Tratado magistral sobre principios, duda y culpabilidad
Dirección: Christopher Nolan. Intérpretes: Christian Bale, Heath Ledger, Gary Oldman, Aaron Eckhart, Maggie Gyllenhaal, Morgan Freeman, Michael Caine. Nacionalidad: EEUU. 2008. Duración: 152 minutos.
Toda la secuencia inicial de El caballero oscuro , un espectacular atraco a mano armada, está diseñada como una macabra cuenta atrás. Cada cierto tiempo, un payaso deja de vivir. Este impactante arranque conlleva un desenlace: desenmascarar al verdadero payaso. Todos los demás ocultan un rostro tras las caretas. El Joker no, el Joker ya no posee un rostro humano, él se ha convertido en una impostura permanente, él es el payaso triste, el clown asesino cuya carcajada hiela la sangre y siembra el horror. Su boca rasgada dibuja una sonrisa de pavor. Sus abultadas cicatrices denotan que es un hombre que sabe, es un hombre que ha sufrido.
De manera simétrica, la segunda secuencia, no menos coreografiada que la anterior, va a reiniciar ese signo de la repetición. Recordémoslo. En la primera, un robo a un banco, se pasa de un montón de payasos al verdadero payaso. En la segunda, un encuentro entre delincuentes que discuten por asuntos de drogas y dinero, varios batman irrumpen en la escena dando lugar a una batalla campal. Aquí, Nolan también va a esbozar una cuenta atrás, aquí poco a poco van cayendo -que no muriendo- todos esos otros batman hasta culminar con el verdadero: El caballero oscuro . El Joker, que no respeta principio alguno, sale triunfante de su misión; Batman, que se mueve maniatado por la incertidumbre y la angustia, acaba derrotado y una nueva cicatriz se añade a lo que poco después veremos es un cuerpo infinitamente señalado.
Si lo propio del héroe es la cicatriz -ella es la huella de su sacrificio-, Batman, a juzgar por sus heridas, debe de ser el rey de todos ellos. Nolan dedica dos horas y media a subrayarlo, la distancia entre Batman y Joker tal vez no sea tanta; especialmente porque Batman es un héroe triste que se sabe condenado a no alcanzar nunca a la mujer-objeto de su deseo.
Conviene decirlo de entrada. El caballero oscuro de Nolan trata de permanecer fiel a la naturaleza primigenia del Batman de papel. Aquí no hay paridad ni discriminación positiva, esto es una historia simbólica concebida para sujetar la psicopatía que cabalga por el mundo. Nolan, que es un excelente narrador, derrocha aquí generosidad y asume muchos riesgos. En este filme solemne y barroco (re)construye su «caballero» a través de un encadenamiento de figuras duales; un proceso binario que se multiplica como los relatos de Borges en recovecos y reflejos sin fin; en personajes entregados a una causa de la que son víctimas y verdugos.
Sabedor de que se trata de una gran producción que necesita mucho público para compensar sus gastos, El caballero oscuro ofrece imágenes rotundas y planos con vocación de convertirse en referentes icónicos. Ahora, al mismo tiempo, no renuncia a tejer un alambicado texto sobre el deber y el ser y sobre la soledad de los «distintos». Por eso mismo el filme deja a su paso un (re)gusto amargo de impotencia y desasosiego; un runrún que crece conforme se rememoran sus personajes y sus diálogos. No en vano hace honor a su nombre y se desliza hacia la negritud de lo patético. En ella se cierne el fantasma de la insatisfacción de percibir que el mal, la injusticia y el odio se cuelan por todos los resquicios del ser humano. En sus vértices, Batman y el Joker bailan la eterna danza de los esqueletos medievales que nos recuerda que, en el año 2008, la humanidad no ha resuelto los graves problemas convivenciales que desde la caverna la acompañan. Filme pues, desmesurado y preciso, solemne y con mucho talento en su interior. El de Heath Ledger es descomunal y su prematura e inesperada muerte reclama para este filme el valor de los símbolos.