La negación del altruismo
Dirección: Tom Shankland. Guión: Clive Bradley. Intérpretes: Stellan Skarsgård, Melissa George, Selma Blair, Ashley Walters, Paul Kaye y Tom Hardy. Nacionalidad: Reino Unido y EEUU. 2007. Duración: 94 minutos
Tensar la cuerda. Palpar el límite. Cruzar el umbral. Ésas son las tres fases de este experimento de título confuso y precedentes evidentes. Si en Seven , David Fincher mezclaba religión y psicopatía, venganza y castigo; WAZ , heredero directo del oscuro y mortecino thriller del autor de El club de la lucha , avanza un escalón más en su deseo de enfrentar al hombre con el hombre. WAZ es una ecuación, un principio desarrollado por un genetista yanqui, George R. Price, que sostuvo en los años 60 que el amor humano por grande que sea, jamás supera el miedo al dolor y su sometimiento al instinto de supervivencia. Según WAZ no hay ética ni política, ni cultura, ni deseo sexual, ni amor fraterno, ni deber moral que pueda sostenerse en pie cuando la vida está en juego. Eso mismo sostiene y quiere demostrar el psicópata-motor de este filme que cuando es bueno se acerca a Fincher y cuando tartamudea se refugia en Saw .
Su penitencia consiste en que en ambos casos, WAZ apenas consigue eclipsar a sus modelos de partida, o sea que nunca acierta a ser él mismo ni, por lo tanto, puede mostrar que detrás de tanto préstamo hay una obra singular. ¿La hay? En algún modo sí, pero su percepción depende mucho de la benevolencia crítica del espectador y de su capacidad de asimilar la violencia extrema.
La presencia del actor sueco Stellan Skarsgärd en la piel de un policía oscuro, de mirada vidriosa y corazón turbio, libera al filme de despeñarse por la vía de lo convencional. Tom Shankland, con una discreta trayectoria anclada en la televisión, se conduce con actitud esquizoide. Por un lado, parece consciente del valor del argumento; del otro, eso mismo hace que busque al público sin reparar en que ése es un concepto inabarcable.
En esa encrucijada, WAZ se sostiene gracias a una intriga en la que se mezclan diferentes niveles de tensión y una puesta en escena que se esfuerza por imprimir verosimilitud a los personajes. Con ellos y a pesar de sus querencias comerciales, Shankland insinúa y propone, bien que deshilvanadamente, una tremebunda reflexión sobre la condición humana, sus miserias y la muerte del altruismo… si es que alguna vez éste ha existido.