin Swicord. Intérpretes: Kathy Baker, Maria Bello, Emily Blunt, Amy Brenneman, Hugh Dancy, Maggie Grace, Marc Blucas. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 106 minutos.

Desde su descanso eterno en la Catedral de Winchester, Jane Austen se estremecería de vergüenza si pudiera contemplar lo que Robin Swicord ha sido capaz de hacer en su nombre y con su(s) obra(s). Y es que la única utilidad que ofrece este filme blando al comienzo y pringoso al final reside en su indirecta reivindicación de la figura del director. ¿Por qué? Porque aquí no dirige nadie. En esa función se acredita una guionista veterana, Robin Swicord, cuyos trabajos (Matilda , Mujercitas , Memorias de una geisha …) sin ser brillantes no daban lugar a propuestas tan insípidas como ésta. Es lugar común el lamento de los guionistas por las tropelías que a sus guiones hacen algunos directores. Tras ver Conociendo a Jane Austen la pregunta que surge apunta a saber cuántos malos guiones fueron mejorados por una buena dirección.

Por otro lado, resulta paradójico que, en la hora del reality show y del cine de no ficción, las obras de Jane Austen, en principio un anacronismo romántico condenado al fracaso, hayan sido objeto de adaptaciones recientes dando lugar a películas exitosas. Entre ellas, las de Ang Lee y Joe Wright, Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio , resultan muy defendibles por diferentes razones. Ambas, recreaciones de la época georgiana, con su protagonismo femenino y su barniz femenino-sentimental, ofrecen amenas lecturas del mundo Austen dirigidas con recursos e inteligencia.

Robin Swicord ha echado mano de las seis novelas (todas) de la autora para proyectar en el presente la vigencia de su universo. Armada con todo el legado, Swicord recrea cómo seis personas -cinco mujeres y un hombre- se reúnen durante meses para leer y comentar las obras de Austen. Ésta es la anécdota que pone en marcha el argumento. El problema reside, no en que Swicord como realizadora se muestre plana, sino que como guionista resulta peor. Las largas y vacías peroratas en torno a las novelas de Jane Austen, en donde la imagen nada puede hacer, la hubieran echado de cualquier escuela de cine. Retórica, arrítmica, previsible e irrelevante, Conociendo a Jane Austen es el mejor camino para hundir a una escritora a la que el cine actual había conseguido rehabilitar.

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La noche de 30 lunas

viernes, 15 de febrero de 2008 Sin comentarios

Dirección: David Slade. Intérpretes: Josh Hartnett, Melissa George, Danny Huston, Ben Foster, Mark Boone Junior, Mark Rendall, Manu Bennett, Megan Franich. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 113 minutos.

Nunca se debe despreciar una película si en su interior late al menos una idea, o un rasgo de ingenio, o un momento perfecto. Si le parece demasiado generosa esta afirmación, es que no frecuenta las salas de cine. El porcentaje de películas que se hacen sin nada en sus entrañas comienza a crecer de manera tan preocupante como en parecida proporción decrece el número de espectadores. No obstante, no cabe establecer entre ambas constataciones una relación de efecto-causa. En 30 días de oscuridad esa chispa -relativa- de ingenio se enciende en una curiosa perversión de la que el productor en la sombra, Sam Raimi, cineasta amigo de los Coen con quienes sostiene algunas equivalencias y algunas equidistancias, algo sabe.

30 días de oscuridad se apunta de lleno al subgénero del cine de vampiros acometido desde los fundamentos de la contemporaneidad. Tangencial al hacer del Rodriguez de Abierto hasta el amanecer y del Len Wiseman de Underworld , la originalidad del filme de Slade, arrancada del mundo del cómic, reside en situar la acción en un pueblo de Alaska en el que la noche dura 30 días.

O sea, para las víctimas acosadas en esa trampa, el amanecer que disuelva esa pesadilla no llegará en cuestión de horas, sino que deberán aguantar cuatro largas semanas. Un verdadero tour de force que se reconduce por el camino trillado de las películas de catástrofes. Es decir, la tensión narrativa se fía en el progresivo exterminio de los protagonistas y en el ¿quién sobrevivirá?

David Slade, cineasta que irrumpió con Hard Candy , una esquinada mirada al mundo del sexo infantil, Internet y la venganza, asume un tono ligero en esta excursión al mundo vampírico. Sus criaturas de la noche, de rasgos animalescos y comportamiento de secta, quedan reducidos a la encarnación de la muerte. Nada nuevo se aporta salvo esa ingeniosidad de la larga noche de 30 días. A falta de ideas, emerge el mito y a éste, poderoso e indestructible -ha sobrevivido a multitud de infames películas- no lo matará esta irrelevante película carne de videoclub. Queda, eso sí, la certeza de lo evidente, tras Hard Candy no había un gran autor, sino un eficaz publicista.

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El horror de la zona cero

viernes, 8 de febrero de 2008 Sin comentarios

Director: Matt Reeves. Guión: Drew Goddard. Intérpretes: Lizzy Caplan, Jessica Lucas, T.J. Miller, Michael Stahl-David, Mike Vogel, Odette Yustman. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 85 minutos.

Ante una propuesta como ésta, no hay respuestas tibias. Tampoco hay nombres propios. Tan solo sombras, polvo y humo. Su naturaleza no los necesita porque en su interior, los protagonistas son comparsas de un proceso escópico: el de la destrucción de Nueva York. En cierto modo, el filme puede leerse como un texto radicalmente contemporáneo, un reality show desesperado que filma el apocalipsis. Y como acontece con propuestas radicales, en esa anulación del entramado dramático, con personajes psicológicamente anoréxicos, late la osadía ingenua de tratar de recuperar el miedo y la fascinación de la primera mirada; aquélla que cultivaron los Lumiére y Meliès sobrecogiendo al público con ese tren de sombras que inquietaba sus ojos. Desde entonces el cine ha evolucionado a golpe de búsqueda de lo real en un afán por rehabilitar su credibilidad frente al público.

Eso es lo que J.J. Abrams, un peso pesado que reina en la televisión y que debutó como realizador de largometrajes con la tercera entrega de Misión Imposible , se ha propuesto. Sus entramados básicos son un icono de la cultura japonesa, Godzilla ; una imagen del póster anunciador del filme de Carpenter Rescate en Nueva York y, sobre todo, la recuperación de lo que pudieron vivir quienes estaban en la llamada zona cero cuando cayeron las Torres Gemelas el 11-S de 2001. No hay nada más, salvo, quizá, el eco de El proyecto de la Bruja de Blair , con quien Monstruoso guarda cierto parentesco formal pero profundas diferencias de concepto.

Dirigida por un hombre de confianza de Abrams, Matt Reeves, en Monstruoso no hay montaje aparente. Todo son planos secuencia rodados con la calidad de una cámara de aficionado. Por eso reclama verdad y con eso despliega la pesadilla de unos amigos sorprendidos por el ataque de un ser furioso. A falta de pliegues dramáticos en los personajes, el filme derrocha sobresaltos y terror. Pero tras la apariencia de filme inocente, hay un planificado constructo atento a acongojar al público. Lo hace, pero a costa de exterminar la huella del hombre y hacer que el único personaje interesante sea un monstruo al que casi no vemos. Freud lo tendría fácil, el diagnóstico resulta obvio.

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