Guionista sin cencerro
Dirección y guión: Guillermo Arriaga. Intérpretes: Charlize Theron, Kim Basinger, Jennifer Lawrence, Joaquim de Almeida, Tessa la, José María Yazpik y Diego J. Torres. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 111 minutos.
Como queda inscrito en su título, Guillermo Arriaga hace del fuego el elemento sustancial de un relato sobre el deseo sexual y la culpa. Todo empieza con una caravana en llamas, caravana a la que una y otra vez volverá la película para interrogarnos por un secreto sobre dos cuerpos carbonizados mientras copulan. Con Arriaga, ya se sabe que el tiempo lineal no existe, que lo que nos aguarda en sus guiones son puzzles de piezas dosificadas con perversidad para reforzar el misterio. De modo que, esa caravana en llamas, si la historia hubiera seguido cronológicamente su verdadera sucesión de hechos, debería arder al final del primer tercio del filme. Pero Arriaga, guionista de Amores perros, 21 gramos, Babel y Los tres entierros de Melquíades Estrada hace de esa estructura desordenada, que algunos llaman posmoderna, una cuestión de estilo. Un estilo que aquí, en su debú como realizador tras la bronca con Alejandro González Iñárritu, para bien y para mal, se ratifica.
La primera víctima de este proceso que reduce el flashback a una sublimación gratuita, hace mella en el trabajo actoral, en la imposibilidad de construir una evolución psicológica que, al estar permanentemente dando saltos hacia adelante y hacia atrás, se deshace en medio de cierta confusión inicial y el incomodo de presentir que ya se ha adivinado lo que pasa. Como en sus obras con Iñárritu, Arriaga hace de un accidente el nudo fundacional del relato, la encrucijada en torno a la que gira una historia de historias transitada por personajes que se entrecruzan y que, en esta película, se tiñen con un aire de enfermiza pulsión erótica. Lejos de la tierra quemada esboza una crónica familiar en la misma frontera en la que Welles forjó Sed de mal y los Coen No es país para viejos . Misma frontera pero distinto tiempo. Si el de Welles y el de los Coen se debían a su época y, en consecuencia, la dibujaban, el de Arriaga se diluye en el gesto de lo alegórico. En el paso del Arriaga guionista al Arriaga director, al primero nadie le ha cortado la palabra y al segundo se le concede demasiado tiempo. Por lo que retórica y esteticismo corroen la capacidad de emocionar latente en su argumento. Por eso mismo, pese al esfuerzo interpretativo, Arriaga quema el filme mucho antes de que termine la película.