CURSO DE PSICOANÁLISIS

EL APARATO PSÍQUICO IV

LA CASTRACIÓN

Hoy seguimos tratando de entender el concepto freudiano de la castración. Freud llama castración a un acto psíquico que debe de operarse en el psiquismo humano, por el cual se instala la prohibición; lo prohibido. Algo viene a hacer de límite.

Hemos ido viendo como se instala lo imposible en el psiquismo, y con él la compulsión a la repetición. Sabemos que la repetición es siempre un acto fracasado. Nunca se alcanza aquello a lo que se apunta, pero eso no nos impide reintentarlo. Y sabemos cómo, en ese intento repetido, podemos tomar el camino del deseo o el camino del goce.
Tomamos el camino del deseo, cuando aceptamos las cosas como limitadas, sin perder por ello el entusiasmo, y tomamos el camino del goce cuando nos atiborramos de lo que sea, con tal de no sentir el vacío. Hoy vamos también a decir, que este vacío, puede ser experimentado como algo soportable, o, como una catástrofe. Ya iremos viendo de qué depende.

Si el imposible es un hecho de estructura que se da para todo sujeto humano, aun a su pesar, la castración, en cambio, se instala de otro modo: para que la castración sea operativa necesita de un consentimiento. Es necesario consentir a ese imposible. Imposible que se concreta para cada uno de nosotros en cosas particulares, sea el amor, la sexualidad, la amistad, el trabajo etc.

Las primeras tomas de posición en la infancia no son verbales, pero ya tienen el verbo como base. Todo bebé está inmerso en la lengua. Somos una especie que habla. Hablamos y somos hablados. Antes de nacer se nos prepara una cuna, también, una cuna de palabras; “Será amable”, “Será estudiosa”, “Será simpática”, “Será trabajador”, “Será…”. Del mismo modo que hacen las hadas invitadas al bautizo de “La bella durmiente”, se irán repartiendo, durante la infancia humana, dones y profecías, no todas agradables, no todas amorosas. Profecías que nos van a marcar, porque nos obligan a darlas por buenas y validarlas, o, a desmentirlas y rechazarlas, y en el mejor de los casos a tomar la posición de un “Si, pero ” Demos la respuesta que demos, no nos dejan indemnes.

Son palabras que portan lo que el Otro materno y el Otro paterno esperan de nosotros. Palabras que trasportan la escala de valores que ellos tienen. Valores que han elegido de entre los que circulan en la cultura en la que están inmersos. Esto va a constituir lo que vamos a llamar el discurso familiar implícito en los actos y explícito más o menos en los dichos.

Las primeras tomas de posición en la infancia son con respecto a lo que se espera de nosotros y las podemos ver con algunos ejemplos. Un niño puede rechazar la comida, puede rechazar la regulación de los esfínteres, incluso no dejarse acariciar, y todo eso antes de la palabra. Las respuestas no son verbales, pero digamos que se pueden “leer”

Pero se espere lo que se espere por parte de los padres y se responda lo que se responda por parte del niño siempre habrá una inadecuación. Ningún niño llegará a colmar las expectativas de sus progenitores y es imposible también que los padres lleguen a cubrir todo lo que el niño espera de ellos. El bebé se encuentra pronto con lo irreductible de la falta. Consentir e ese imposible, imposible colmar al Otro, imposible ser colmado por el Otro. Decimos que la castración ha operado cuando eso queda incorporado en el psiquismo. Ni el Otro parental, ni el Otro del sexo, ni el Otro del amor, ni el Otro del trabajo, o del éxito colmará nunca

Freud proponía que un hecho fundamental venía inaugurar la serie de las pérdidas: el complejo de castración la visión de la diferencia de los órganos genitales. Y que provoca en principio tal rechazo que chicos y chicas se dan una versión negadora de la diferencia. Ambos saben desde muy pronto que esa zona proporciona placer, goce sexual. Si hay diferencia, hay diferencia de goce sexual. Si se tiene uno, no se tiene el otro. No hay goce transexual. Uno siempre se pierde O se goza al estilo femenino, o se goza al estilo masculino. Ninguno de los dos es completo, le falta el otro. La diferenciación sexuada es el origen de todas las diferencias.

Esa partición de la especie humana en dos, genera la primera identificación. “Soy hombre” “Soy mujer” Es imposible ser las dos cosas, «estoy castrado, estoy castrada”. Es la elección del sexo que sabemos será sintomática porque no hay relación sexual dirá Lacan. No hay en relación a la sexualidad el órgano que haría falta para que las cosas de la sexualidad marchasen. Eso no marcha perfecto para nadie.

Lacan afirma que no hay relación sexual, entendiéndose por relación, proporcionalidad, correspondencia y reciprocidad, en fin, toda una armonía. Hay relaciones sexuales más o menos satisfactorias. Es por eso que el amor puede venir a ese lugar vacío que deja la falta.

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EL APARATO PSÍQUICO III

LA ESCISIÓN DEL APARATO PSÍQUICO

Hoy vamos a estudiar cómo Freud explica la escisión del aparato psíquico. Primero repasemos un poco: Llevamos dicho hasta ahora, que las percepciones primeras van a ser almacenadas en la memoria ordenadas en dos categorías: placenteras (buenas para mi), no-placenteras (malas para mi). Hemos visto también, cómo la primera vivencia de satisfacción queda fuera del registro significante; queda fuera de la palabra. Pero queda inscrita de otro modo, inscrita en forma de experiencia inefable e imposible de nombrar.

Esa experiencia inefable va a dejar en nuestro psiquismo una tendencia a repetir, una compulsión a la repetición. Buscamos repetir la experiencia de satisfacción, la buscamos como: la “Cosa” del mundo, y sólo nos encontramos con las cosas de este mundo. Freud define la repetición como fracasada e insuficiente. La satisfacción obtenida por la repetición no es equivalente a la satisfacción exigida. Siempre hay un déficit, y es ahí, donde Freud ve el factor que impulsa hacia adelante al ser humano. Este déficit es lo que nos impide satisfacernos con una situación estable, y también, lo que nos hace avanzar. Pero este impulso a avanzar tiene su otra cara. Es también una exigencia que va contra la adaptación; es la exigencia del retorno a una satisfacción primaria, y por tanto una exigencia de un goce excesivo.

Freud llamará a «eso» que buscamos el objeto perdido. Esta pérdida, como Uds. pueden ver, es una pérdida difícil de ser pensada. Debemos de ir rodeándola para ir captando lo que se juega en ella. Pues bien; está pérdida instaura un agujero, un agujero en el interior del psiquismo. El aparato psíquico se escinde en dos lugares, un lugar fuera del lenguaje, (lo inasimilable para el juicio) al que Freud llama el ello reprimido, y otro lugar sujeto al lenguaje. Es una escisión entre el ser y el tener. El tener se queda del lado del cuerpo: Tenemos un cuerpo, no somos un cuerpo. El ser se queda como falta-en-ser. No tenemos acceso al ser.

Esta configuración, es lo que Freud llamará represión originaria. No se trata de esa represión de la que escuchamos decir: “Estás reprimido, no te reprimas”. Esta represión de la que hablamos ahora es constitutiva y necesaria. Constitutiva porque constituye al sujeto como tal, como sujeto a una ley, a la ley de lo imposible. Y necesaria, porque en ese vacío creado, en esa falta, tiene que venir a colocarse el deseo. Si deseamos es porque nos falta algo. Se introduce la dimensión de lo simbólico. Lo simbólico regirá los intercambios sociales. Vamos a llamar deseo a lo que en nosotros tiene medida, y vamos a diferenciarlo de lo sin medida, de lo excesivo. A esto último lo vamos a llamar goce.

Deseo y goce son los dos modos básicos de relación con los objetos. Sean éstos personas o cosas. Tomemos como ejemplo la comida y el amor. Podemos tomar la comida con moderación y gusto. En este último caso, elegimos, esperamos, paladeamos. Pero también podemos atiborrarnos, sin esperar y sin medida. En el amor, podemos tomar al objeto de amor con ilusión y entusiasmo, pero, no como la única cosa del mundo. También podemos vivirlo con obsesión, dependencia, exigencia. Se puede aplicar esto, al trabajo, al dinero, a la sexualidad, etc.

Paradójicamente el exceso, el goce, también puede tomar la forma del demasiado poco. El discurso actual promociona el goce del exceso, del mucho, pero de rebote, se cuelan fenómenos que están del lado del demasiado poco. Pongamos por ejemplo la bulimia: occidente es una sociedad bulímica, y eso genera de rebote la anorexia. Es el mismo fenómeno que vemos en la falta de deseo presente en muchos niños y mayores, sin ganas de jugar o de aprender; aburridos, atiborrados de juguetes, o, de objetos de consumo.

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