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Archivo para abril, 2007

El sentido de la vida

viernes, 27 de abril de 2007 1 comentario

Dirección y guión: Darren Aronofsky Intérpretes: Hugh Jackman, Rachel Weisz, Ellen Burstyn, Mark Margolis, Sean Patrick Thomas Nacionalidad: EEUU. 2006 Duración: 97 minutos

Hace unos años, los Monty Python daban rienda suelta a una de sus más aplaudidas creaciones bajo el título de El sentido de la vida. La conclusión era que sólo desde la risa parece legítimo asomarse a ese precipicio en el que se despeñan las angustias más trascendentales. Ciertamente, cuestionarse el sentido de la vida en las frágiles estructuras de una película narrativa dependiente del circuito comercial parece una empresa errática.

Por eso, cuando hace ocho meses, Aronofsky mostró en Venecia esta película, en la que ha invertido cinco años de obsesivo trabajo, el vocerío de quienes se mofaban del extremo romanticismo de The Fountain tapó la emoción de quienes entendían que, pese a sus grietas insalvables, este filme es, por muchos motivos, ejemplar.

Fue poco después, cuando Hugh Jackman contó una pequeña anécdota acontecida el día del estreno mundial de este filme. En la sala de butacas, al final de la proyección, dos espectadores la emprendieron a puñetazos como expresión impotente de su incapacidad para defender con palabras lo que les había transmitido The Fountain. Era un aviso de que la tercera película de Aronofsky, como ocurrió con Terciopelo azul de David Lynch en su día, pertenece a la galería de obras malditas. Y es maldita porque algo en su interior ansía rozar el éxtasis, esa quimera del ansia artística, peligrosa aventura de la que nunca se sale indemne.

Por eso mismo a nadie extrañó que el infortunio acompañase a The Fountain desde la misma línea de salida. Ideada como un filme de gran presupuesto y altas estrellas, sus dos principales protagonistas, Cate Blanchett y Brad Pitt, abandonaron la nave dejando a Aronofsky casi sin financiación y al borde de la quiebra. Pitt prefirió la aventura de Troya y Blanchett se convirtió en madre. Paradójicamente luego ambos coincidirían en Babel trocando su historia de amor total de The Fountain por el rol de una pareja en crisis en la laureada película de González Iñárritu.

Aronofsky, el obsesivo autor de Pi y de Réquiem por un sueño, lejos de abandonar la empresa, hizo como los personajes de Werner Herzog. Rebajó sus pretensiones económicas, fortificó sus ambiciones artísticas y elevó su compromiso con la película hasta atreverse a rasgar ese último velo que separa al autor de su obra. De hecho, además de otras apreciaciones, es evidente que su cámara de enamorado retrata con devoción a Rachel Weisz, su esposa y excelente actriz, dando lugar a una de las secuencias de fresca sensualidad mejor filmadas por el cine contemporáneo. Parece fuera de discusión que Aronofsky y el personaje de Jackman se funden y se confunden, por eso The fountain no es una película sino una declaración de amor e intenciones. Si en Pi, Aronofsky penetraba en la mente paranoica de un matemático enfebrecido hasta la locura por su obsesiva elucubración para descifrar el secreto último de la cifra; en The fountain idea una estructura articulada en tres tiempos, en cuyos escenarios se asiste al mismo proceso de desesperada búsqueda. Aquí se ansía el origen, ese árbol de la vida perdido por el hombre cuando fue desterrado del paraíso. Aquí lo que Aronofsky plantea, de manera difícil de describir pero fácil de percibir, es el desesperado intento de Adán para evitar la muerte de Eva. Y lo hace con un monumental tríptico que traspasa tiempos y escenarios sembrando cada palabra, cada imagen, de intenciones y subrayados. Y es que The fountain es un filme extremo, alucinado, radical e incluso ridículo, pero sincero e inteligente.

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El último atardecer

viernes, 27 de abril de 2007 Sin comentarios

Dirección: Danny Boyle Guión: Alex Garland Intérpretes: Rose Byrne, Cliff Curtis, Chris Evans, Troy Garity, Cillian Murphy, Hiroyuki Sanada y Benedict Wong Nacionalidad: Gran Bretaña. 2007 Duración: 107 minutos

El punto débil de Sunshine se halla allí donde germina la razón de su existencia. La cuestión que se suscita tras presenciar la odisea de ocho hombres enviados hacia el sol para tratar de evitar que se extinga a fuerza de aplicarle un tratamiento de shock obedece a una constatación. Al igual que Orson Welles cuando llegó a Euskadi creyendo encontrarse en la Arcadia, el espectador que presencia Sunshine tendrá más fácil explicar este filme por lo que no es que por lo que es. Welles no pudo acotar qué era el pueblo vasco, pero sí supo decir qué no era. Si aplicamos este procedimiento a Sunshine sabremos decir que el último filme de Danny Boyle no es Armaggedon, por más que hable de la proximidad del apocalipsis, ni tampoco es 2001 pese a que el ordenador Icaro 2 recuerde demasiado a HAL.

Es decir, no es aventura épico-espacial ni obra total con pretensiones metafísicas, aunque en su desenlace crezca una tensión psicótica y en su final parezca surgir el símbolo del misterio de la existencia. No es nada de lo que se había hecho y es un poco de todas las cosas.

Boyle fue descubierto en el festival de San Sebastián, cuando su primer filme, Tumba abierta (1994), causó una grata impresión. Era cine fresco, independiente y gamberro en el que resultaba difícil ver al autor de Trainspotting, 28 días después y Millones. Que Boyle no es un director convencional lo demuestra Sunshine. Hay películas que, vistas desde la distancia, se sabe cómo podrían haber sido mejores. Con el cine de Boyle y con Sunshine en particular ese proceder no funciona. Y no funciona porque Boyle hace del exceso virtud y de la virtud su deficiencia. Por eso Sunshine no logra ser esa gran película que lleva dentro. Este filme terrorífico a veces e inquietante casi siempre es capaz de mostrarse adulto y ambicioso en tiempos de cine banal. En él asistimos a la lucha entre religión y ciencia, entre muerte y vida. En él la agonía del último hombre se contrapone al sacrificio del primer héroe de la nueva era. Y Boyle, que como buen posmoderno sabe de Tarkovski y de Spielberg, opta por la vía intermedia. Es un puente tal vez imposible de construir, pero es un intento apreciable en su derrota.

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Es sólo pop… pero funciona

viernes, 27 de abril de 2007 Sin comentarios

Dirección y guión: Marc Lawrence Intérpretes: Hugh Grant, Drew Barrymore, Brad Garrett, Kristen Johnston, Campbell Scott y Haley Bennett Nacionalidad: EEUU. 2007 Duración: 105 minutos

Resulta sencillo arremeter contra el pop y sus estrellas; ¡son tan vulnerables! Y no digamos nada si esa operación de derribo se hace con la mirada puesta desde el presente en un pasado cercano, por ejemplo los años 80. Demasiado cerca en el tiempo como para la reivindicación y la nostalgia y demasiado lejos como para perdurar. Perfecto material para la burla y, sin embargo, Tu la letra, yo la música rezuma una definida y convencida exaltación de las virtudes de la música pop. Su principal protagonista es una gloria en declive quien, tras triunfar en los 80, arrastra en el nuevo siglo su vieja aureola actuando delante de veteranas fans que, pese a ser madres y esposas, por unos minutos creen recuperar en su presencia la adolescente que alguna vez fueron. Sus modelos de partida son muchos, desde Frankie goes to Hollywood a Tears for Fears. Pero si el espectador cree que se va a enfrentar a una nadería insustancial, se equivoca. Como en el pop, tras las pegadizas melodías, hay altas dosis de crítica, cierto glamour y una actitud lúdica. No es sencillo convocar en unas armonías sencillas y unas rimas asequibles algo capaz de entusiasmar a miles de personas, conformar sus gustos e incluso dibujar primero sus esperanzas y después sus nostalgias. El buen pop lo hace y el buen pop se ha convertido en el refugio de la lírica contemporánea. Marc Lawrence, guionista y director de este filme es popero y se le nota. Por eso mismo, creer que este filme es una amable caricatura lleva a malinterpretar la esencia del pop. En esta película se habla del paso del tiempo, de la envidia, de la futilidad del éxito y la fama… Lo hace con ritmillo quedón y un Hugh Grant que canta como si lo hubiera hecho toda la vida. Drew Barrymore le da réplica amorosa y Haley Bennett compone una nada piadosa imagen de las estrellas contemporáneas. No se evita la nostalgia por el pop ochentero y, sin grandes pretensiones, pasa el filme como el mejor pop. Uno teme enfrentarse con un horror y acaba tarareando su banda sonora. No alimentará ensayos profundos ni abre ningún camino nuevo. Es sólo el Hugh Grant de siempre y un puñado de canciones pegadizas; pero funciona.

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