EL NIÑO DEL PIJAMA DE RAYAS 1

Hay en pantalla una película- antes novela- que ha causado impacto: “El niño del pijama de rayas”. Muchas lecturas pueden hacerse de ella, pero aquí vamos a elegir una en concreto. Vamos a elegir lo que llamaremos la caída del padre: o dicho de un modo más lacaniano: el goce del padre

Llamamos goce a lo que tiene que ver con el exceso. Hemos situado en el inicio de la vida humana una experiencia de satisfacción excesiva, inasimilable para el juicio. Esta experiencia de satisfacción primera, termina por constituir el trauma de cada sujeto. No vamos a entrar ahora en cual es el proceso por el cual deviene traumática, pero retengamos que ese monto de excitación que el lenguaje no puede reabsorver convierte nuestro cuerpo en un cuerpo libidinal. Un cuerpo fácil de desregularse y caer en los excesos, en el goce. La pulsión de muerte freudiana es ests, lo que está más allá del principio del placer.

Si el psicoanalisis primero freudiano y lacaniano después, se distingue de las psicologías, es porque no pierde de vista la sexualidad y la pulsión de muerte: Lo irreductible de la una y de la otra, irreductible a una pacificación total.

Pero es cierto también que algo pacifica a los humanos. Es cierto también que hay procesos simbólicos que permiten una cierta regulación de los excesos. Para que la vida resulte vivible esa regulación debe abrir al sujeto una vía de acceso a una recuperación de goce, a ciertas satisfacciones libidinales.

Las estructuras de parentesco tienen esa función por estructura, es decir, “per se” El modo en que eso se lleva a cabo es por medio de los ideales. Las estructuras de parentesco improntan en el sujeto un ideal del yo regulador.

En la familia tradicional esa función se le pedía al padre. Se esperaba de él que estuviera a la altura, que amara y deseara a la madre, que tuviera regulados sus propios excesos y pudiera transmitir a los hijos dos cosas: la prohibición y el derecho.

Es cierto que el padre de familia, el de cada familia en concreto, nuca daba la talla. Pero para cada niño había un momento, en que simbólicamente, el padre representaba ese ideal a quien querer parecerse, a quien identificarse Y en las niñas, el querer parecerse a la mujer que él amaba.

Venían luego las decepciones. Si bien es cierto que en unos más y en otros menos. La parte de goce desregulado de cada padre, asoma. Asoma en sus excesos, en sus incapacidades, en su furia, o en su cobardía, dejando en cada niño, en cada niña las marcas, a veces conscientes a veces inconscientes, de esa decepción.

El niño del pijama de rayas” nos muestra, los ojos de un niño que va viendo aparecer a un padre del goce, de un goce desregulado, a un padre pura pulsión de muerte, puro odio, pura maldad. Si bien no puede entender toda la magnitud de lo que el padre hace, si puede percibir como consiente y apoya la furia y la maldad del soldado ayudante. Nos muestra también como se resiste, cómo quiere creerle, y cómo al final ya no puede sostener la versión que se había hecho. Cuando pregunta al otro niño “¿Tu admiras a tu padre?” puede percibirse todo el desamparo en el cual él, acaba de sumirse.

Cuando el padre como ideal se derrumba suele aparecer lo fraterno, los iguales. Lo hermanable, puede venir a tratar de llenar ese vacío y tomar el lugar para el sujeto de un yo ideal con el que identificarse. Lo podíamos ver en la función de la cuadrilla. Hoy lo vemos más radicalizado en las bandas.

Pero la maquinaria de la maldad, puesta en marcha, lo tritura todo. Y el final de la historia nos muestra como esa maquinaria se termina por tragar incluso a quien la pone en marcha. El espanto dibujado en la cara de ese hombre ante la puerta de la cámara de gas nos convoca a lo sin salida. No podemos alegrarnos, ni dolernos. No hay palabras. No hay catarsis. Nos evoca la repetición de eso inasimilable para el juicio que es el trauma, el trauma que nos produce eso que no hay palabras para decir.

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