1 de septiembre de 1939

Un pretexto valió para el tirano que nunca tuvo tantas facilidades gracias a la política de “appeasement”. Eternas negociaciones con quien no quería negociar. Las eternas conversaciones para quien sólo pensaba en ellas como en un teatrillo. Para quien únicamente quería salir en la foto haciendo pose. Debiera hacernos cavilar en los tiempos que corren. El humano siempre en conflicto con el humano, rompe a hablar con quien realmente no quiere. Sólo nuestra innata tendencia a la idealización nos lleva a ver lo que no es. Las dictaduras de todos los pelajes, siguen hoy haciendo burla. Y hay quien se tapa los ojos, los oídos, todo menos la boquita. El querer hablar con quien hace mofa de ello: la condición humana. La estupidez humana.

1 de septiembre de 1939: un pretexto. En aquel abismal caso: unos soldados polacos atacan una estación alemana. Y la “Gran Alemania” (Germania) pensada ya por los idealistas y románticos decimonónicos, iba a hacerse realidad. Pero la realidad nunca es de quien la idealiza y los “soldados polacos” no eran sino prisioneros alemanes de los campos de concentración disfrazados con uniformes polacos, cuyos cadáveres fueron abandonados en la estación de radio “atacada”.

Los idealistas tienen flaca memoria, ya nadie recordaba el pacto germano-soviético: reparto de Polonia. De ahí, de un acuerdo entre dictaduras enormemente parecidas, al abismo de la II Guerra Mundial.

No es un día grato para quienes únicamente hacemos bandera del pensamiento anti-totalitario. Pero agitamos igualmente dicho estandarte, acusando de dictadores donde otros ojos cándidos ven risueños caribeños cargados de petróleo, donde chilabas y petrodólares conviven “en paz” o fanáticos con ganas de reunirse con las “uríes” son respetados por “su cultura”.

1 de septiembre de 1939, 70 años ya. Y algunos jugando a hablar con cerebros repletos de cemento armado. Muy armado.

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La muerte de un Kennedy

Teddy Kennedy ha muerto y todos debemos llorar. Tanto quienes conocieron la era dorada del clan fundado por Joseph, un mafioso defensor del “apaisement” con Hitler, como quienes no habíamos nacido todavía (yo lo hice el año, si como Chesterton dice en su autobiografía, creo lo que me dijeron aunque no tenga una prueba fehaciente y empírica, el mismo año en que murió Jim Morrison).

Ha muerto un Kennedy, lloremos. Ha muerto el último “mito” y yo, que ya nací iconoclasta, me río.

Tantos años con la película de Oliver Stone a cuestas –con decenas de fallos, por cierto-, con artículos, con libros leídos como “JFK, el último testigo” de William Reymond o “Conspiración” de David Talbot y con webs, para que uno acabe sospechando no ya de las conspiraciones – la política es pura conspiración que cuando no encuentra lo que persigue, recurre a lo que sustituye: la guerra, encubierta o no- sino de los hagiógrafos de pacotilla que en vez de centrarse en el tema, nos hablan de personajes irreales.

JFK no era ese santo varón que siempre venden, era un puterillo de tres al cuarto. Inteligente, sí. Humano, aunque no lo digan. Pero disoluto: ¿cómo en “Trece días”, película basada, por cierto, en el libro de su hermanísimo Bobby Kennedy también asesinado, aparece como un amante de la familia ante un posible “holocausto nuclear”?

A JFK le preparó los discursos la CIA, sí, la mayor sospechosa de su muerte. ¿También pudo ser el servicio secreto cubano, el G-2? Y digo yo ¿qué demonios importa? ¡Ese era el ajedrez político de los 60!: sucio, como siempre.

Bobby Kennedy que compartiera amante con su hermano John, una tal Marilyn Monroe, no dijo nada cuando ésta se suicidara después de que él le diera unas calabazas de órdago. Manipulada por los dos hermanos, la muchacha creó otro mito: los hombres no la comprendían. También hay teorías de conspiraciones a su alrededor.

Queda claro pues, que los dos asesinados supuestamente defendían valores progresistas –incluyendo valores familiares que aquí algunos dirían “conservadores”- teniendo a dos esposas que podían hacer una lucha de ciervos en plena berrea.

Pero muerto el primero del clan, quedaba el segundo. Bobby dejó un rastro de tramas ocultas como el de su asesino (compañero hoy de celda del “simpático” Charles Manson). Su asesino, Sirhan, podía haber sido objeto de una “manipulación mental” por parte de la CIA a través del proyecto MK Ultra.

La recaraba. Oigan, ¿es que nadie sabe/sabía que los servicios secretos son el papel higiénico que todos los políticos utilizan, incluyendo asesinatos de contrarios? ¿Ahora se va a caer alguien de ese guindo?

Pero es mucho más facilito decir que JFK y Bobby Kennedy eran buenísimos (al lado de Nixon tampoco es de extrañar que haya tanto incauto). Pero la gran paradoja de la relación entre el político y los supuestos “hacedores” de tramas que acaban con él, se ve claramente en JFK como dije: la CIA le aúpa al poder para después ser puesta en ridículo por el ¿pacifista? que intentara asesinar más veces que ningún otro presidente estadounidense a otro impresentable: Fidel Castro. La chapuza de la Bahía de Cochinos picó, y mucho, a la CIA.

Pero ya sólo quedaba el “mito Ted”.

Hoy un periódico habla sólo de un “accidente” en que murió la que fuera secretaria de su hermano Bobby, que murió un año antes. Dicho accidente “le persiguió toda su vida política”. Nada más. Una muerte más ¿qué demonios importa?

El mismo periódico, mediados los noventa, hablaba de cómo un detective que investigó el caso, siempre sostuvo el “asesinato” de un Ted cargadito de whisky, tirando el coche al lago Chappaquiddick tras algún tipo de discusión con Mary Jo Kopechne, la chica que falleció en tan extrañas circunstancias. Ella pagó, cual sacrificio maya, el precio de la rabia de otro niño mimado de la vida pública estadounidense.

Al menos como homicida involuntario, más que todo porque no había dios que ocultara el hecho de salir pitando mientras el coche caía al lago, el susodicho llegó veladamente a reconocerse como tal. Una ducha, afeitarse y presentarse en una comisaría diciendo “yo conducía el coche con esa señorita” horas después, fue todo lo que hizo.

Pero manchas de sangre en la espalda, heridas no producidas por el coche, así como testimonios de un Teddy borracho –sus dos famosos hermanos ya asesinados hacían bromas en periódicos y revistas serias al respecto- nervioso, cabreado y con ganas de bronca, fue visto antes del suceso, precedido de una fiesta en la isla de dicho lago, donde se bebía de todo menos agua.

Y dejando atrás tanta hipótesis, quedaba objetivamente Ted Kennedy como seguidor del clan (del lobby, habría que hablar) que acaba siendo engullido por conspiraciones con un “efecto boomerang” de lo más perfecto.

Nunca consiguió llegar a donde se propuso. Nunca pasó de senador. Nunca quiso hablar del tema: un año de libertad condicional es el precio de alguien con poder ante tales más que sospechosos hechos.

Y me queda la certeza más arriba indicada, de que cuando un político muere, también tiene que ser recordado por sus miserias. Siempre éstas peores que las de muchos de nosotros, pobres contribuyentes. Y la certeza de que a ellos, que juegan en ligas mayores, también les llega lo que a todos: el final.

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Realidad maldita.

Regreso maldito. “Please dont’t stop me”: suena Bruce Springsteen más rockanrolero que nunca. Y pienso en la luz dejada atrás: hoy es luna llena y no hay dios que la vea. Ayer, iluminaba una ciudad más amable, más grande y más contaminada lumínicamente en que se veía cómo dicho astro bañaba de luz más que cualquier artilugio humano.

Ayer estaba en mi (nuestra) pequeña porción de irrealidad: las vacaciones. Las últimas fueron inmejorables: el paro forzoso y la muerte de mi nunca olvidado padre. Antes una grave enfermedad de quien suscribe y que deja un reguero de pastillas y limitaciones que debe (deberá) respetar uno. La vida es sueño, dijeron no pocos estoicos, nada más. Algo de razón hay en ello.

Pero regreso y la maldita ciudad que me asfixia por su mojigatería, falta de imaginación y por su clima, me recibe: ella es la realidad. Una verdadera perra rabiosa y repelente.

Y Springsteen me recuerda que no quiero, por favor, no quiero más puñaladas por el momento. Por favor realidad, no me apuñales al menos por un momento. Mas no crea la realidad que la temo, por mucho que se transforme en un State Trooper, queriendo pedirme papeles en mi carretera. Un año y medio que regalaría únicamente al más corrupto de los políticos es más que suficiente como para saber cuál es su jodido juego: pero sé más. Nadie, ningún sabio, supo sobrepasarla. Tal vez estudiarla, como pretendiera Freud: cuanto más apegado está uno a la realidad más feliz es. O infeliz. Pero un materialista como quien les escribe es feliz apegado a tan ingrata dama que también quema como nadie.

Pero vuelvo de tierras más benévolas. Y ahora llueve. Aquí la realidad me devuelve con un tortazo la insolencia de disfrutar mi interrupción anual –que afortunadamente poseo todavía- en forma de fresco y nubes cargadas de tristeza lamiendo cimas de montañas cercanas.

Mas repito, no se vaya a creer tan repugnante señora que uno se queda cruzado de brazos. Tengo tras de mí a todo un ejército de helenos sedientos de sangre y que saben de qué demonios hablo: ”(…)no ha criado la tierra animal más endeble que el hombre entre cuantos respiran sobre la tierra y se mueven” dice un corajudo Odiseo ante Antinoo y Anfínomo que rebuznan un “¡Salve, padre extranjero! Sé un hombre feliz desde ahora, ya que tanto hasta hoy te abrumaron tus muchas miserias”. Frase que cualquier dogmático con aviesas intenciones pudiera emplear contra mí.

Pero Odiseo (Ulises) no era únicamente inteligente, además era valiente cuándo y cómo un heleno sabe serlo: “No imagina [el hombre] que habrá de sufrir infortunios en tanto las deidades le otorgan la dicha y sus piernas se mueven. Pero cuando los dioses dichosos le dan la desgracia, quiera o no, la soporta con un corazón resignado”.

Resignado pero valiente, quieran o no las deidades. Hagamos del regreso nuestra particular odisea: sean la inteligencia, el valor anímico y físico los que rijan nuestros pasos en adelante. La vida es una aventura. Para quien así no lo vea, sépase un muerto en vida.

Imagen: El cantante que por mi mala testa en los años más punk/skin no me atrajo. Ahora no sólo me gusta, es que me recuerda siempre a mi buen compañero durante década y media en una fábrica y amigo Ricardo Lecumberri. Siempre escuchar a uno es escuchar al otro…

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Que siga la bronca.

Atesoraba un sueño, agarrándome casi a él, en la sagrada y bendita siesta de ayer: venerable tradición, ayer merecida, otrora acompañada de sonido de gacelas, leones e hipopótamos apareándose, cuando por aquello de tocar botones en duermevela todo se transformó en griterío e insultos de otros animales salvajes bípedos en este caso.

Desperté sobresaltado. Lógico. Yo soñando con irme hoy lejos de aquí y en un momento aparecen cornúpetas, malos padres de familia, viciosos y demás adjetivos insultantes.

Y, sinceramente, una vez convertido de súbdito de Morfeo en espectador de la llamada “telebasura”, yo me pregunté: “¿Por qué demonios no ponen un cuadrilátero en el centro lleno de lodo y excrementos y que estos dos tipos se revuelquen y peguen ahí?”.

Es el problema de pensar con lógica, porque lógico hubiera sido hacer de tamaño espectáculo un final acorde. Y todo en horario infantil: algo que el conductor de dicho programa, me consta, otras veces no se cansa de repetir. Menuda estafa.

Y con la maldita manía de pensar, cometí de nuevo la tropelía de hacerlo pidiendo socorro de nuevo a Guy Debord, porque creo que a pesar de su dificultad dio en el clavo al hablarnos de la sociedad del espectáculo: así apunta cómo “los especialistas del poder espectacular (…) están absolutamente corrompidos por su experiencia del desprecio y del triunfo del desprecio, pues encuentran la confirmación de su desprecio en el conocimiento de ese hombre despreciable que es el espectador” (Guy Debord: “La sociedad del espectáculo”, 195. Nota: la cursiva es del autor)

Así que me convertí en hombre despreciable ayer por unos minutos verbigracia algún magnate que hace suya la susodicha “telebasura” como negocio redondo. Ahora bien, siempre crítico, reivindico con todo el énfasis que me da un mal despertar el terminar tales trifulcas como más arriba indico.

Mientras se lo piensan y dejando muy atrás el ramalazo despreciable yo me dedicaré a largos paseos, largas lecturas, largas sobremesas y a largas playas.

Salud.

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Vivir con ritmo

Salgo de currar mis ocho horas en la fábrica. Como lo que la parienta me ha hecho, refunfuño. Me parece una mierda y se lo hago saber como si me hubiera tragado un megáfono. ¿Y los críos? ¡Qué hartazgo, que no me jodan la siesta de tres horas, aviso!

Tres horas de siesta y tres horas de bar. Mi tiempo libre. Cervezas tontas con más tontas charlotadas. ¿Qué toca hoy Patxi? ¿Una de calamares y fútbol? ¿Una de gambas con politiqueo? ¿Y si me sacas unos calamares rancios con algo de bronca con el tío del fondo que parece más amargado que yo?

Por cierto, ¿sabes que fulanito le ha puesto los “cachos” a zutanito? Mientras el primero curraba la mujer se lo hacía con su antiguo amigo. Buen entremés de la cena en el bar, que la parienta no acierta ni una.

Y luego la larga batida por el personal: todos unos hijos de puta. El uno por ser mejor persona (un bobo), el otro por ser más apto (un trepa), el de más allá por ser un engreído porque en los descansos lee ¡¡¡libros!!! (el raro que cree poder salir del infierno en el que yo retozo, ¡ja!).

Todos somos así. Para el que se crea diferente, Patxi servirá una doble ración de clichés a cada cual más estúpidos: el fumeta, el anarco, el pelao, el facha, el rojo, el borroka, el españolazo, el maricón, el raro, la lesbiana porque no me mira, etcétera.

Cuando subo a casa mamado perdido tras mi turno de bar, chillo de nuevo a la parienta por no haber puesto a los críos firmes yendo en fila india a la cama. Mientras, me voy a “pillar horizontal”. Mañana será otro día. Idéntico día. Tal vez aderezado con una enriquecedora sesión de rascamiento de tegumentos germinativos mientras veo en la caja tonta a señoritas recauchutadas hablar de lo mismo que yo en el bar…

Llega el fin de semana y no lo noto, salvo que el turno de bar se alarga y las charlotadas nunca tienen fin…

Ni tan siquiera Nietzsche llegó tan lejos al imaginar su teoría del “eterno retorno a lo idéntico” en tan baja concepción.

La vida se convierte en una cadena: cadena fordiana en el trabajo y fuera de él. Aquí no caben mimos a la ociosidad que tanto reclamara Bertrand Russell, menos aún “higiene mental”, como también recordara el inglés.

No, todo es proyección de la propia impotencia, de la frustración, en los demás: en lo que probablemente el asqueroso ése piensa de uno sin conocerlo. Aquí lo que mola más es la “basurilla mental”. Perder y perder horas de pensamiento, no en coleccionar sellos o hacer deporte, no digamos ya leer, no. Aquí todo se trata de malgastar el tiempo, la vida, poniendo a caldo a todo bicho viviente que no sea tan enano mental como uno.

Si algo se va aprendiendo en la vida es que ésta, se compone de movimiento. Nos movemos: Aristóteles sabía de qué hablaba al referirse al proceso continuo de la naturaleza, desde el nacimiento hasta la muerte y putrefacción. En él vamos incluidos, nos guste o no.

Lo dicho: el ritmo es el que nos mueve. Al hacer deporte, al estudiar (recomiendo música relajada a tal efecto, Tchaikovsky preferiblemente). La vida sin ritmo no es: imprimimos el ritmo, el movimiento, siempre que vivimos. Sólo cuando algo va mal, paramos en demasía: la rutina premeditada no es sino síntoma de enfermiza falta de ritmo.

Sin ritmo nos anquilosamos, nos amargamos. Contagiamos. Estar enamorado de la época de la Alemania de Bismark y leer sobre ello sin otro fin, trabajando en la construcción, no es excentricidad. Excentricidad (o sea, literalmente estar fuera del centro) es ser un muerto en vida malgastando el tiempo en aparentar ser más que nadie sentando cátedra sobre todo bicho viviente. No todos somos iguales ni todos somos unos seres puros y sin rarezas. El igualitarismo que rasa por lo bajo crea estos seres, piojos que retozan en tabernas sin más entretenimiento que darse auténticos chapuzones en su propia bilis.

Hagan recuento: seguro que han conocido multitud de personas así. Incluso todos hemos podido correr el peligro de convertirnos en tamaños zombis sin gracia.

Son las once y pico de la noche. Es sábado y ya estoy de vacaciones. Pero no las veré materializadas hasta que esta semana me dirija al sur, donde fiesta y ritmo sobran.

Y, mientras escribo, suenen alegres los inmortales Dr. Feelgood a mi lado, aquí en el jardín. El ritmo es vida. La música es la carótida de la vida.

P.S.: Dedicado a mis amigos. En especial al bueno de Juanma, que sabe a la perfección qué es la vida. Él no necesita largas parrafadas teóricas como yo, simplemente vive. Y por ello es un tío único.

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Una nota.

Nota:

Me queda la buena esperanza de estar unos días siguiendo sin ser leído y, en agradecidísimo caso contrario, agradeciendo su favor. Ahora bien, tener comunicación por correo electrónico privado, por mensaje interno de este periódico o vaya Vd. a saber, que nadie me malinterprete, pero ¡hasta yo tengo una vida, sí, el pelmazo escéptico y lleno de mala uva que soy, sí! Y no lo digo por el amigo Marco y el «Feisbú«, que ahí nadie y él menos, molesta.

Así que esperando que me respondan estaré hasta el viernes fuera de esta ciudad que lo único que tiene de bueno, la Taconera, se halla llena de vallas afeándola contra maleantes. Y de chorizos y maleantes mejor no les hablo, que los asquerosos de los políticamente correctos ya me tienen hartito.

Que se lo pasen muy bien, que yo respeto hasta que se pasee a una efigie tan fea –salvo el traje- como la del santo que mañana se enarbola. Porque se puede ser moreno, pero hay cosas que caen por su propio peso. Yo, al menos, conozco algunos y no son así. ¡Menuda tez!

Mientras me soporte este periódico diré lo que en gana me venga. Mientras Vds. tengan a bien: por favor, contéstenme a través de los “comentarios” y pónganme a caldo, que no pasa nada. Ahora bien, siempre de manera pública: en “comentarios” a través de “publicar respuesta” habiéndose antes registrado. Que, como digo, ya tengo bastante con ser precario laboral y tener problemas personales que aquí no vienen a cuento.

Yo, mientras, me largo unos días.

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Mártires no.

Recuerdo estos días lo único que se puede salvar: “Thriller”. Lo único que soporté en su momento: vídeo y canción. Si bien ésta me repateaba, reconozco que el vídeo me impresionó.

Personalmente soy un adicto a la prensa desde que tenía unos diez u once años en que me echaba en el suelo literalmente para abrir un periódico tamaño “sábana”, así llamado.

Por tanto leo tantos periódicos como libros apetecibles y hace pocos días antes de fallecer el enfermo que dejó que le proclamaran algo tan hortera como monarca del pop, tuve ocasión de leer noticias de amigos en que avisaban que la piel del injerto en cuestión, se veía iluminada de noche (literalmente). Posteriormente y siempre por noticias de agencias, se hablaba desde fuentes cercanísimas al nene de los antaño Jackson Brothers, de que tal vez padeciera un cáncer.

Recuerdo perfectamente parte de su obra: desde mis siete primaveras en el 78 hasta que ha muerto pesando menos que el éter y con pastillas todavía sin digerir en el estómago. Los cuervos se apresuraron en menos de 24 horas para hablar de la “misteriosa” muerte. El misterio surge al momento para la creación del mito.

Hendrix, Morrison, Joplin, mucho mártir para alguien que denosta tal figura como quien suscribe. Hasta Vicious se dice hoy en día, podría no haber sido quien matara a la yonki de su novia y que la sobredosis de heroína purísima que acabara con su vida, tal vez se la suministrara su mamá hippie para que no sufriera la vida, tan dura ella. Como el sentido común de la Ribera dice a veces: pobricos

Y no para de resonar la canción en mi cabeza de los Def con Dos en los 90 con el final cambiado: Odio a los mártires del “Pop”.

Gente que llora entre dos groupies espectaculares porque nadie le quiso mientras se esnifa el mundo y bebe tres botellas de bourbon en su triste limusina.

Vivimos una de las crisis más graves o, probablemente, igual de grave que la del 29 que no trajo sino miseria, fanatismos y guerras terribles.

Y todavía recuerdo el vídeo del monstruito recién fallecido imitando a las estatuas de Lenin con ejércitos uniformados sospechosamente parecidos a los nazis y la “polémica” que surgió en los todavía ochenta, creo recordar.

El mundo se ahoga por hipotecas interminables, por jefes que también lloran la muerte de su trabajador “héroe” por soportarles pero sin poder hacer frente a sus nóminas. Pero lloremos todos por el mártir. Yo lo hago por lo gilipollas e irracional que sigue siendo el humano.

Sigan llorando por el mito y sus patéticas circunstancias no viendo nada más allá del “panem et circem”.

Que siga el espectáculo como objeto único de fijación. Yo seguiré leyendo y haciendo cosas diferentes a lamentar la muerte de un despojo que lo fue en vida. Y seguiré aquí, escuchando la ordenada rabia de los Black Crowes, mientras rindo homenaje a la diosa Iris la rauda” cuando en plena Ilíada dice algo tan sensato: “La mente sana es flexible”.

Imagen: tenía dos opciones visuales del encantador interfecto en cuestión, pero al final he optado por una helena cerámica en que se ve reflejada la velocísima Iris, mensajera de los dioses del Olimpo. De nuevo la Grecia eterna me salva de todo mal, me sirve de amante y, por tanto, de grato refugio…

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Verano, largo verano

Harto ya de imaginar los bellos parques cercanos a mi hogar, mientras los paseo, perdiendo clorofila por doquier verbigracia el trasiego de impresentables, así como la desaparición de su orden y limpieza (no hablemos ya del río que surca esta ciudad con poco de “gloriosa” en sus fiestas), harto ya de ver la maldita destreza de Obama con la mosca cojonera en plena retransmisión televisiva, harto ya de los mosquitos que impiden volar a nuestro presidente desde Togo (“mosquitos fascistas ¡seguro!”, dirá el cejitas); harto ya de tanto inicio de culebrón veraniego político-televisivo.

Así me encuentro. ¿Puede haber algo más irritante que las fiestas que se nos avecinan, celebradas con algarabía y regocijo por ateos declarados que conozco teniendo en cuenta que dichos festejos no hacen sino referirse al martirio de un cristiano? Esa repugnante afición de celebrar la sangre del mártir que agoniza…

Volverán las hipócritas actitudes de los habitantes de esta pequeña urbe que por arte de magia –repito: magia- se vuelven encantadores y bonachones tolerantes. Volverán los zafios y los estúpidos de fuera. Siempre hay excepciones, obviamente, en ambos casos. Pero la tétrica lista de cifras cantan en cuanto a quienes dan rienda suelta al gran bastardo que llevan dentro en tan “festivos” días: la pobre Nagore Laffage fue la última, con la ignominia que supone una especie de “omertá” en torno al presunto culpable: ésa es la Pamplona que siempre me repugnará.

Pero mientras, aunque no se lo crean, el mundo sigue: en Irán mueren por decenas ante un clamoroso tongo y los dirigentes amenazan literalmente con ser “más revolucionarios con quienes protestan” (léase ser más represores con quienes protestan: recuérdese el carácter revolucionario de los nazis, de los fascistas salidos del socialismo, de los falangistas, etcétera. Se impone leer “Diccionario de adioses” de Gabriel Albiac donde el autor hace tan pormenorizado repaso etimológico y epistemológico de la palabra “Revolución”, proveniente de Copérnico y que da su salto a la política).

Mientras los programas-basura televisivos se transmutan en algo peor gracias al cambio del nombre oficial y otros siguen igual con total descaro, llega el verano con sus culebrones políticos. Al lado de éstos, prefiero los culebrones de sobremesa y con sabor latinoamericano. Sinceramente.

Que Vds. lo pasen bien.

Fotografía: obra de Iñaki Zaldúa en 2004.

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¿Quién soy yo?

Y la pregunta no deja de repetirse a lo largo de la historia de la humanidad. De ese bicho tan complejo como cruel que es el humano. Ni, por supuesto, en la vida de quien suscribe. ¿Qué carajo es la vida?: una generación, diría en parte Ortega. Nada más. Pero la constancia de ver cómo una generación que precede a la mía va desapareciendo, mina la moral de cualquiera. La mía al menos.

¿Quieren un bonito dogma para vivir mejor consigo mismos?: lo respeto siempre que no ensucien terreno ajeno. Mi jardín tiene muros, me da igual si les parece bien.Ya me entienden. Lean, piensen. “El hombre rebelde” de un irreductible Albert Camus, sea tal vez una buena y grata compañía este verano.

¿Yo: qué es eso?: me preguntaba hace poco un familiar que se examinaba de la disciplina maldita por excelencia. La Filosofía, of course. Y lo mejor es que a un pesimista racional como yo, su actitud hizo ilusionarme cual niñato de 18 primaveras. Sería cosa de las dos generaciones que nos separan, digo yo y siguiendo a Ortega. Pero nada más grato que ver la ilusión en alguien que ve la ilusión de uno a través de la transmisión –humilde en mi caso- de conocimientos.

¿Quién soy yo?: alguien que no miente. Sigo escuchando mientras escribo para Vds. a The Kinks su fabulosa canción “I’m not like everybody else” que recientemente apareciera en un capítulo de los Soprano.

Quiero un funeral como el del musical Tommy de The Who: con “mano lenta” tocando aunque sea en diferido y en vez de la pelma de Marilyn, una Angelina Jolie que acabará destrozada como todo icono. Las pastillas y el whisky – nuevo cuerpo y sangre del Señor- estarán asegurados para todo el mundo.

No soy igual a nadie. Soy, pues, el anti-dogma. Soy yo. Nada más. Todos estamos unidos por un hilo biológico como demostrara el grato descubrimiento de la cadena de ADN. Pesadilla de racistas que nunca leyeron a antropólogos como Marvin Harris. Pobres.

Pero nada más, después de la biología: nada más. En mi mismidad: soy yo. El que rodeado de un ambiente festivo y masificado, tiene que trabajar el fin de semana. Yo, hoy, sábado. También soy ese. ¿Y qué?

El que no cree ni creerá en ninguna religión mística o política. La sustitución de una por otra fue inteligentemente vista por Nietzsche: recuérdese.

El dogma mata el yo.

La religión también.

La vida te hace forjar ese yo.

Yo soy yo y lo demás no.

Sólo con quien tenga en tan alta consideración su propia persona sin integrarse en masas uniformadoramente políticas, religiosas, alienantes en todo caso; sólo en ese caso: aquí me tienen.

Ética a Nicómaco” de Aristóteles: otra lectura estival recomendable, para que luego digan. Un elogio de la amistad.

Sólo yo puedo buscar a gente con quien disfrutar de ese estoico sueño que es la vida. Sólo a quien se tenga en tan alta estima.

Mis amigos.

Yo.

Imagen: en un principio había puesto la mía, pero ¿quién mejor que el Diógenes de Sínope de Rafael a quien tanto debo?

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Totalitarismo

Por no emplear el manoseado despectivo adjetivo de “fascista”, apelo al más genérico de “totalitarismo”.

La historia de la humanidad es una historia en forma de tablero de ajedrez. Es bonito creer en un mundo armónico. Es bonito, no real. El mundo es nada más que eso: un tablero de ajedrez en que cada movimiento arrastra consigo miles, millones de muertos. Y siempre, cuando en dicho tablero, el jugador-totalitario se ve acorralado por su propia chapucera jugada, ataca a todas las piezas que exitosamente le rodean triunfantes.

Siempre, en cualquier forma políticamente totalitaria, el elenco de enemigos se amplía debido al declive interno: disensiones, pérdida de guerra con elementos exógenos, etcétera.

¿Quieren ejemplos?: el nacional-socialismo germano asesinó más y más rápidamente de manera totalmente industrializada a judíos, comunistas, gitanos, homosexuales, incluso a supuestos aliados italianos.

ETA no se libra: a mediados los noventa se comienza a asesinar a políticos electos (cosa que antaño criticara a los polimilis), a periodistas, funcionarios de prisiones, empresarios, etcétera, justo tras la caída de la cúpula al completo en el 92.

Cualquier proyecto totalitario amplía su lista de enemigos con la ciega intención de conseguir cerrar filas.

Así, hoy, ayer, el régimen estaliniano de Corea del Norte: no nos importó la hambruna que en los noventa acabara con más de dos millones de personas, las huidas desesperadas por la frontera china de tantos norcoreanos que tan ominosamente son devueltos por esa otra dictadura amiga, los campos de “reeducación”…

En Cuba, nos contaba ayer la valiente cubana antitotalitaria Yoani Sánchez en su fantástico y heroico blog que su papá, miembro del Partido Comunista de Cuba, fue de los pocos que vio la realidad en forma de película. Exclusiva joya para el núcleo dirigente más reducido y secreto. La masa que pase hambre. Si en Corea del Norte el enano con tupé Kim-Jong-il está fatal de salud y la carrera por la sucesión está minando el régimen, lo mismo en Cuba: los últimos descabezamientos así lo indican.

Pero en la península coreana, el humano nos recordó, de nuevo, al resto de congéneres que una explosión de 20 kilotones bajo tierra provoca terremotos de casi 5 grados en la escala Richter. Que los misiles se lanzan al mar no para que exploten en el aire cayendo comida para peces o confetis a modo lúdico-festivo.

Es la condición humana que bien supiera Freud, hay que domar. Las pulsiones de muerte (Tánatos) están ahí: sólo podemos refrenar dichas pulsiones.

Cuando dichos comportamientos son blindados en forma de “ideología” militarizando a otros tontos útiles, se debería hacer lo mismo.

El totalitarismo triunfó a inicios del pasado siglo: fracasó aniquilando a todo bicho viviente a mediados y finales de la misma centuria.

Los restos tienen, tendrán, el mismo fin.

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