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Y con la luz llegó el rock and roll

viernes, 23 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección y guión: John Sayles Intérpretes: Danny Glover, Lisa Gay Hamilton, Yaya DaCosta, Charles S. Dutton, Mary Steenburgen, Vondie Curtis Hall y Gary Clark Jr. Nacionalidad: EEUU. 2008 Duración: 123 minutos.

Ante un cineasta como John Sayles suele anteponerse el respeto. Respeto porque su trayectoria de realizador indómito y singular no admite comparación con ningún otro. Respeto porque su cine casi siempre se compromete con esas buenas causas que a todos interesan, pero que rara vez se convierten en éxito de público. Y respeto, finalmente, porque Sayles huye de su propio cine hasta el punto de alimentar el espejismo de que nada hay tan diferente a un filme de John Sayles como otro filme de él mismo.

Pero no es cierto. Más allá de la epidermis argumental de sus películas, todas ellas retratan y exaltan la figura de personajes íntegros. Sus protagonistas son nadadores a contracorriente, testigos parcos en palabras del cambio de los tiempos.

En Honeydripper , Sayles, que no quiere ser Sayles, se fija en el terreno abandonado por Robert Altman, otro cineasta inclasificable y así mismo digno de respeto. Honeydripper transcurre en la antesala de la batalla racial que en EEUU, se iba a librar en los años 60. Han pasado tantas cosas en tan pocos años que se olvida que hace cuatro décadas, los negros americanos vivían prácticamente en guetos. En una reserva negra transcurre Honeydripper . En un poblado sin trazado urbano ni espacios de referencia. Un microcosmos estilizado a la manera de un extraño cuento de hadas.

De Altman toma Sayles dos fundamentos. El reparto coral y la música. Con lo primero, Honeydripper verbaliza un discurso sobre el perdón y la violencia, sobre la necesidad de olvidar y la idoneidad de no olvidarlo todo. Sus personajes resultan planos, simples, directos. Sayles obviamente no es Altman. Sayles sólo es un vaquero al que le van los retratos sin maquillaje ni recovecos.

Por eso lo mejor de un filme irregular que tarda mucho en coger el vuelo descansa en la música, aquí mostrada como alegoría del cambio. Y por eso, el tiempo que preside Honeydripper es justo ese preciso momento en el que la guitarra se electrificó convirtiendo el lamento del blues en el grito del rock and roll. Ese día comenzó a vislumbrarse la posibilidad real de que blancos y negros bailasen juntos; ese dulce día comenzaron su carrera hacia Washington todos los Obamas de EEUU.

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La nueva biblia para niños

viernes, 16 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección: Andy Wachowski y Larry Wachowski. Intérpretes: Emile Hirsch, Christina Ricci, Matthew Fox, Susan Sarandon, John Goodman y Kick Gurry. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 129 minutos.

Corría el año 1996 cuando los hermanos Wachowski, Andy y Larry, se cayeron, como San Pablo, del caballo. Hasta entonces su carrera había sido breve. Su iluminación se debió a un inquietante filme de dibujos animados japoneses: Ghost in the shell, de Mamoru Oshii. Llenos de un entusiasmo febril, convencieron al productor Joel Silver de que su siguiente película sería como aquella cinta nipona, sólo que en lugar de ser dibujada iba a ser plasmada con actores. Así nacióThe Matrix y con The Matrix la vida de los Wachowski cambió para siempre.

Habían sido carpinteros antes que cineastas y acababan de estrenar su primer largometraje como directores: Lazos ardientes . Era un thriller negro con ecos lésbicos y estilo joven. Por joven se entiende ese aire generacional que se respira en gentes que van desde los Coen a Tarantino. Un barniz elaborado con sobredosis de video-clubs y cultivado por la lectura de miles de tebeos y mucho resabio.

The Matrix es uno de esos filmes de culto que es mucho más que un filme. Tanto es que, durante años, estos hermanos nacidos en Chicago y con sangre polaca en sus venas, se han ocultado del mundo. Sobrevivir a un filme como The Matrix , cuyos planos han sido deconstruidos por filósofos y psiquiatras no debe ser sencillo. Tampoco fue fácil aguantar el bombardeo crítico que llovió sobre la segunda y tercera parte de The Matrix , especialmente porque esa trilogía, en realidad un díptico, se ha convertido en una especie de ciber-evangelio. No en vano fue del evangelio de donde los Wachowski extrajeron buena parte de su texto. Por cierto, Ghost in the shell , uno de sus principales nutrientes, también sabe mucho de los textos bíblicos.

Este preámbulo obedece a una única razón, ilustrar sobre el mecanismo último que alienta Speed Racer . Si para The Matrix , los Wachowski se apoyaron en un anime que se acaba de estrenar, para Speed Racer buscaron una serie de animación japonesa que debió acompañarles cuando eran niños. No me alargaré en explicar los pormenores del manga original de Tatsuo Yoshida, Mach Go Go Go , (Meteoro en castellano). La serie se estrenó justo en los años en los que fueron alumbrados los dos hermanos y de la misma, permanecen los personajes. Lo demás… lo demás nos devuelve a lo mejor y lo peor de los hermanos Wachowski.

Por eso Speed Racer se beneficia de un acabado estético pleno de color y repleto de deseos de ruptura. A su manera, conserva el mismo talante trasgresor que Matrix tenía en el momento en el que fue rodada. Ahora bien, es de suponer que por imposición de su productor, estamos ante un producto destinado fundamentalmente al público infantil. O peor aún, al público familiar, lastre que necesariamente lleva a desactivar cualquier atisbo de trasgresión.

A los Wachowski les pasa aquí lo que al Tim Burton de Charlie y la casa de chocolate . Que a partir de una espléndida idea, conforman poderosas imágenes e incluso alumbran secuencias inolvidables… pero esa deuda familiar maniata sus mejores logros. Speed Racer habla del bien y del mal; de la corrupción imperante en el mundo, del vacío fraterno dejado por un hermano mayor y de la necesidad de luchar por los buenos . Crece sobre dos soportes: la repetición insistente de una carrera al estilo de Ben Hur y la emotividad del triunfo agónico a lo Karate Kid . Como buenos enciclopedistas, la película de los Wachowski es generosa en guiños y referencias pero no evita la sospecha de percibir que estamos viendo una especie de biblia, perdón de The Matrix , hecha para niños.

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Miserias laborales

viernes, 16 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección: Max Lemcke. Intérpretes: Juan Diego, Javier Ríos, Luis Tosar, Estíbaliz Gabilondo, Arturo Valls, Alberto San Juan, Malena Alterio y Álex Angulo. Nacionalidad: España. 2007. Duración: 95 minutos.

La última sensación que transmite la pantalla mientras se proyecta Casual Day huele a fracaso y duele a pena. Se trata de un amanecer atravesado por una humedad ácida regada por mucho alcohol sin duda, pero sobre todo, por una insoportable frustración. En ella, por más que el espectador dé vueltas a los personajes no encontrará en ninguno un asidero sólido, alguien a quien salvar. Todo lo más hallará gentes más o menos antipáticas en un retrato social de miserables que se hunden en el fango de una culpabilidad incierta. Una corbata cabeza abajo es, además del símbolo obvio de su contenido, la imagen con la que Max Lemcke debuta en la dirección de largometrajes.

Tenía un largo anterior que responde al nombre de Mundo fantástico, pero se quedó sin estreno comercial. Ahora, tras ver Casual Day parece razonable pedir una oportunidad para aquel primer trabajo porque Casual Day es un aval poderoso. Las razones son varias. Primero porque este cineasta consigue una rotunda interpretación de un reparto excesivamente heterogéneo y dispar. Tanto que, a priori, nadie hubiera pagado por el resultado de mezclar actores cuyos estilos son incluso antagónicos. La segunda porque con un par de escenarios y a golpe de secuencias resueltas en un festival de paso a dos, Casual Day posee sentido del ritmo, construye personajes que en algún caso logran conformarse más allá del arquetipo y forja un demoledor retrato que rezuma verosimilitud en sus interpretaciones.

Muestra cómo un grupo de empleados, por iniciativa de la empresa, se dispone a compartir una jornada de convivencia. Ése es el pretexto. Lo que al filme le interesa es retratar la tipología del hombre actual. De las diferentes voces que se convocan las que más se escuchan responden a aquellas que sostienen una relación más allá de lo meramente profesional y que, por transportar (des)afectos, resultan más patéticas en sus renuncias y en sus pírricos logros. Es cine que podría recrearse en un teatro sin problema alguno; cine pobre en medios cuya escritura funcional está siempre al servicio de lo que los diálogos reclaman. Pero cumple su objetivo: repintar un amanecer gris de esperanzas cortas, miserias largas y vacíos absolutos.

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Las voraces garras del tío Sam

viernes, 16 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección: Kimberly Peirce. Intérpretes: Ryan Phillippe, Abbie Cornish, Channing Tatum, Joseph Gordon-Levitt, Ciarán Hinds y Timothy Olyphant. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 113 minutos

Algunas voces insisten en negar al cine la oportunidad de retratar la guerra de Irak. Es necesario, insisten, que los conflictos bélicos hayan acabado para que, cuando las brasas se apaguen, se pueda recrear con objetividad lo que éstas han sido. Al mismo tiempo, el resultado en taquilla de esos filmes que se han atrevido a hablar de la intervención norteamericana en Irak han encendido la luz de alarma: el público estadounidense no responde a su llamada. A la vista de lo sucedido con las últimas entregas de Brian de Palma, Paul Higgis y otros muchos, se diría que el público de EEUU no quiere ver el horror que siembran en la capital de Las mil y una noches . ¿Es esto cierto?

Frente a esas impresiones y estos malos negocios, no creo que ninguno de sus autores pretendieran forrarse con ellos, existen otras voces que creen firmemente que precisamente es ahora cuando tiene sentido llevar al cine lo que acontece en el corazón de Irak. Ausente participa de esa opinión. Y con Ausente regresa como directora la Kimberly Peirce, que hace casi diez años deslumbró con un filme extraño y tenso sobre la empecinada voluntad de llevar el paso cambiado en una cuestión de género: Boys don’t cry .

Ausente habla del retorno de los soldados que combaten en Irak. Y Peirce desarrolla su proclama desde la experiencia aportada por su propio hermano quien supo qué significa luchar en Bagdad. Ha sido comparada con Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler. Pero también algo hay en ella del Capitán Conan, de Tavernier. ¿Cómo se integra en la paz a aquellos hombres que fueron convertidos en máquinas de matar?

La razón de ser de Ausente (Stop-loss) está implícita en su título. Peirce denuncia la política del presidente Bush que, en lugar de licenciar a los soldados que han cumplido su compromiso, les obliga a reengancharse bajo el epígrafe de stop-loss . El filme consigue su objetivo: mostrar la barbarie de la guerra y el abuso de poder, pero hace germinar una profunda frustración. La de percibir que ni siquiera denuncias como ésta detienen esa maquinaria estadounidense incapaz de mostrar piedad y justicia con sus propios soldados. Si así trata a sus héroes, ¿qué hará con sus enemigos?

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Historia de una metamorfosis

viernes, 9 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección: Jon Favreau. Intérpretes: Robert Downey Jr. , Terrence Howard, Jeff Bridges, Shaun Toub, Gwyneth Paltrow, Faran Tahir y Jon Favreau. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 127 minutos.

No hace falta ser psicótico para percibir que todo nos habla. Al contrario. Precisamente ése es el verdadero problema de los psicóticos, que no oyen otras voces más que las que ellos mismos se provocan. William R. Maples, en un inteligente ensayo, nos enseñó que los muertos hablan sin parar. En los restos de lo que fueron resuena la causa de su muerte. A veces, sus huesos manchados de barro gritan el nombre de su asesino y casi siempre muestran lo que fueron, lo que sufrieron e incluso lo que soñaron. Ése es el trabajo del buen forense, saber escuchar aquello que la mayoría de los mortales no aprecia. Esta digresión viene a reforzar la idea de que cuando un actor es escogido para un papel, en su piel lleva inscrito los personajes que fue, lo que es en la realidad y lo que proyecta su imagen pública.

El anuncio de que Iron man iba a ser protagonizado por Robert Dow-ney Jr. más que una buena noticia, era una declaración de intenciones. Que para asumir el papel de Iron man , el héroe cuyos poderes emanan simplemente de su inteligencia, se escogiera al hombre que se ha paseado por el lugar del crimen de Zodiac , el que algo sabe de las Memorias de Queens , el que desveló luces insospechadas del extraño mundo de Arbus en Retrato de una obsesión , el rostro agrietado de El detective cantante y por supuesto, el hombre que hizo de Chaplin cuando Chaplin era sólo leyenda, no iba a meterse en el hierro y la carne de Iron man a cambio de nada.

De ese ejército de papel creado por la editorial Marvel desde los años 60 y que ahora desembarca en ayuda del cine comercial gracias a la tecnología digital, le cabe aIron man el honor de ser el personaje más real, más verosímil, más vulnerable y quizá, quien sabe, si el más adulto. Su poder no proviene de radiaciones inexplicables, ni de poderes divinos, ni de procedencias alienígenas. Su historia es la de una metamorfosis que lleva implícita la toma de conciencia. Su fuerza descansa en el remedio a su vulnerabilidad, un corazón herido de muerte sostenido artificialmente con ayuda de la tecnología. Un corazón de diseño cuyas válvulas le dan la capacidad de mover una estructura metálica convertida en el arsenal de la utopía: Iron man es infantería y artillería, es un tanque que vuela pero, también, es el hombre que ha encontrado un sentido a su vida. Sin duda, Stan Lee enunció con ese millonario fabricante de armas y gigoló arrogante el fundamento de la tecnología cyborg o, si se prefiere, en su armadura esculpió la prehistoria de la cibercultura.

Por supuesto que el personaje está delineado con cierto simplismo, nadie pretende hacer de Iron man un ensayo sobre la condición humana. El primer mandamiento de la Marvel fue, y sigue siendo, el de disfrutar del género de aventuras con vocación pop e intenciones contestatarias. Se trata, quizá, del último intento de recuperar la fe en el héroe; fe perdida tras el horror de Auschwitz. Por eso mismo, por su actitud de adolescente entusiasta, hay en aquí más material fundacional y simbólico que el que sujeta muchas películas de las llamadas de autor.

Para ello, Jon Fraveau, un buen degustador de tebeos, parte de un guión de estructura pulida, encajada e industrial. El autor no se impone al producto y el producto roza aquí la excelencia. Si el gesto ambiguo y oscuro de Robert Downey Jr. funciona, su idilio con el personaje de Gwyneth Paltrow, descrito con una sensualidad nada adolescente, habla en todos los idiomas. Ésa es la cuestión. Iron man dice poco a quienes poco escuchan y bastante a quienes buceen más allá de las apariencias.

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Comedia crepuscular

viernes, 9 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección y guión: George Gallo. Intérpretes: Antonio Banderas, Meg Ryan, Colin Hanks, Selma Blair, Keith David, Eli Danker y Tom Adams. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 100 minutos.

Con cierta fortuna se impuso desde hace unos años, unido generalmente al western , el apellido crepuscular. Con ello se da a entender que se trata de filmes ambientados en esa zona abismal que transcurre entre la decadencia y el heroísmo postrero; dicho de otro modo, trenzan el cinismo con la ingenuidad en una mezcla imposible que, cuando funciona, da lugar a películas inolvidables. Son obras capaces de filmar el sol del crepúsculo como si fuera un nuevo amanecer. Clint Eastwood, por ejemplo, ha convertido ese regate de filigrana en obra maestra.

En pleno siglo XXI, Mi novio es un ladrón da una inaceptable vuelta de tuerca con una comedia que más que crepuscular se reclama agónica. El filme viene adornado por la discutible gracia de un cineasta que todavía no ha aprendido que, incluso el mejor chiste del mundo, puede resultar anodino si no se relata con ritmo, suspense y convicción. Claro que responsabilizar a George Gallo de lo que este filme es, sería la primera cuestión a debatir. ¿Cree alguien, tras aguantar los cien minutos que dura esta propuesta, que Gallo ha dirigido algo? Si el espectador sobrevive a la experiencia y tiene paciencia de leer con detenimiento cuál es su naturaleza, comprenderá que responde a un único nombre: exaltar el ¿carisma? de Meg Ryan.

Aquella Meg que fingía orgasmos con gracia bajo el nombre de Sally y que enamoraba a Tom Hanks, tras protagonizar algunos películas que ya nadie recuerda, regresa del túnel del olvido con la piel ter(n)sa y el cerebro seco. Su actuación en este filme, una madre en celo enamorada de un Banderas de cartón piedra que se autoparodia como latin lover , hace que a su lado Ana Obregón parezca una mujer sensata. Gallo parte de un material que suele alumbrar películas amables y secuencias divertidas. Un atractivo ladrón de obras de arte enamora a la madre del agente del FBI encargado de detenerle. Era un buen pretexto para montar un filme entretenido. Pero Gallo nada sabe de sutilezas. Demasiado ocupado en reforzar el «descomunal» atractivo físico de Meg Ryan, nada cuenta. Sólo muestra la certidumbre de que la mirada de Ryan es lo único -incluido el cerebro- que no ha rasgado el bisturí voraz de la cirugía estética.

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Jazmines en el ojal

viernes, 9 de mayo de 2008 Sin comentarios

Dirección: Aitzol Aramaio. Intérpretes: Héctor Alterio, Daniel Brühl, Julieta Serrano, Bárbara Goenaga, Marian Aguilera, Ramón Barea, Gorka Otxoa y Mikel Albisu. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 96 minutos.

Durante la proyección de Un poco de chocolate , título que desorienta sobre el contenido de esta singular película, se percibe un aroma de otro tiempo. Un poco de chocolate es lo que reclama uno de sus protagonistas, un anciano cuya cabeza se desmorona casi al mismo tiempo que se le escapa la vida. En ese chocolate se convoca el sabor de lo que se fue, los ecos de los que se fueron y, en definitiva, la magdalena de Proust, razón última de esta película de cronología imposible ubicada en el calendario detenido del bosque de la (des)memoria.

Un poco de chocolate comienza y finaliza de manera idéntica. Con su protagonista, Héctor Alterio postrado en la cama en medio de una atmósfera fantástica en la que cae un manto de nieve hasta (con)fundir los pliegues de las mantas con la silueta de unas montañas. En esas montañas ideales sitúa el personaje de Lucas las presencias de los que se fueron llevándose con él sus mejores días: amor, amistad, ideales, vida… Entre medio hay una historia imposible, de esas que María Dolores Pradera cantaba hace medio siglo diciendo que ya no se estilan. Una historia adaptada de la novela de Unai Elorriaga, Un tranvía en SP . Sólo por su indómita excentricidad, ya llama la atención esta película del debutante Aitzol Aramaio.

Como constructo fílmico, Un poco de chocolate es bastante frágil y algo caprichosa. Hay situaciones que los obsesivos de la lógica efecto-causa considerarán inaceptables. Lo real y lo imaginario, el pasado y el presente, el delirio y lo cotidiano se encadenan en un rosario de situaciones poéticas y titubeos prosaicos. El filme construye el último viaje de un veterano superviviente de la guerra civil. Un viejo anarquista que vive con su hermana también vieja, y cuya existencia se ve trastocada con la inexplicada presencia de un joven prófugo de su casa a causa de la incomunicación.

Los actores aguantan el tipo y Aramaio avanza con dudas entre ceder al pulso lírico que le reclama el texto o claudicar al costumbrismo de sus estampas. El efecto final se llena de extrañamiento y melancolía, algo que rara vez practica el cine actual y que nos recuerda que hay otros cines más allá de los que premia el Goya.

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El cuento de la lechera con acento uruguayo

viernes, 25 de abril de 2008 Sin comentarios

Dirección: Enrique Fernández y César Charlone. Intérpretes: César Troncoso, Virginia Méndez, Virginia Ruiz, Mario Silva, Henry de León, José Arce, Nelson Lence. Nacionalidad: Uruguay. 2007. Duración: 97 minutos.

Lo que se parece, por cuanto tiene de semejante, también se distancia, por cuanto no tiene de idéntico. Ese vaivén comparativo permite extraer un ilustrador juego intertextual en el que, finalmente, acaban revalorizándose, cuando son buenos, los dos filmes contrapuestos. Viene esto a cuento de que el fundamento argumental de El baño del Papa y Bienvenido Mr. Marshall parte del mismo supuesto. De manera que, con frecuencia, para preludiar qué nos aguarda en en interior de El baño del Papa , se nos remite al filme de Berlanga. En principio es cierto. El cuento que acuna lo que El baño del Papa es, parte de la conmoción, la sacudida más bien, que en la vida cotidiana de un pueblo convoca la visita anunciada de alguien muy poderoso a cuyo paso los pobres del lugar esperan encontrar lo que no tienen: dinero.

Del filme protagonizado por Pepe Isbert y de sus explicaciones imposibles ante la polvareda y nada más que polvareda provocada por el paso del cortejo americano, permanece el recuerdo de lo que fue este país y la melancolía de percibir que personajes como aquéllos ya nunca más encontraremos en la España del bienestar. Pero lo que en la Europa de hoy ya no se da de manera general, en Latinoamérica y en África abunda en grado máximo.

Ése es el caso del territorio en el que dos cineastas uruguayos -es curioso el anterior gran éxito del cine uruguayo, Whisky también estaba dirigido por dos cineastas: Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll- sitúan su filme. Parten de un dato estadístico y de un conocimiento real, allí están sus raíces: en Melo, en un extremo y perdido territorio de Uruguay a la sombra de Brasil y dominado por militares y especuladores de todo tipo. Allí los habitantes sobreviven con gran esfuerzo. Salvan su miseria a golpe de riñones pedaleando de un lado a otro de la frontera para poder beneficiarse con las migajas de su contrabando.

En Melo, al final del siglo XX, se anunció la visita de Juan Pablo II y el pueblo entendió que con él llegaba la oportunidad de mejorar su situación. Esperaban miles de peregrinos detrás del Papa y, con su visita, la oportunidad de ganar algo de dinero.

Al final del filme se nos dan las cifras. Las decenas de puestos de venta ambulante improvisados por los habitantes de la zona y el número real de visitantes que hasta allí acudieron para contemplar in situ el discurso papal fueron un fiasco. A diferencia del filme de Berlanga, Charlone y Fernández escriben aquí una fábula más oscura donde el humor se ahoga por la deuda con el realismo. El cáncer que corroe la existencia de los protagonistas de El baño del Papa dibuja un paisaje mucho más angustioso que el que se veía en Villar del Río. En El baño del Papa, el abuso del poder se hace visible, hay menos censura y más necesidad; más libertad pero menos igualdad. Charlone y Fernández, en cuya excelente factura se rastrea su experiencia al lado del Mireilles de Ciudad de Dios y El jardinero fiel , esbozan un relato menos coral para centrarse en los esfuerzos de Beto, un padre de familia cuya hija adolescente cuestiona su autoridad y su valor en un duelo generacional que marca la profunda quiebra que separa el Uruguay rural y primario de quienes desean huir de él. De alcance más limitado y de calado menos brillante, El baño del Papa, sin embargo, se defiende bien gracias a sus actores profesionales y espontáneos y gracias a su ritmo hecho de una road movie existencial que se filma en movimientos continuos. Movimientos que van hacia el interior del espectador para ofertarle un contagioso filme capaz de ahondar en la sencillez de los sencillos que reclaman un derecho fundamental: el trabajo.

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Desarraigo y desmemoria

viernes, 25 de abril de 2008 Sin comentarios

Dirección: Wayne Wang. Guión: Yiyun Li; basado en su propia novela. Intérpretes: Faye Yu, Henry O, Pasha Lychnikoff y Vida Ghahremani. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 83 minutos.

Ganadora indiscutible de la última edición del festival de San Sebastián, Mil años de oración es una película de difícil encaje, de excéntrica composición. Ni siquiera fue concebida como una película comercial. De hecho, su duración fue retocada en sus últimos momentos para poder ser distribuida como un largometraje al uso. Claro que tampoco Wayne Wang parece un director convencional. De origen oriental, tomó su nombre del actor más apreciado por John Ford, en un gesto de precoz interculturalidad. ¿Será eso lo que quieren decir cuando hablan de transnacionalidad? La hora dulce de Wang llegó cuando al lado de Paul Auster conformó un producto de dos títulos, Smoke y Blue in the face . Y, como se sabe, fue el propio Auster, presidente del jurado del festival de San Sebastián, quien, tras años de un feroz desencuentro entre ambos, volvió a ratificar la valía de este atípico director. Entre tanto, nadie se explica por qué Wang hizo tan mal cine.

Mil años de oración es su forma de redimirse; su largo camino hacia el perdón. Aquí aparece un cineasta sensible al gesto, inteligente con el silencio, respetuoso con el detalle y sensible ante los sentimientos. Mil años de oración entona un bello y quejumbroso cántico sobre el desarraigo y la desmemoria. El primero se centra en el extrañamiento espacial. El segundo lo ocupa la pérdida de lo vivido a través del tiempo.

En Mil años de oración , donde un padre chino acude a visitar a su hija tras la muerte de la madre, Wang urde un escenario donde el espacio resulta ajeno y los recuerdos están perdidos. La hija reniega del origen y vive en una especie de zona cero sentimental que aguarda lo imposible mientras mata el tiempo mirando sin ver películas en el cine. El padre se aferra al pasado e insiste en hollar y marcar el terreno con los retazos de lo que fue. Entre ambos hay cicatrices sin curar, reproches sin resolver y silencios que desgarran clavados en el debe del malentendido.

En poco más de 80 minutos Wang da más cine del que nunca antes había dado. Le es suficiente con un actor veterano que parece un John Wayne octogenario y chino y un bello texto argumental. Eso es todo y es mucho en tiempos de poco.

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El insoportable miedo al otro

viernes, 25 de abril de 2008 Sin comentarios

Dirección: Isabel Coixet. Guión: Nicholas Meyer, basado en ‘El animal moribundo’, de Philip Roth. Intérpretes: Penélope Cruz, Ben Kingsley, Dennis Hopper, Patricia Clarkson. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 108 minutos.

A los pocos minutos de Elegy se confirma su vocación de híbrido. Cuando sus dos principales personajes se seducen en la pantalla, su naturaleza se impone ante el espectador y ésta habla de un cruce de textos o, si se prefiere, de un pulso de miradas, de un forcejeo entre lo masculino y lo femenino a la luz del deseo sexual y/o a la penumbra de la necesidad de los afectos. Y eso es lo que ocupa esta película de bandera norteamericana dirigida por la cineasta catalana obsesionada siempre por el desamor, por la enfermedad y por el vacío que trae la muerte al (des)equilibrio de los amantes. Lo que en esta película se representa es el dilema entre el placer sexual y el complacer sentimental. Un proceso dialéctico que ancla esta melancólica crónica sostenida sobre la esquinada química entre Ben Kingsley y Penélope Cruz.

Con roces biográficos, Philip Roth describía en su novela la visión masculina, su visión, de una mujer joven, bella e inteligente a la que un hombre tres décadas mayor que ella no acierta a corresponder desde la exigencia del compromiso social y el tiempo. Roth levantaba un monumento a Consuela para retratar-conjurar sus propios miedos.

Isabel Coixet, contratada para hacer este filme, apunta en algún modo el camino contrario. Ella levanta un altar al amante perfecto, inteligente y refinado para referenciar la independencia de la mujer del siglo XXI. Es, pues, la historia de una mujer contada por un hombre que a su vez ha sido dirigida por una mujer para recrear el universo de un hombre que descubre que no es sino una luz fugaz con fecha de caducidad. Basta con evocar cómo Coixet filma las manos de Kingsley o cómo evita la explicitud sexual de la novela de Roth para apreciar que hay mucho de Coixet en este filme crepuscular sobre el miedo a morir y sobre el pánico a desmerecer de lo que el otro-la otra (nos) reclama para poder estar a su lado. Coixet filma con inteligencia las altas prestaciones que sus actores le brindan. Con ellos, su incursión crece y su celuloide se llena de poderío. Todo va bien hasta el desencuentro. Tras él, ni la enfermedad ni la muerte consiguen reavivar el misterio. De modo que, huérfana de tensión narrativa, finaliza Elegy dando paso a la contemplación al aparcar el deseo.

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