El justiciero asesinado
Dirección: D.J. Caruso. Intérpretes: Shia LaBeouf, Michelle Monaghan, Michael Chiklis, Anthony Mackie, Billy Bob Thornton, Rosario Dawson y Ethan Embry. Nacionalidad: EE.UU. 2008. Duración: 118 minutos.
A la vista del argumento de La conspiración del pánico , se comprende que durante años Steven Spielberg quisiera dirigirlo. No lo hizo según las notas de producción por culpa de la última entrega de Indiana Jones. Tras sufrir lo que Spielberg hizo con la cuarta entrega de Jones/Ford, no cabe duda de que tampoco hubiera logrado algo sobresaliente con este Eagle eye , título original y como (casi) siempre, mucho más adecuado. Tampoco lo que hace D. J. Caruso, un cineasta afincado en el thriller y la acción, es brillante. Lo que no deja de ser una gran decepción porque por las venas de este filme, por los entresijos de su guión, fluye una gran historia que reclamará algún día a otro cineasta con más talento dispuesto a llegar al final de lo que reclama su argumento.
Su naturaleza entra de lleno en la ciencia ficción, un género muy spielbergniano. Y debe mucho a ese modelo de referencia, Stanley Kubrick, al que Spielberg admira/copia sin disimulo. Probablemente el semifracaso de A.I. (Inteligencia artificial) la historia que, ante la muerte de Kubrick, dirigió el autor de E.T., pesó a la hora de esta renuncia. Entre otras cosas porque en Eagle eye se vislumbra el mismo gesto de rebeldía robótica que Kubrick ilustró magistralmente en 2001 . Eso implicaba un tratamiento menos contemporizador que lo que el acaramelado Spielberg está dispuesto a asumir.
Ni Spielberg, ni Caruso, el guión de este filme se escapa vivo sin que se aproveche su gran potencial. Porque más allá de las persecuciones rutinarias, homenajes a Hitchcock y ese romance blando entre dos actores jóvenes llamados a triunfar, Shia LaBeouf y Michelle Monaghan, lo que aquí se ponía en juego es una interesante elucubración que el propio Asimov hubiera aplaudido.
Ante la demencial obsesión contra el terrorismo islámico, el filme insinúa que cuando la locura de los hombres les hace perder el sentido común vulnerando el principio de la justicia, tal vez la última esperanza para detener la demencia bélica descanse en la respuesta de la máquina. Una máquina capaz de detener la mano del miedo. Aquí lo intenta y de su resultado emana un sombrío testamento al que Caruso no puede o no quiere prestar atención: ese justiciero será asesinado.