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La terrible verdad de un cuento chino

Dirección: Zhang Yimou. Guión: Zhang Yimou, Wu Nan y Bian. Intérpretes: Chow Yun Fat, Gong Li, Jay Chou, Liu Ye, Chen Jin, Ni Dahong, Li Man y Qin Junjie. Nacionalidad: China, 2006. Duración: 114 minutos.

Parece evidente que esa maldición que da sentido a la última película de Zhang Yimou descansa en lo más profundo de la psique humana. En ella, ciertamente, poco importa que la historia transcurra en la China del imperio Tang, allá por el siglo X, en la Dinamarca de Hamlet o en el Vietnam de Coppola. Por eso algunos creen percibir en este filme ecos de Shakespeare, sin tener en cuenta que lo que ocurre es que Shakespeare y Yimou ahondan en las mismas heridas. Es decir, que estamos hablando del incesto y del padre, del primero de todos los tabúes y de la decisiva importancia de la madre como entraña seminal. Estamos hablando de antropología y psicología, de símbolos y leyendas. Eso es, o al menos en este territorio habita, La maldición de la flor dorada.

¿Un cuento chino? Sin duda. Pero no con el malicioso significado que la prepotencia occidental le da como sinónimo de mentira. Ficticias son las magníficas acrobacias de los guerreros ninjas que atraviesan su desenlace; ficticios son los retratos históricos y, por supuesto, ficticio es ese despliegue magistral de la batalla final. Pero La maldición de la flor dorada no pretende ser crónica histórica, sino que aspira a formular una amarga alegoría sobre el poder y sus excesos. Yimou escarba en la paranoia del tirano y la locura de su emperatriz, prisionera de lo que simboliza y esclava de su poder.

Así pues, cuento es esta película, en efecto, pero con una profunda verdad en sus entrañas. Cuento chino porque chino es su director, un cineasta magistral por más que ahora algunos sectores de la crítica lo miren con sospechosa suficiencia. Y chinos son sus protagonistas, su contexto histórico y su percepción de la tragedia. No obstante, detengámonos un momento en el narrador de este cuento. Zhang Yimou fue una de las soberbias columnas que sostuvo el cine de la llamada Quinta Generación, etiqueta que Yimou no asumía. Pero para los espectadores no chinos, aquella Quinta Generación, representada por Chen Kaige y Zhang Yimou y presidida por Gong Li, era el heraldo de una nueva China. Nueva o vieja, Yimou no lo tuvo fácil, sus desacuerdos con el poder político le granjearon muchas dificultades pero su negativa a abandonar su país de origen alimentó ciertas suspicacias y alguna incomprensión.

En cuanto a La maldición de la flor dorada , se puede ver como la tercera entrega de su trilogía wuxia; ese género de aventuras y artes marciales que Ang Lee popularizó en Occidente con Tigre y dragón. Sin embargo La maldición , compartiendo con Hero y con La casa de las dagas voladoras algunas premisas, aspira a algo muy diferente. Si Hero se alimentaba de carne de leyenda y fantasía y La casa estaba construida con romance y aventura, La maldición es melodrama solemne.Y Yimou, que se ha reencontrado con Gong Li , hace en este filme su relato más desesperado, angustiado y cruel.

Más allá de la fuerza rítmica y del portentoso despliegue de su belleza formal, Yimou practica una suerte de bunraku a la china en donde todos se mueven con la rigidez de unas marionetas zarandeadas por el ritual y el destino. Con zonas oscuras y tiempos helados, Yimou obtiene gestos inolvidables (la emperatriz enjuagándose la boca tras tragar el veneno) e interpretaciones soberbias. Con ecos del Ran de Kurosawa, Yimou convoca la caída de ese muro simbólico con el que los súbditos protegen y se protegen de sus reyes; esos seres paranoicos víctimas de lo que representan. Muros ante cuya existencia, nuca sabemos si sujetan lo de dentro o lo de fuera.

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