Radiografía de una mujer sola en la Europa del bienestar
Dirección: Ken Loach. Intérpretes: Kierston Wareing, Juliet Ellis, Leslaw Zurek, Joe Siffleet, Colin Coughlin y Maggie Hussey. Nacionalidad: Reino Unido, Italia, Alemania y España. 2007. Duración: 98 minutos.
Ken Loach representa un modelo de cineasta en peligro de extinción. Izquierdista comprometido con los movimientos sociales y activista presto a asumir las guerras perdidas de antemano, Loach se apoya en un cine-ficción impregnado por la realidad. Desde sus comienzos como documentalista en la BBC, el autor de Lloviendo piedras se muestra como un cineasta-espejo. La realidad es que su pretexto y sus convicciones ideológicas, siempre del lado de los débiles, siempre con un marcado acento pedagógico, determinan la distorsión de ese azogue con el que se conforman los estilemas de una trayectoria que se reescribe conforme el mundo y él mismo van cambiando. Se dirá que ése ha sido su mayor problema y que la debilidad del cine de Loach surge del progresivo alejamiento entre lo que los nuevos públicos demandan y los veteranos cineastas como él proponen. Bajo esa óptica, su Palma de Oro en Cannes por El viento que agita la cebada se entendió más como un premio a toda su trayectoria que como un reconocimiento a los méritos intrínsecos del filme. Había algo cruel en esa apreciación pero, además, parecía cierto. Paradójicamente los nuevos cines emergentes que se consagran en los festivales más arriesgados del mundo acuden a formulaciones narrativas asentadas precisamente en esa observación de lo real. La diferencia sustancial reside en el hecho generacional por el que Loach, lejos de dejar que sea el devenir de esa realidad lo que determine el fluir del relato, reordena los hechos para alimentar su tesis. ¿Tesis? Su simple enunciado resuena a cine del pasado. Son prejuicios como éste los que han cegado a muchos espectadores que niegan lo evidente. Esto es, si nadie discute que estilísticamente Loach apenas ha modificado un lenguaje cinematográfico funcional y directo, por la misma razón hay que reconocer que su roce con lo real le ha provocado una metamorfosis profunda. No hay sorpresas narrativas en el cine de Loach. Nunca las hubo y, probablemente, nunca las habrá. Sin embargo, prendido en el fluir de su carrera, se inscribe el proceso de una izquierda europea que asume errores y limitaciones en la misma medida en la que sigue siendo honesta. Loach ha crecido a fuerza de desengaños, una lección amarga que apenas ha arañado su concepción ética. En un mundo libre… se da un recital de todo esto. Basta con cruzar este filme con cualquiera de sus obras anteriores (Agenda oculta; Ladybird, ladybird; Mi nombre es Joe, Felices dieciséis…) para percibir los rasgos de esa evolución con la que se escribe lo mejor de su obra. En un mundo libre… cuenta el proceso de una corrupción: el ascenso y caída de una empleada británica que, cansada de asumir trabajos en precario, ve en los emigrantes un medio fácil para enriquecerse. En su querencia por la gente más castigada, Loach relata sin florituras y lucidez la transformación de ese paisaje social. Lejos del inmovilismo de la consigna y la propaganda, Loach, cuyo cine no busca brillar por encima del tema, forja un notable retrato de la mujer occidental. Así, por encima del campo de batalla donde la carne de cañón de la Europa del bienestar proviene ahora de Ucrania o de Irán, sobrevuela uno de los más sagaces apuntes sobre el estatus del rol femenino en el siglo XXI. Y en él vemos cómo la hija de los obreros de Riff Raff es una desorientada especuladora a quien la mirada del padre grita en vano sobre el error de confundir dinero con libertad, sexo con amor y rabia con dignidad.