Viaje para exorcizar la muerte
Dirección: James C. Strouse. Intérpretes: John Cusack, Alessandro Nivola, Shélan O’Keefe y Gracie Bednarczyk. Música: Clint Eastwood. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 90 minutos.
Extraño filme éste que diseña un personaje propio del universo de los nuevos narradores norteamericanos -Anderson, Gillespie, Kaufman-, y lo condena a un naufragio en medio de un melodrama con niños de los que tanto gustaban al tío Oscar. Basta atender la entrada en cuadro que protagoniza en sus primeros instantes John Cusack para que se llene la atmósfera con el aroma del estupor. Su andar torpe, su ridícula ceremonia laboral, su desequilibrada figura, hacen pensar en un familiar del Lars de Una chica de verdad . Claro que las chicas de este filme, las dos hijas del personaje de John Cusack, son casi tan (ir)reales como la que daba título al filme de Gillespie.
Sin desvelar demasiado su argumento, de hecho bastaría una frase para contarlo, La vida sin Grace , encierra un doble sentido. Grace es el nombre de la madre de esa familia cuyo padre titubea perdido en una falta de estima, digna de tratamiento psicoanalítico. Y esa gracia, esa chispa que cohesiona la vida familiar, se ha perdido porque Grace es una soldado que marcha al frente iraquí. Y sin ella, la familia se ha quedado sin armonía, sin risas, sin rumbo. Y el más perdido es ese padre rodeado de esposas de soldados en una reunión en la que todas descargan sus emociones ante el ensimismamiento del hombre ¿sin atributos?
Al debutante Strouse, siguiendo las directrices del guión, no es el conflicto político lo que le preocupa, sino el vacío afectivo que su marcha provoca y la disfunción del rol paterno. Strouse no hace denuncia social sino drama existencial. Drama por el que un padre sin rumbo encuentra su salvación cuando es capaz de ver a sus hijas y ser visto por ellas. El pretexto es una road movie hacia un parque de atracciones con la idea de encontrar en un espacio de juego y fantasía la fuerza necesaria para asumir la muerte. Pero esa idea resulta más apasionante enunciada aquí que vista en los 90 minutos que dura el filme. La causa de ello es que resulta tan impostado el tono de esta obra contenida, retenida y amordazada, que el extrañamiento, es decir la lejanía, acaba imponiendo una distancia tan insalvable que ocurre lo inevitable. Sin roce no hay implicación y sin implicación, todo se hace artificio, belleza falsa e inverosímil discurso.