Topografía de una santidad anunciada
Dirección y guión: Javier Fesser. Fotografía: Alex Catalán. Intérpretes: Nerea Camacho, Carmen Elías, Mariano Venancio y Manuela Vellés. Nacionalidad: España. 2008. Duración: 143 minutos.
Concebir un filme como Camino sólo es posible desde la cercanía a los hechos narrados, desde el mismísimo roce con la herida que lo alimenta. De otro modo, ¿quién se ocuparía de un tema así sabedor de que sobre él podría caer el mismísimo cielo? O más exactamente, sabedor de que con ello convoca la ira de quienes se consideran los propietarios de ese cielo. Un paseo por Internet da noticia de la lapidación pública a la que ha sido sometido, no ya la película pues la mayoría de quienes arrojan cantos (de piedra) afirma que no la ha visto ni la verá, sino su autor, el citado Fesser. De él lo más suave que se afirma es que se trata de un tipo mentiroso, abyecto y resentido. Y sin embargo Javier Fesser habla desde ese lugar nuclear en el que las brasas arden, en ese terreno de la fe donde se representa ese duelo pulsional entre el placer/displacer y el delirio. ¿Acaso no son esas las columnas que sostienen el éxtasis propio de la santidad?
Meterse en este Camino que se interroga sobre ello sólo está al alcance de quien sabe bien de qué habla, de quien se interpela a sí mismo sobre ello y de quien duda desde la propia fe, algo propiamente unamuniano. Camino se inspira en un hecho real pero no cuenta una biografía concreta por más que lo parezca. El Camino de Fesser pertenece al reino de lo simbólico y como tal, ni elude ni evita lo hiperbólico.
Si eso está claro ¿podemos afirmar que miente Fesser como afirman algunos soldados rasos del Opus Dei en las cloacas de Internet? ¿Es su retrato de la Obra tan disparatado como el que se veía en El código Da Vinci ? Rotundamente no. Esa es su legitimidad y eso lo convierte en un filme mucho más peligroso para algunos. Porque, más allá de los viajes oníricos de su protagonista donde los sueños amortiguan el dolor de la enfermedad, algo respira en este filme fantástico que se sabe real, descriptivo y, en definitiva, verdadero.
Por eso mismo, porque Camino no busca la provocación gratuita en cuanto que se trata de una reflexión que aspira a la honestidad y al respeto, será bueno dejar la polémica a un lado para centrarse en lo que el texto lleva dentro. Y eso es un fondo complejo en su alcance y sencillo en su mecanismo. Tal vez sea este filme la obra que mejor entronca con el legado de Luis Buñuel. Como el de Calanda, el cine de Fesser se alimenta de lo real visible y de lo real soñado, de esos dos planos en los que se conjuga la esencialidad del ser y el camino hacia el (re)conocimiento de lo surreal. Utiliza la ambivalencia y el doppelganger; el juego de Alicia a través del espejo y la recreación descarnada de Juan Benet. Su filme atornilla el desbocamiento fantástico de Terry Gilliam con el clarooscuro del cine español. De ahí que, en su arranque, la película se muestre irregular, desajustada e incluso torpe. A cambio se hace perdonar gracias a unas interpretaciones brillantes y a unos efectos soberbios.
De este modo, arrebatado como su protagonista, el filme se cuestiona por lo intangible, por el dolor y la muerte, por el sentido de la vida y por los comportamientos religiosos y sus excesos. Fesser, como un funambulista que se mueve sin red, se mira a los ojos y esboza, al final del filme, una denuncia sobre la actitud profesional de unos médicos creyentes; algo mucho más perturbador que dilucidar si en verdad hubo o no aplausos. Su simpatía hacia la niña-santa es tan evidente como su identificación con ese padre eclipsado cuya paternidad le es arrebatada en nombre de Dios. Pero lejos de determinar, deja abierto el filme a un cúmulo de sensaciones incómodas. A inquietantes interrogantes que pertenecen a la esfera de lo personal e íntimo.