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Mujeres solas y desesperadas

viernes, 29 de agosto de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Ángeles González-Sinde Intérpretes: Malena Alterio, Esperanza Pedreño, Antonio de la Torre, María Alfonsa Rosso, Luis Bermejo, Marilyn Torres y Chiqui Fernández Nacionalidad: España. 2008 Duración: 98 minutos.

Hacia la mitad de la película, Milagros (Esperanza Pedreño) le pide, le ruega más bien, a Rosario (Malena Alterio) que le cuente un cuento. Milagros está desgarrada y su personaje, en ese momento todavía sin explicar, es evidente que arrastra una lesión que la convierte en una mujer de inquietante fragilidad. Y a esas alturas, el espectador ya ha superado la perplejidad de esa estructura fragmentada con la que se describe lo que es un paisaje doloroso y terrible, oscuro y pantanoso. Un cuento tejido en un ir y venir a través del tiempo y hacia una dirección que sólo aparecerá nítida en sus últimas estrofas. Por otro lado, su naturaleza es la de un filme realista, tierno y terrible al mismo tiempo, con personajes que reclaman cuentos para aliviar su dolor, personajes que a su vez escenifican fábulas para ¿confortar? a quien los mira.

Lo que resulta evidente en Una palabra tuya es su ADN. Es como si la presidenta de la Academia, González-Sinde hubiera decidido hacer un filme en el que se incrustan las señas de identidad de lo que se entiende por (buen) cine español. ¿Acaso no se oyen aquí los ecos del Almodóvar de Volver , del Zambrano de Solas y del Armendáriz de Secretos del corazón ? Discutiría alguien que sus personajes no han sido avistados en alguna de esas películas citadas. O lo que es lo mismo, ¿no se da aquí la preeminencia de un protagonismo femenino?, ¿no se asoma la tragedia en forma de suicidios, de abandonos paternos y de un rechinar entre madres/padres e hijo/as? Una palabra tuya, como las obras citadas, acude a beber de una fuente enraizada en el pasado reciente, habitada por personajes cotidianos y anclada en la tragedia y la culpa. Su mayor peculiaridad estriba en un tono ambivalente, una sensación de extrañamiento que le hace deambular entre la crónica y la pesadilla, entre la fantasía y la risa. Con anécdota afín, Terry Gilliam construyó una obra maldita: Tideland . Pero González-Sinde no penetra en el infierno y prefiere apostar, el cine español es así, por una ternura agridulce hecha de cotidianeidad doméstica. De ese modo traiciona su querencia de cuento simbólico para replegarse en un reportaje algo confuso pero bien sostenido, eso sí, por la calidad actoral y por un guión canónico delineado con tiralíneas.

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