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Caca, culo, pis…

viernes, 17 de octubre de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección y guión: Nicolás López. Música: Manuel Riveiro Intérpretes: Javier Gutiérrez, Elsa Pataky, Leonardo Sbaraglia, Guillermo Toledo y Pablo Pinedo. Nacionalidad: España-Chile. 2008. Duración: 97 minutos.


Ni en las peores entregas de Ozores se hubieran dado por buenos algunos de los planos con los que se compone este filme. Lo preocupante es que todos aquellos participantes del cine de camisón corto e inteligencia inexistente -salvo tal vez el padre del landismo- se arrogaban la coartada del saber. Es decir, al menos sabían que no sabían. Aceptaban que su cine era puramente alimenticio y como tal se rodaba en dos semanas, en un chalet, con media docena de cuerpos femeninos semi-desnudos alrededor de otra media docena de cómicos de abundante caspa y en calzoncillos. Y era cine barato que se autofinanciaba. Sostenía la necesidad escapista de su público y ahora sirve para que algún estudiante analice la falta de riego del franquismo.

En el caso del cineasta chileno, Nicolás López no acontece nada de esto. Al contrario. El autor aparece como un hombre cultivado en la cultura friki, un perfecto conocedor del cine trash y de todos los modelos del explotion. Es una especie de Alex de la Iglesia pero en clave grasienta, un post-Santiago Segura carente del primigenio aliento que alumbró el primer Torrente.

Nicolás López, como el autor de Todas putas , Hernán Migoya, quien acaba de debutar como director con Soy un pelele , pertenece a una generación de directores escatológicos. Practican el caca, moco, culo, pis y pedo como si tratasen los pilares de la sabiduría. En este caso, Santos se pretende una hilarante comedia sobre el mundo del cómic y los superhéroes. Mezcla ecos de la estética manga con el pijama de superman, utiliza a Elsa Pataki, la musa del freakerío para provocar calentones y obliga a dos actores notables, Sbaraglia y Toledo, a enfangarse en la mierda (sic).

En cuanto a Javier Gutiérrez representa una prolongación del propio director. Su personaje, El niño bola, es algo así como lo que Hellboy significa para Del Toro. La diferencia estriba en el talento. Si el del primero parece suficiente, el de Nicolás López, un niño-friki-prodigio que a los 12 años ya escribía en Internet, parece haberse perdido en su temprano despertar. Sin ritmo, ni gracia, ni orden, ni sentido… sólo la pura complicidad con el descerebre puede hacer soportable lo que no tiene remedio.

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