SOS América: herida sin sangre
Dirección y guión: Paul Haggis. Intérpretes: Tommy Lee Jones, Charlize Theron, Frances Fisher, Susan Sarandon, James Franco, Jonathan Tucker. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 121 minutos.
Como La caja de música, de Costa Gavras, la última película de Paul Haggis construye su relato sobre el progresivo proceso de arrojar luz sobre una zona a oscuras. En la película protagonizada por Jessica Lange, hija de un ex nazi, su personaje sufría un impacto desgarrador al enfrentarse a una pregunta: ¿conocemos de verdad a nuestro padre?
Tenemos memoria de nuestros padres, pero sólo sabemos de ellos cuando éstos han cumplido largamente los 20, los 30 e incluso los 40 años. Antes de eso, no sabemos de ellos sino lo que se nos cuenta. Y sin embargo, parece razonable creer que lo que somos, nuestra esencialidad, se inscribe en esos años en los que todavía no pueden conocernos nuestros hijos. En En el valle de Elah , Haggis da la vuelta a esa cuestión e invierte los términos. Aquí lo que nos interroga es: ¿conoce de verdad un padre a un hijo, pese a que conviva con él desde su mismo nacimiento?
Aunque los términos son muy diferentes, la zona de sombra en la que se esconde ese otro, el hijo, resulta aterradora. No obstante, Haggis, convertido en uno de los grandes guionistas del nuevo milenio tras sus trabajos con Eastwood (Million Dollar Baby , Cartas desde Iwo Jima ) y aclamado como un cineasta hondo a partir de Crash , no se conforma con una única pregunta.
Elah fue el territorio en el que el pequeño David tumbó, armado con una honda, al gigantesco Goliath. Y éste, como buena parte de los pasajes de la Biblia, rasga la piel de aquellos que incurren en lecturas simplistas. También el filme de Haggis y su metáfora con la bandera norteamericana puede sembrar el desconcierto. ¿Es Haggis un patriota? Seguro, pero no más que el Robert Redford de Leones por corderos o que el John Ford de los mejores westerns. Lo que invalida parcialmente su segundo largometraje como director ya se atisbaba en Crash : la incomodidad que provoca en algunos espectadores esa calculada ambigüedad del que no acaba de delimitar el territorio de las responsabilidades. ¿Demasiado listo? Tal vez.
Haggis utiliza como estructura los modos del thriller. Una pesquisa policial hace que un militar veterano se ocupe él mismo de investigar dónde está su hijo, recién llegado del frente de Irak, y qué le ha pasado. En ese descubrimiento de la verdad, Haggis desvelará la vulnerabilidad del padre y con él la del sistema de valores, del Ejército USA al que como un nuevo Abraham ha entregado a sus dos hijos.
Paradójicamente, el Haggis guionista aparece aquí como más frágil que el Haggis director. Sus mayores grietas son profundas porque nacen de la espina dorsal de un guión excesivamente rígido y abonado al artificio narrativo utilizado: las imágenes grabadas en un teléfono móvil que ayudan a descubrir la verdad. Suministradas en un goteo artificial porque el tempo fílmico lo requiere, ese procedimiento lastra el verosímil tanto como la enorme soledad en la que Haggis deja a Lee Jones pese a contar con un brillante reparto.
Al lado del relato familiar, Haggis plantea una reflexión amarga sobre el callejón sin salida en el que la Administración Bush se (nos) ha metido. Y al mismo tiempo, como el Tavernier de Capitán Conan , desnuda a los monstruos que engendra la violencia. Esos monstruos necesarios de la guerra son los heridos sin sangre que Haggis emplea como el último argumento para detener la maquinaria bélica de los EEUU. Esa agria reflexión recorre este valle en el que queda en el aire si el David del siglo XXI, psicotizado por tanta sangre derramada, camina ya hacia su propia autodestrucción ciego de ira, frustración y miedo.